Es imposible que quien conozca "Un tranvía llamado deseo", ya sea la obra teatral de Tennessee Williams o su adaptación cinematográfica de Elia Kazan o las dos, no vea su espíritu claramente reflejado en esta comedia dramática de Woody Allen.
El neoyorquino vuelve a estar a la altura de "Match Point" en cuanto a la fuerza dramática y el punzante mensaje que lanza. Si bien "Blue Jasmine" no deja de tener abundantes rasgos de comedia, comedia bastante ácida por cierto, un elemento del que la otra carece, sin embargo no se trata de un humor ligero sin pretensiones, sino que es la risa cruda con la que uno se burla de sí mismo, de su propio fracaso, del que a veces se ríe por no echarse a llorar.
Woody no recrea aquí entrañables fantasías ni divertidas historias corales entrecruzadas, sino un duro período en la vida de dos hermanas que recuerda inevitablemente, como ya dije, a la obra de Tennessee Williams. Una atractiva mujer, refinada, sofisticada y de frágil salud mental, a las puertas de la madurez, llega arruinada, descalabrada y maltrecha para instalarse en la casa de su hermana menor. Ésta, de corazón tierno e incapaz de guardarle rencor, la acoge con los brazos abiertos, pero su hogar no es un remanso de paz y elegancia. Tiene dos hijos de un matrimonio roto y su actual novio, un humilde obrero al igual que su ex-marido, está a punto de mudarse para convivir con ella y los niños.
Jasmine es uno de los personajes femeninos mejor elaborados de toda la carrera de Allen. Como la desvalida y compleja Blanche Dubois en "Un tranvía llamado deseo", Jasmine está rodeada de los fantasmas de su pasado, que la persiguen y la perturban hasta el punto de que en ocasiones se comporta de forma extravagante: se queda como ausente y habla sola en mitad de la calle, sin advertir las miradas extrañadas de los transeúntes. Al mismo tiempo, Jasmine, que posee un autodefensivo mundo interior en el que trata de recomponer sus propios pedazos y juega a reinventarse y a adoptar otra identidad que la desligue de su estrepitosa caída, es lúcida pero no muy práctica, inteligente pero no avispada (no vio venir el descalabro hasta que lo tuvo ante las narices), y como ha llevado un tren de vida a todo lujo no sabe adaptarse a la sencillez de la clase media-baja a la que se ha visto reducida. Habiendo sido agasajada a espuertas y manejado montones de dinero, no entiende gran cosa de apretarse el cinturón y hacer cuentas para llegar a fin de mes.
Pese a la distancia que la separa de su hermana, la quiere y piensa que ésta debería aspirar a mejores partidos que unos don nadies, sin acordarse de que a ella tampoco le fue de maravilla con su esposo magnate.
Jasmine Francis, la Blanche Dubois actual, va atrapando con su tragedia personal. Su neurosis y sus crisis de ansiedad que trata de aplacar con pastillas y alcohol ponen en evidencia este sistema de adictos a la evasión para huir de las decepciones y problemas, su esfuerzo accidentado por empezar de nuevo en un ambiente poco propicio y sus geniales diálogos crean un magnífico rol femenino increíblemente interpretado por Cate Blanchett. Esta actriz consigue con creces que no se le coja manía a Jasmine, porque no es la clásica pija repelente de cabeza totalmente hueca, sino una mujer ex-acomodada y desgraciada que simplemente no quería ver porque era muy bonito fingir que vivía en un cuento de hadas, pero que en el fondo es como cualquiera y necesita el consuelo de querer y ser querida.