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Voto de Vivoleyendo:
9
Comedia Un grupo de turistas americanas hace un viaje por Europa, que prevé la visita de una capital por día. Al llegar a París, se dan cuenta de que el aeropuerto es exactamente igual al de Roma, de que las carreteras son idénticas a las de Hamburgo y que las farolas guardan un curioso parecido con las de Nueva York. En resumidas cuentas, el escenario no cambia de una ciudad a otra. Y ya que no pueden conocer París, se conformarán con pasar ... [+]
23 de diciembre de 2014
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El señor Hulot me recuerda a Charlot. Ambos son inadaptados, románticos empedernidos, dos reliquias anacrónicas que ponen en evidencia los defectos de la ultramodernización. Incapaces de seguir el frenético ritmo de la gran urbe y de la industrialización masiva, andan siempre desorientados entre construcciones y artefactos hechos en serie, tropezando constantemente, zarandeados por la muchedumbre que los lleva de acá para allá, no importa dónde porque todos los sitios parecen iguales.
Tati se arruinó con esta sátira que supuso la consagración definitiva de su estilo. No me extraña que su productora quebrara con semejante inversión y las exigentes condiciones del realizador (únicamente salas con proyectores de 70 mm) a la hora de difundir la obra. Sólo para recrear los decorados de un París cuadriculado de cemento, acero y cristal, dirigir a tantos actores y extras, por no hablar del vestuario, el estilismo y el atrezzo, el tráfico rodado, las coreografías urbanas, así como el excepcional tratamiento del sonido, el presupuesto debió de dispararse.
Los que aprecian el humor sutil y socarrón sonreirán casi todo el tiempo con la genialidad de la fotografía y de los planos generales que captan un París impersonal y masificado, idéntico a otros lugares (atención al detalle de los carteles que anuncian Estados Unidos, Hawaii, México y Estocolmo usando de fondo el mismo rascacielos), en el que los monumentos distintivos (la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o el Sacre Coeur) apenas se aprecian indirectamente, reflejados en puertas de cristal. Predominan las líneas rectas, las formas cuadrangulares, los tonos grises, negros y azules oscuros alternando con blancos (la gente se escandaliza cuando, cosa rara, alguien viste con colores vivos), las figuras repetitivas de los edificios de múltiples plantas y los cubículos de las oficinas, escaparates, puertas y ventanales panorámicos, paredes diáfanas, pasillos rectos y laberínticos, suelos de linóleo, mobiliario sobrio estrictamente funcional, a veces alternado con toques de divertida excentricidad (como los respaldos de las sillas con forma de corona) y utensilios de dudosa utilidad (paneles repletos de botones inútiles, la escoba con luces). En estos escenarios que homogeneizan los espacios y donde nuestro patoso Hulot no sabe desenvolverse, se desarrollan secuencias multitudinarias protagonizadas por un trasiego incesante. Oficinistas, ejecutivos, empleados de hotel, obreros, transeúntes y turistas, casi todos vestidos y peinados de manera uniforme, van y vienen y sus conversaciones plurilingües cotidianas e irrelevantes se entremezclan como ruido de fondo. Tati presta especial atención al sonido de las puertas al abrirse y cerrarse, los chirridos de los sillones al sentarse, los timbres de los teléfonos, el tráfico, los cláxones y las sirenas y los golpes de las cosas al caerse o romperse. Hulot es el niño grande eterno al que aburre y marea el ajetreo insustancial de los adultos urbanitas y que se fija en las minucias que pasan desapercibidas para los demás.
Es magistral la composición y la organización, y la cámara invita constantemente a observar diversas acciones que suceden en cada escena, como Hulot que en algún rincón está haciendo de las suyas, la simpática turista estadounidense disfrutando de su viaje, el estresado personal de las oficinas y del hotel haciendo mil cosas a la vez (a menudo absurdas), los comensales del restaurante esperando impacientes sus platos y charlando, bailarines danzando al ritmo de la banda que ameniza la velada nocturna, borrachines dando tumbos o vecinos en sus apartamentos idénticos viendo el mismo canal de televisión. Asímismo, los camareros y porteros despliegan una tremenda ironía (mordaz crítica de rabiosa actualidad), y la gente se desplaza como rebaños que continuamente necesitan de un pastor.
Son tantas menudencias que observar y escuchar que, aunque uno crea que no pasa nada, y efectivamente no pasa nada relevante, si a uno le gusta este tipo de humor la película le resultará mucho más entretenida de lo que aparenta.
Hay que verla con los ojos de Hulot, así un poco ingenuos, con corazón de niño y un poquito de romanticismo del que ya no se lleva, enarbolando en el rostro una sonrisa y siendo felices con cualquier tontería.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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