Fernando León de Aranoa vendría a ser nuestro Ken Loach particular, es decir, un cineasta especializado en retratar temas de fuerte calado social. En esta ocasión el director mezcla dos que, lamentablemente, suelen ir unidos: pobreza e inmigración. Marcela (Magaly Solier) es la protagonista, una joven que trabaja como asistenta para un anciano, Amador (Celso Bugallo), y que acaba de descubrir que está embarazada, lo que teniendo en cuenta su precaria situación es todo un drama.

Este tipo de producciones suelen tener como objetivo principal sensibilizar a la audiencia. Sin embargo, no sólo no consiguen que simpaticemos con las desdichas de Marcela, sino que la película tampoco funciona como crítica bienintencionada hacia las políticas inmigratorias (a las que prácticamente no se hace mención).

Su excesiva duración, su falta de fluidez, sus analogías baratas (la de las sirenas, por ejemplo, resulta de lo más tonta) o unas interpretaciones menores (a destacar la labor de Fanny de Castro, quien da vida al personaje más divertido de la función) son algunos de sus grandes males. Amador se perfila como uno de los peores trabajos del director hasta la fecha, una película que se va marchitando conforme avanza su trama, de la misma manera que lo hacen las flores que tan cuidadosamente prepara la protagonista.