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Voto de Vivoleyendo:
10
8,2
30.912
Drama
Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
13 de mayo de 2008
12 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El juego puede llegar a ser una droga peligrosa y tan adictiva que prácticamente no deje espacio para nada más.
Y también es un desahogo de esos instintos más básicos y primitivos que posee el ser humano y que atañen a ese aspecto que ha prevalecido en todas las culturas y que por extensión es una característica del reino animal: la competitividad.
Todas las especies animales llevan en su carga genética un componente que impulsa a sus individuos a buscar su lugar en la jerarquía, en el orden natural. Ese hecho implica que muchos de ellos tienen que competir, porque suele haber un número elevado de individuos para ocupar un mismo puesto en la jerarquía, y porque también suele ser un imperativo de la naturaleza (especialmente desarrollado en la naturaleza humana) aspirar a más, o al menos a mantener el puesto sin dejarse desplazar por otros.
Los animales pelean entre sí para demostrar su fuerza y ocupar por derecho el puesto dirigente, o lo hacen para alardear de su superioridad genética ante las hembras, las cuales tienden a escoger al mejor dotado y de ese modo la continuidad de la especie tiene más probabilidades de garantizarse al asegurar una descendencia más adaptada al entorno.
Influyan los motivos que influyan, lo cierto es que la confrontación de habilidades es un rasgo que domina el mundo.
Y la especie humana no es ninguna excepción.
El comportamiento de los homínidos prehistóricos no distaba apenas del de los demás animales, y la fuerza y la destreza física eran los factores que determinaban su posición en el escalafón social. Pero el desarrollo del cerebro y el aumento de sus capacidades intelectuales implicó una progresiva complejidad en el orden social, y así las funciones y ocupaciones se fueron diversificando, y las maneras de competir también.
Pero básicamente todo se reducía a lo mismo: demostrar ante los demás quiénes eran los mejores en diversos campos. Quiénes se ganaban, por dotación natural, talento y/o esfuerzo personal el derecho a ocupar un puesto determinado.
La distribución de las tareas también condicionaba quiénes estaban obligados a competir. Generalmente los varones asumían la labor de proveer a la tribu y guiarla, mientras las hembras cargaban con la función de la reproducción, el cuidado de la descendencia y las labores domésticas. Aunque desde luego esa división no siempre era tan rígida y existían muchas variantes, sin embargo ese esquema en el que los varones sienten esa obligación de proveer, salir al campo de batalla que es la vida para obtener beneficios y esa creencia de que las hembras no tienen verdadera necesidad de competir porque su tarea está en aguardar a sus hombres y cuidar su casa y sus hijos... Por mucho que creamos haber avanzado, esa creencia tan primitiva como la Humanidad aún persiste.
Y un ejemplo clarísimo lo tenemos en esta magnífica película que es toda una lección de vida.
Y también es un desahogo de esos instintos más básicos y primitivos que posee el ser humano y que atañen a ese aspecto que ha prevalecido en todas las culturas y que por extensión es una característica del reino animal: la competitividad.
Todas las especies animales llevan en su carga genética un componente que impulsa a sus individuos a buscar su lugar en la jerarquía, en el orden natural. Ese hecho implica que muchos de ellos tienen que competir, porque suele haber un número elevado de individuos para ocupar un mismo puesto en la jerarquía, y porque también suele ser un imperativo de la naturaleza (especialmente desarrollado en la naturaleza humana) aspirar a más, o al menos a mantener el puesto sin dejarse desplazar por otros.
Los animales pelean entre sí para demostrar su fuerza y ocupar por derecho el puesto dirigente, o lo hacen para alardear de su superioridad genética ante las hembras, las cuales tienden a escoger al mejor dotado y de ese modo la continuidad de la especie tiene más probabilidades de garantizarse al asegurar una descendencia más adaptada al entorno.
Influyan los motivos que influyan, lo cierto es que la confrontación de habilidades es un rasgo que domina el mundo.
Y la especie humana no es ninguna excepción.
El comportamiento de los homínidos prehistóricos no distaba apenas del de los demás animales, y la fuerza y la destreza física eran los factores que determinaban su posición en el escalafón social. Pero el desarrollo del cerebro y el aumento de sus capacidades intelectuales implicó una progresiva complejidad en el orden social, y así las funciones y ocupaciones se fueron diversificando, y las maneras de competir también.
Pero básicamente todo se reducía a lo mismo: demostrar ante los demás quiénes eran los mejores en diversos campos. Quiénes se ganaban, por dotación natural, talento y/o esfuerzo personal el derecho a ocupar un puesto determinado.
La distribución de las tareas también condicionaba quiénes estaban obligados a competir. Generalmente los varones asumían la labor de proveer a la tribu y guiarla, mientras las hembras cargaban con la función de la reproducción, el cuidado de la descendencia y las labores domésticas. Aunque desde luego esa división no siempre era tan rígida y existían muchas variantes, sin embargo ese esquema en el que los varones sienten esa obligación de proveer, salir al campo de batalla que es la vida para obtener beneficios y esa creencia de que las hembras no tienen verdadera necesidad de competir porque su tarea está en aguardar a sus hombres y cuidar su casa y sus hijos... Por mucho que creamos haber avanzado, esa creencia tan primitiva como la Humanidad aún persiste.
Y un ejemplo clarísimo lo tenemos en esta magnífica película que es toda una lección de vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Eddie Felson es un competidor que lucha por ganarse el puesto más alto de la jerarquía en eso que llamamos orgullo personal, vanidad, soberbia y aspirante a despertar la admiración y la envidia supremas en el prójimo. Su gran habilidad: cambiemos la caza y otras habilidades del ser humano primitivo por el billar.
Pero la vida humana es tan compleja que no basta con poseer unas cualidades físicas concretas, ni talento, ni inteligencia. Sobre todo, hay que poseer el temple adecuado. Autoestima, confianza, seguridad. Y que el factor suerte acompañe, porque la suerte nunca se puede controlar al cien por cien. Quien pretenda atraparla, se equivoca.
Y hay que saber retirarse a tiempo. Tragarse el orgullo. Hacer caso a ese pálpito que indica cuándo es el momento de admitir la derrota o de abandonar en el instante de mayor gloria, porque nada dura siempre.
Y, lo que es más fundamental: priorizar. Elegir. Elegir una victoria egoísta y vacía o una derrota digna y plena.
Eddie eligió.
Y perdió.
Pero la vida humana es tan compleja que no basta con poseer unas cualidades físicas concretas, ni talento, ni inteligencia. Sobre todo, hay que poseer el temple adecuado. Autoestima, confianza, seguridad. Y que el factor suerte acompañe, porque la suerte nunca se puede controlar al cien por cien. Quien pretenda atraparla, se equivoca.
Y hay que saber retirarse a tiempo. Tragarse el orgullo. Hacer caso a ese pálpito que indica cuándo es el momento de admitir la derrota o de abandonar en el instante de mayor gloria, porque nada dura siempre.
Y, lo que es más fundamental: priorizar. Elegir. Elegir una victoria egoísta y vacía o una derrota digna y plena.
Eddie eligió.
Y perdió.