Secuela de “Un hombre lobo americano en Londres” (1981), el clásico de culto de John Landis.

Esta vez, el americano que recibe la maldición de convertirse en lobo es Andy (Tom Everett Scott). En un viaje a París junto con dos amigos conoce a Sérafine (Julie Delpy) en una situación crítica: está a punto de suicidarse tirándose de la Torre Eiffel. Después de salvarla in extremis, intenta salir con ella, pero descubrirá que no es lo que aparenta, y se verá envuelto en una trama sobrenatural de la que él mismo sufrirá los efectos en sus propias carnes.

Como comedia de terror funciona muy bien, arrancando risas de vez en cuando y manteniendo al espectador entretenido. En algunas partes recuerda a filmes contemporáneos como el “Blade” (1998) de Norrington, más concretamente la escena de la fiesta en el “Club de la Lune”. Sin ser una maravilla cinematográfica cumple su cometido, y tanto actores como guión se adaptan bien a lo que se espera.

Si las secuelas tienen siempre colgado el sambenito de “segundas partes nunca fueron buenas”, al menos el filme de Waller es una buena opción para un consumo rápido que deje buen sabor de boca.