The Fall: El sueño de Alexandria

Película dirigida, probablemente, por la MTV en la que Tarsem Singh demuestra que es un empalmado de la vida, y que tiene poca idea que el cine es algo más que un puñado de imágenes bonitas. Está el propósito, y por supuesto, los sentimientos, y Tarsem de ambas cosas entiende muy poquito. Que se compare "The fall" con el cine de otros autores como David Lynch, mucho más radical, surrealista, oscuro y arriesgado que Tarsem, o, sobre todo, con Terry Gilliam, bastante más adulto incluso en películas absolutamente infantiles como "Las aventuras del barón Münchausen" o "Los héroes del tiempo", ya ni hablo de "Tideland", "El rey pescador" o "Brazil", resulta demencial, porque Tarsem hace gala de una ingenuidad y de un infantilismo que resultan más que insoportables. Y que esto venga avalado por David Fincher y por Spike Jonze me pone aún más de mala leche. A dirigir, petulantes, no seáis unos Tarantinos de la vida.

El caso es que "The fall" no tiene sentimiento, en el amor que vemos no hay romanticismo, en esa historia entre el tipo y la niña no hay complicidad, solo una niña que se ríe estupidamente todo el rato, en esos cuentos no hay aventuras como dios manda, como las de antaño, no hay tensión, el humor es absolutamente estúpido. Y el motivo de todo eso es porque el capullazo de Tarsem no ha querido ir más allá, alejarse de toda la mierda complaciente, hacer una película para él y no para el público.
Cree que con bellas imágenes, con perderse en todo tipos de países gastando una millonada en las grabaciones ya lo tiene todo hecho. Pero no, existe algo más que ofrecer la misma mierda que siempre pero más bonita.

Es como compararme una tableta de chocolate cualquiera con la GLORIOSA tableta de chocolate con lacasitos sólo porque la primera venga en un mejor envase. Viene en mejor envase, sí, pero sabe a mierda. Como "The fall", eso es a lo que sabe, a lo que huele, todo el empeño que el espectador pone para disfrutar de la película, no es más que para recibir mierda, de otro color, muy clarita y luminosa, pero mierda de la buena.

Yo lo tengo claro. Mi culo no te lo vendo, Tarsem. Tú verás. Cambia el chip. O ve alguna película de los tipos con los que te comparan. Aunque puedan ser fallidas, en ellas hay mucho más cine que en la tuya.

Eso es justo lo que es esta película, un tremendo espectáculo visual de imágenes bellísimas, tremendamente conseguidas y realmente muy cuidadas, pero que su historia, tanto en el plano onírico, como, sobre todo, en el real, es absolutamente intrascendente, inconexa, carente de interés y poco creíble.

Muchos de estos defectos se le podrían perdonar en el plano en que se narra el cuento, pues precisamente, al ser un cuento casi inventado sobre la marcha en el que ambos personajes aportan su granito de arena según va cambiando su estado anímico es lógico que la historia avance dando bandazos, aunque de todos modos, el hecho de que el eje central sea inexistente te lleva a pensar que el cuento es sólo una mera y burda excusa para plasmar toda esa imaginería visual, pero que en el fondo es completamente prescindible y ni tan siquiera muchos de los paralelismos entre la realidad y el cuento están bien logrados. Un artificio puesto ahí porque es tremendamente bello, pero que el espectador terminar por aburrir por no aportar absolutamente nada.

Sin embargo, todo eso se le podría perdonar si la historia en el plano real ofreciese coherencia, verosimilitud e interés a la película, es decir, te hiciese interesar por los personajes y esa pequeña historia que debería resultar tierna y dramática, pero no, ni tan siquiera consigue eso. La historia, siendo sinceros, es una patraña. Demasiado almibarada, buscando emocionar cuando no da para ello y cuyo desenlace final me parece, siendo francos, un pegote.

Una película que sólo merece la pena ver por el despliegue visual y gran imaginación que muestra a la hora de crear imágenes oníricas realmente bellas, pero que no cumple, ni por asomo en ninguno de los otros aspectos, ya que termina por aburrir y no llega a convencer en ningún momento.

