Más allá de comentarios sesudos sobre lo que constituye la frescura de un determinado tipo de cine, que podríamos denominar indie, y que esta película compendia en todas sus virtudes, lo primero que debo decir, y han pasado ya dos semanas desde que la vi, es que aun mantengo cierto estemecimiento al pensar en ella.

Pienso en cine indie, pero también pienso en Salinger o en Murakami, puesto que el argumento aquí reflejado, no deja de constituir parte de la mejor tradición de ese tipo de historias iniciáticas que en un determinado tiempo de la vida, sinó las hemos vivido, si que las hemos sentido cercanas. Esos momentos en los que se vive con pasiones desaforadas y extremas, donde todo o nada parecen tener arreglo, y que es cuando uno busca su lugar en el mundo.

El film está sustentado en 2 pilares, por un lado, en un argumento y dirección portentosos, da una información suficiente, pero no completa, no decae en ningún momento y posee una estética tan pulcra y limpia como adecuada al ritmo y su contexto.

Por otro lado, sus actores, si Javier Pereira esta espectacular, lo de Aura Garrido traspasa la pantalla, te llega al corazón y sientes la necesidad de abrazar a su personaje, entenderle y amarle. Pocas veces un ser de ficción me ha provocado tanta empatía.

Tengo la impresión que si esto lo hace Woody Allen y lo rueda un Nueva York, diríamos que estamos ante una obra maestra del genio, pero claro, aquí el director se apellida Irigoyen y está rodada en Madrid. Me hago cruces preguntándome el porqué de la no excesiva repercusión de un film, que para mi está entre las cumbres del cine español de los últimos años.