Mucha gente en infinitos rincones del mundo suspira por tener una oportunidad. Cuanto menos, tener la satisfacción de saber que al menos el destino una vez contó con ellos, que pudieron ser grandes, o en su defecto, coquetear con la gloria. La historia de Rocky Balboa es uno de esos cuentos de hadas, la enésima carta de amor que el séptimo arte brinda al épico y terrible mundo del boxeo.

Sylvester Stallone emerge de sus difíciles y oscuros orígenes para firmar un guión meritorio, es cierto que simple, pero bien contado, narrado con nervio y tocando el corazón, con una Talia Shire deslumbrante en su timidez. Una cinta más que correcta, bendecida con una banda sonora muy precisa.

John G. Avildsen maneja con firmeza el tempo, a la par que la aparición de Burgess Meredith acelera el ritmo narrativo y crea una gran expectación para el público, aguardando ese gran combate frente a Apollo Creed (bien interpretado por un Carl Weathers, comodísimo en su rol de púgil provocador y amigo de las declaraciones altisonantes).

La lucha final es asimismo una pequeña joya y mantiene en vilo durante todo el tiempo. Es cierto que tal vez los Oscars pudieron haber ido a películas más comprometidas y artísticamente arriesgadas como la fabulosa y tenebrosa "Taxi Driver", pero no parece motivo suficiente para penalizar a esta emotiva historia del "Potro Italiano".