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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama Crónica de las penalidades de una pareja que está a punto de ser desahuciada de su vivienda. (FILMAFFINITY)
10 de febrero de 2014
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da gusto ver que los mismos problemas de siempre se perpetúan y se quedan como lacras endémicas. Que algo tan básico como la vivienda es una asignatura pendiente en España y no tiene visos de cambiar.
Ya José Antonio Nieves Conde lo denunció en una de aquellas películas valientes que desafiaban la censura en la década de los cincuenta, una de las más florecientes del cine español. Se hizo un cine osado, comprometido, realista, radicalmente alejado de los dramitas ligeros y melifluos de las cupletistas de moda y demás escasos temas descafeinados que pasaban la criba.
Nieves Conde sufrió los estragos de la tijera. Ya a "Surcos" tuvo que cambiarle el final, pero lo que le hicieron con "El inquilino" fue una masacre.
Lo bueno de haber tenido la honestidad de rodar una de las mejores comedias negras de la historia del cine español es que su versión original se rescató. No fue profeta en su tierra, y su voz trató de ser adulterada. Él, que había ido a la guerra en el bando franquista, sin embargo no estaba ciego y no era de los que ensalzaban las maravillas del régimen donde no las había. Muchos hubieran querido tener esa visión lúcida y crítica, que no aceptaba verdades sin cuestionarlas. En lo que respecta a su gran arte, el cine, fue contundente, y lo que veía que estaba mal, lo mostraba. No era un lameculos que buscaba ganarse favores con panfletos de propaganda fascista. Era un digno seguidor del neorrealismo, y por ello un excepcional analista de las penurias del pueblo.
Eso le costó unos fuertes tirones de orejas, tirrias y miradas envenenadas de quienes no querían que se divulgara lo que no convenía. Los medios de comunicación y los productos de masas como el cine son el vehículo más eficaz que utilizan todos los gobiernos para adoctrinar y mostrar lo que les interesa. Comprenden su gran potencial, así que para poder dominar y adormecer al pueblo, una de las cosas por las que se empieza son los medios de divulgación. El cine es uno bastante potente, o al menos lo era cuando la televisión aún no había inundado todas las casas.
El daño ya estaba hecho y esta comedia dramática sobre la imposibilidad del acceso a vivienda digna para los modestos trabajadores salió a la luz. Poco duró en su versión primigenia. Ya era raro que de primeras le hubiesen dado el visto bueno. No todos debían de ser tan cerrados e intransigentes, ni tan celosos de ocultar los defectos del franquismo, puesto que alguien autorizó la proyección. Nieves Conde mismo me demuestra que no todos eran así. Pero no tardó en ponerse farruco un ministro de la vivienda de esos muy celosos y lameculos al que debió de sentarle como cien patadas que se pusiera en entredicho la pulcra eficiencia de su ministerio.
Así fue como "El inquilino" fue mutilada.
Por fortuna con frecuencia hay algún amante de la verdad que conserva alguna copia del original, y gracias a esa precaución podemos disfrutar de la película auténtica, esa donde Evaristo (magnífico Fernando Fernán Gómez) y Marta, un matrimonio con cuatro hijos, son echados a la calle porque, lisa y llanamente, el edificio donde viven ha sido vendido fraudulentamente. A su propietario le interesa sacar mucha pasta con la venta, importándole un pepino los derechos de los inquilinos, unos pobretones que tienen que aguantarse con que los apaleen y los dejen sin casa. Los albañiles empleados para derruir el edificio sienten compasión por la familia y tratan de retrasar lo más posible el derribo del principal, en la planta baja, donde se han instalado de urgencia. Mientras, empiezan por la parte alta y dan todo el margen que pueden a Evaristo y a Marta, quienes se patean todo Madrid y confían los niños a un bondadoso albañil y a una antigua vecina, buscando un piso que parece imposible de encontrar.
El Madrid de suburbio picaresco y curtido en mil amarguras, en enorme contraste con los ricos inaccesibles (aristócratas, financieros y trepas varios), fotografía sin adornos ni suavizantes la masa de los humildes que se hacinan realquilados en las corralas y en chozas de mala muerte, sin sitio para una sola alma más donde ya malviven como ratas.
Por contra, en los los nuevos barrios residenciales con los que se lucran todos los especuladores del terreno, docenas de bloques de pisos se exponen tentadoramente a los transeúntes, con sus carteles de venta. Evaristo deambula entre ellos como un náufrago muerto de sed y rodeado de agua de mar por todas partes, tanta agua a su alrededor y no puede beberla por ser veneno, eso son esos edificios que se ríen de su pésima estrella de perro al que todo son pulgas, son como el agua salada para un náufrago.
Los laureados apartamentos de lujo, anunciados como el compendio del bienestar y del paraíso, son cuchitriles mal fabricados por los que las constructoras piden precios exorbitantes. La escena del agente inmobiliario López Vázquez es tan corrosiva pero cierta que no parece que hayan pasado los años por ella. Es exactamente lo mismo que hay ahora.
Y como esa, otros montones de secuencias terriblemente ácidas que encuentran el tono justo de crítica en su humor negrísimo. La de la choza del gitano no tiene desperdicio. Ni la de la absurda burocracia por la que los desahuciados tienen que tragar hasta para acudir a la beneficencia.
Probablemente la copia que veáis tenga la pátina sucia propia de un film maltratado, pero se podría rodar casi calcada en el Madrid del siglo veintiuno y no habría gran diferencia.
Después de casi seis décadas, la cosa sigue prácticamente igual.
Vivoleyendo
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