El cuchillo en el agua

En 1962 el polaco Roman Polanski se estrenó en el mundo del largometraje con El cuchillo en el agua, una película de poco presupuesto y pocos personajes, pero con muchas posibilidades de convertir a su director en lo que es hoy: uno de los mejores.
En ella vemos a Andrezj (Leon Niemczyk) y Christine (Jolanta Umecka), una pareja que, yendo de camino a pasar el día en su yate, se encuentran con un estudiante (Zygmunt Malanowicz), a quien recogen y se llevan con ellos a pasar el día. Una vez a bordo la tensión entre los dos hombres empezará a notarse, desencadenándose entre ellos una lucha en la que, para ganar, tendrán que dejar patentes sobre el otro sus cualidades varoniles, lo que desembocará en un fatal desenlace.

La película, con un guión bastante trabajado, no tiene especial interés aparte de por ser la carta de presentación de Polanski, pero es llamativa la atmósfera opresiva que el director consigue, paradójicamente, en un escenario abierto como es un lago. También hay que nombrar la carga de erotismo que se genera entre el estudiante y Christine (ésta, por cierto, mujer de extraña belleza), que nos anticipa en cierto modo lo que va a ocurrir.

Se cumplen 50 años, casi nada, de la opera prima de Polanski, este drama simbolista con el que entró por la puerta grande en la historia del cine. Película de autor ante todo, Polanski con 29 años realiza un "tour de fource" rodando en un ambiente mínimo, casi toda ella transcurre en un pequeño velero, con una dificultad técnica asombrosa y una brillantez creativa fantástica. A pesar de su medio siglo sigue conservando brío y tensión y ya quisieran muchos hoy día tener el don de manejar los recursos cinematográficos como demuestra, el hoy ya casi, octogenario director. La aparente minima historia apenas deja un resquicio al espectador avispado, proponiendole un discurso entre lineas donde la cuestión social del entramado socialista de la época, el aferrarse al paso de la vida con la lucha generacional, la vacuidad de las relaciones personales basadas en el poder material, la condición de la mujer, y un sinfín de matices y posibles relecturas que la convierten en un clásico indispensable. No apta para espectadores palomiteros por supuesto. Cine para aprender cine.

Polanski es de los pocos directores que cuando visitamos un sala a ver una de sus obras, sabemos que no vamos a salir defraudados. Para los que no somos sus contemporáneos no son muchas las obras que pudimos apreciar en la pantalla grande, en mi caso Perversa Luna de Hiel, El Pianista y The Ghost Writter.
La maestría de este genio consiste en mostrar con detallada delicadeza la condición humana que por un motivo u otro comienza a manifestarse como un conflicto. Sus personajes entran en conflicto consigo mismos y no por acción de terceros, o los terceros son simplemente los vectores que los desatan, pero el conflicto ya existía de antes. Los pensamientos que uno consideraría banales y no se plantearía si el personaje los piensa o no, Polanski los saca a la luz. No deja nada librado al azar. Carol en Repulsión, el atormentado Sr Trelkovsky en el Inquilino, y cómo estos personajes sutilmente van entrando en una vorágine creada por sus propias mentes hasta situaciones límites, por dar sólamente un par de ejemplos.

El cuchillo en el agua de Roman Polanski es un drama psicológico basado en una pareja que recoge con su coche a un joven autoestopista y lo invitan a pasar un día en un yate de vela, surgiendo entonces un extraño triangulo entre ellos que es la trama del film. Dirigida con un ritmo paulatino y con un estilo incitador reconocible y habitual del director, es una obra irresistible que va creando poco a poco la atmósfera apropiada para tener al público absorto y pendiente del desenlace, creando también una tensión sexual tentadora que aumenta el interés por el film, concluyendo una notable película que cautivará a todos los seguidores del género y del director, ya que además fue justamente nominada en los oscars a la mejor película de habla no inglesa.
La fotografía en blanco y negro es alusiva y portentosa en imágenes repleta de matices que son estéticamente apropiados, logrando una labor visualmente atractiva y desconcertante para atrapar al espectador. La música es insinuante y provocadora y es usada solo en los momentos oportunos, estimulando al público con sonidos instrumentales de jazz pero que son en ocasiones poco apropiados para la escena en cuestión. Los planos y movimientos de cámara consuman una estupenda y personal tarea técnica mediante el uso de los subjetivos, cámara en mano, primeros y primerísimos planos, grúas, detalles, generales y seguimiento que exprimen con particular estilo lo mejor de las interpretaciones y su entorno.
Las actuaciones son competentes y cumplidoras. Como protagonistas Leon Niemczyk está contundente y acertada en su labor, Jolanta Umecka sensual y provocativa y Zygmunt Malanowicz persuasivo en su labor creando un extraño triangulo de tentaciones que incita al público. Emplea para estos la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones carentes y sugestivos del momento y el lugar, al igual que los exteriores que te transportan in situ eficazmente.
El guion, escrito por el director junto con Jerzy Skolimowski, va creando interés poco a poco para crear el ambiente adecuado en un extraño triangulo formado por una pareja y un joven autoestopista que enganchará a los seguidores del director, ya que su trama es provocadora e incluso amenazadora por las constantes tensiones de varios tipos que surgen en el barco, finalizando un film remarcable del director que no defraudará a nadie. Esto se lleva a cabo con una narrativa insidiosa e incitadora que es equilibrada y algo discordante en sus continuas expresiones.
Concluyendo, la considero una obra indeleble y esencial en la filmografía del director y no solo por ser nominada al oscar en su categoría, sino también por ofrecer un entramado incitador que mantiene al público expectante y atento para ver el desenlace de la historia. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, montaje, planos, movimientos de cámara y narrativa que vuelven a El cuchillo en el agua, un film necesario en la filmografía del director que gustará a todos aquellos enganchados a su cine y estilo cinematográfico.

Ahí, en 1962, está todo: "A pleno sol" ( René Clément) "Náufragos" (Hitchcock) y el futuro geniecillo que con un guión sin fisuras y con bajo presupuesto, construye una pequeña gran obra primeriza, Polonia comunista le quedaba estrecha, y emigró. Lo que sigue es el desarrollo de ese talento: "Chinatown", "Repulsión", "El pianista", "El bebé de Rosemary" (impublicable el cambio del título título) y no pare usted de contar. Sigue siendo un emigrante pero no por judío sino por portarse muy mal...