Oí hablar de esta película en la reciente temporada de premios, cuando empezó a llamar la atención de los críticos y en especial su protagonista, la joven Carey Mulligan (que logró una nominación al Oscar). Muchos destacaron la frescura de una actriz desconocida (su papel más relevante hasta la fecha había sido el de una de las hermanas de Keira Knightley en "Orgullo y prejuicio") que lograba comerse la pantalla en su recreación de una joven confundida entre el deber y el placer en el Londres de principios de los 60.

Ciertamente, Mulligan es lo mejor de una cinta que no me acabó de convencer. Ella transmite la frescura y la adorabilidad necesarias para creerse su personaje y darle una mayor dimensión a la cinta.

A tenor de las sinopsis que había leído, yo esperaba una suerte de versión de "Pigmalión", en el que un personaje adulto enseña cosas sobre lo humano y lo divino a una joven poco avezada. Sin embargo, la película trata más sobre la pérdida de la inocencia de una muchacha que acabará descubriendo algunos de los misterios de la vida y dándose cuenta de que no es oro todo lo que reluce. El guión, obra de Nick Hornby (autor de "Alta fidelidad" o "Un niño grande") no acaba de resultar tan convincente como debiera. Te crees lo que está pasando, pero está tratado con una frialdad que le hace perder enteros. No apura todas sus posibilidades.

Con todo ello, como buena producción británica que es, nos hallamos ante un buen conjunto de interpretaciones, entre los que destacan Alfred Molina como el padre, así como Olivia Williams y Emma Thompson de profesora y directora del colegio de Jenny.

Así pues, nos hallamos ante una película interesante, pero que podría haber llegado mucho más allá en todos los sentidos.