A veces es inevitable intentar realizar una comparación entre una película y el libro en el que se basa, pero esta vez el título lo requiere. Hay adaptaciones muy buenas, otras mediocres pero pasables, y otras irremediablemente malas. La que nos ocupa se acerca más a lo último, aunque sólo en el aspecto de la mejor o peor adaptación, no de la película en sí.

Hablando de la película, que de eso se trata, y metiéndome en la piel del espectador que no ha leído el libro, se trata de un thriller al uso con misterios, persecuciones, asesinatos y todos los ingredientes necesarios del género. Pero (siempre hay un pero) si bien un thriller tiene la función de dejar pegado en la butaca al espectador con la acción que desarrolla, aquí más bien te invitan a tomar un profundo y reparador sueño. Y no es porque Ron Howard no sepa hacer películas entretenidas y vistosas (todo lo contrario), sino que más bien habría que echarle la culpa a las interpretaciones. Tom Hanks está más soso que nunca y Audrey Tautou se queda helada (interpretativamente hablando, en el peor sentido) cuando le desvelan secretos que harían que el Papa cagara blando. Sólo Ian McKellen (magnífico, como siempre), Jean Reno y, aunque con poco protagonismo, Jürgen Prochnow, consiguen levantar la película del aburrimiento más absoluto.

Un thriller sin ritmo no es un thriller, a pesar del interesante planteamiento de la película y de los curiosos misterios que desvela. La historia, eso sí, está bien contada, pero para eso es mejor ponerse a leer el libro que es mucho más interesante.

Si consigue algo esta cinta es que, por muy increíble que sea lo que cuenta, nos hace pensar o, por lo menos, nos hace preguntarnos algunas cosas.