"Cayo Largo" es el ejemplo de una magnífica película de estudio. Y eso que estuvo rodado en un momento donde John Huston y Humphrey Bogart pasaban por tensos momentos en su legendaria amistad, en un clima de caza de brujas que solamente iría peor. No obstante, de aquella alianza de temperamentos volcánicos solían salir tremendos trabajos. Este film es uno de ellos.

El escenario es muy reducido. De hecho, cuando se adaptó a un programa de radio (con el propio Edward G. Robinson repitiendo papel) no existieron grandes problemas para esta pieza, casi teatral. De cualquier modo, siempre están ocurriendo situaciones que nos tienen embelesados, además de ser una metáfora elocuente del mundo cambiante tras la guerra.

Huston hace una de las mejores presentaciones de personajes al mostrar por primera vez al mafioso que caracteriza Robinson. Tarda en salir, aunque cuando lo hace, roba la escena. Un boceto de un emperador de la Ley Seca, batín de Lucky Luciano incluido. Su duelo con Bogart es memorable en todos los sentidos posibles.

También está, cómo no, Lauren Bacall, cuya química en pantalla con su marido se puede tocar incluso. Eso sí, aquí no es femme fatale, sino la viuda de un soldado caído. Aunque el personaje femenino clave es Claire Trevor, conmovedor en su miseria de principio a fin, justamente premiada por la Academia.

Hay secundarios de lujo como Lionel Barrymore, imponente aura desde esa silla de ruedas. Se exhibe un universo cambiante, los delincuentes ven cómo el alcohol ya está legalizado, solamente les resta probar fortuna en Cuba (El Padrino II), ya que aquellos políticos que ellos mismos auparon ahora les miran por encima del hombro.

Un film realmente cautivador.