Lo cual quiere decir que no toda The Fall es escenas bonitas.

Temía que esta película pudiera ser la típica en la que el director se pierde tanto con la fotografía y con los paisajes hermosos, que se le olvida de contarnos algo interesante o mínimamente entretenido. Y tuve mucha suerte.

The Fall cuenta una historia real y una ficticia, un cuento. Todo narrado con mucho talento, dejando espacio para la diversión y para el dramatismo. A los personajes, a todos (tanto los del cuento como los de la historia real) les falta un poco de profundización que no les vendría nada mal, sin embargo tienen fuerza de sobra y el espectador acaba involucrándose con ellos. Con los de la historia real.
Sobre la historia ficticia decir que le falta un poco de seriedad. Es decir, todo es tan irreal que al espectador le cuesta un poco identificarse con los personajes del cuento. O sentir algo por ellos. Pero con todo eso, Tarsem Singh (que en un par de detalles magníficos deja bien claro que es un grandísimo director) sabe captar la esencia de la fantasía y transportarnos a ella.

Para ello, se sirve principalmente de la imagen. Indudablemente, la estética de The Fall es un milagro cinematográfico. Aquí se explotan al máximo las posibilidades del paisaje y de la fotografía, y se dota a las imágenes de una fuerza visual hipnótica, que hace de este filme uno especial. Porque 28 países y 4 años son 28 países y 4 años.

Catinca Untaru es clarísima merecedora de una estatuilla a los Oscar Junior, y junto con Lee Pace crea un dúo interpretativo fantástico, totalmente creíble, y que cautiva al espectador.

El final del cuento, y la narración de dicho final en la película, quedan un pelín forzados; pero el final de la película consiguió arrancarme una sonrisa, porque da un nuevo sentido a todo lo que había visto hasta el momento y porque semejante cierre lo merece.

Pero para ver The Fall, hay que ser consciente de que se va a ver un cuento, una fantasía, o una ida de olla. Como se prefiera. No se puede buscar realismo en sus personajes (los del cueeeeento), ni en las situaciones que viven, ni siquiera coherencia en sus actos, y es difícil empatizar con ellos (repito) o tomarlos en serio. Para ver The Fall, uno tiene que entregarse a la imaginación, dejándose llevar y atrapar por ella.

Y ya me callo.

Tal vez se puedan sacar algunos vídeos de ella, como película, nada. He leído en alguna crítica el calificativo de "Pretenciosa", efectivamente así es, lástima de presupuesto.

Los primeros minutos parecen prometer, a partir de ahí el desastre se hace manifiesto con cada plano posterior, ¡insoportable!.

Sería un error no recomendar esta película aunque fuera sólo por disfrutar de los paisajes de los que goza. Si bien no me parece tan imaginativa como he leído en otras críticas, cierto es que cuenta con un atractivo visual espectacular.
Por otra parte hay que valorar que, aunque en la parte correspondiente al hospital el uso del color en su dominante de valores acromáticos no está mal planteada, en la parte correspondiente al cuento y los viajes alrededor del mundo los colores no cuentan con un sentido más allá del despliegue de estética publicitaria, que delata la previa labor del director en el campo del videoclip.
Es estupendo como durante los primeros tres cuartos de hora asistimos a tan bellas como interesantes transfiguraciones del espacio, donde la aplicación de determinados colores parece estar forjándose en torno a un rigor cinematográfico (a expensas de la variedad de la gama cromática), pero que a partir de cierto momento comprobamos que colores que parecían significar "x", también significan "y" o "z" indistintamente, ya que sólo se prestan al servicio del preciosismo fotográfico, cuando esto también es posible estableciendo un riguroso sentido y significado.

El montaje de planos es en muchas ocasiones tan perplejo como chirriante, unas veces rompiendo el punto de vista y otras simplemente descentrándose de lo que convendría mostrar.

Con todo, es una película que merece ser vista -más que otras- en pantalla grande, así como el reconocimiento a su autor por su arduo trabajo de esfuerzo y voluntad a lo largo de cuatro años y veintiocho países (más que de su conocimiento y/o aplicación del lenguaje).