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Vértigo (De entre los muertos)

Intriga Scottie Fergusson (James Stewart) es un detective de la policía de San Francisco que padece de vértigo. Cuando un compañero cae al vacío desde una cornisa mientras persiguen a un delincuente, Scottie decide retirarse. Gavin Elster (Tom Helmore), un viejo amigo del colegio, lo contrata para un caso aparentemente muy simple: que vigile a su esposa Madeleine (Kim Novak), una bella mujer que está obsesionada con su pasado. (FILMAFFINITY)
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Críticas 262
Críticas ordenadas por utilidad
9 de mayo de 2005
47 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraordinaria película del maestro Hitchcock que trata (dicho por él mismo en una entrevista que le hizo Truffaut) sobre un hombre, James Stewart, que está obsesionado por hacer el amor con una muerta. Es decir, el tema es la necrofilia, pero está tan bien tratado que consigue escapar de lo escabroso con brillante estilo. Digna de destacar la fotografía, con una utilización nada azarosa de los colores, especialmente los rojos y verdes. El claustrofóbico restaurante donde Stewart ve por primera vez a la rubia que será motivo de su obsesión, Kim Novak, es una prueba de ello. No hay que perdérsela.
Antonius Block
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14 de enero de 2006
43 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mi, esta película forma parte del "quinteto" de las mejores películas de Hitchcock; las otras cuatro son, para mi: "Rebeca", "La ventana indiscreta", "Con la muerte en los talones" y "Psicosis".

Estamos ante la obra más "libre" del maestro inglés, que se permitió plasmar de manera desinhibida, en poca más de dos horas de metraje, sus fobias, sus sueños, sus deseos y sus frustraciones, haciendo la más personal de sus películas. Kim Novak, aún encontrándola gélida en algunos planos, da muy bien el corte de la "rubia" que en esta ocasión requería la película.

De sus dos partes diferenciadas, aún siendo muy buena la primera, me quedo con la segunda, después del juicio, porque da la sensación que es la parte que a él más le interesa, la del "modelaje" obsesivo de una persona según un recuerdo presstablecido. Indiscutible la magnífica actuación de James Stewart, sobre todo en el papel de enfermo de depresión: nunca en el cine he visto una expresión que refleje tan bien dicha enfermedad.

En definitiva, una película de visionado imprescindible, con una trama sólida, bien construída, con un tratamiento de actores clásico, un guión impecable, y una música excelente de Bernard Herrmann, muy "wagneriana" que le acaba de dar el toque de gran obra maestra a esta película.
FERRAN
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18 de agosto de 2012
34 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
…¿Es posible enamorarse de un sueño? ¿De algo que realmente no existe pero queremos, anhelamos y necesitamos para sobrevivir? Los espectadores nos enamoramos de proyecciones, de espejismos de una mentira conocida que aceptamos como verdad, que nos arrastra y nos conmueve, que nos engaña y nos seduce, que deseamos revelar y descubrir sus secretos, para hacernos descender en una interminable espiral. El cine siempre ha sido un truco de hipnosis, del artificio de lo invisible y “Vértigo” la magia que salió de la chistera de Alfred Hitchcock.

Como suele ocurrir en estos casos su camino y creación parecen ahora procedentes de un rocambolesco destino. Hitchcock quiso hacerse con los derechos de la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac (‘Celle qui n’était plus’) que finalmente adaptaría H.G. Clouzot en una de las cumbres del cine de suspense en “Las diabólicas”. Los autores ‘recompensaron’ al mítico director escribiendo ‘D'Entre Les Morts’ y ofreciendo los derechos a Paramount para que fuera llevada a la pantalla por él.

Esa catarsis del cine, el destino y la hipnosis la convierte en un ejercicio de prestidigitación: ¿No es el cine un espacio limitado en el que quedan atrapados sus personajes? ¿En el que están condenados a volver a asomarse y caer por el abismo? ¿A resurgir nuevamente de sus cenizas para volver a repetir el proceso? Woody Allen en “La rosa púrpura del Cairo” jugó con una posibilidad de escape ante ese trágico e interminable destino y espiral, pero “Vértigo” se centra en el ritual del proceso y del avance hacía la caída. Ensombrecida y espectral, recubierta por un halo de necrofilia y bucles infinitos, el destino en caída libre marcando la gravedad y precio de enamorarse de algo que no existe. La trama policial acaba siendo un mero mcguffin para centrarse en ese obsesivo, fetichista y necrofílico amor. Realmente “Vértigo” es un drama romántico en plenitud y tragedia.

La muerte y el amor arrastran la marea del suspense, lo anulan hasta darle el toque de gracia. Ese fue el motivo por el que Hitchcock da una estacada mortal a la incertidumbre y decide desvelar el misterio para que nos centremos en las dudas de esos seres perdidos en esa espiral en la que están atrapados sus destinos. El miedo a aceptar el sino se impone: todos estamos suspendidos y aferrándonos a la vida y mirando en la distancia a la muerte, guiados como Scottie por señales que nos conducen a través de lo fortuito. Tal vez el título original de la novela -y elegido en nuestro país- sea el más apropiado para entender esta obra maestra imperecedera. Volver de entre los muertos, como Scottie, como Madeleine, como San Francisco, como los espectadores que quedan tan desamparados como su protagonista. Porque hagamos lo que hagamos siempre caeremos…

… y volveremos a caer…
Maldito Bastardo
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15 de junio de 2013
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, ésta es la mejor película de Alfred Hitchcock, la vi por primera vez cuando se reestrenó en los cines de España en 1984, después de muchos años retirada de los canales de distribución, la impresión que me causó fue enorme, al contemplar una obra tan deslumbrante, pues yo tan sólo conocía al maestro por sus películas de suspense en T.V., pero a partir de entonces comprendí que tras esa etiqueta superflua se hallaba un cineasta complejo que diseccionaba el alma humana, buscando respuestas, recreando sus fobias y sus filias bajo cualquier pretexto o “McGuffin”, como él solía llamarlo. Luego supe que los críticos de la revista “Cahiers du cinema” lo habían colocado en el lugar que merecía, entre los grandes del cine.

Basada en una flojita novela de Boileau-Narcejac “De entre los muertos”, Vértigo no es deudora de nadie más que de su director. Él diseñó el “look” de la imagen, él dio las directrices del guión, él creó de la nada a los personajes; en definitiva: él hizo una obra personal, única e irrepetible. ¿Por qué todas estas alabanzas, repetidas desde hace tantos años en libros y revistas, en críticas y ensayos? ¿Por qué esta película ha suscitado el interés de gentes tan aparentemente alejadas del cine como filósofos o pintores? Sencillamente porque en Vértigo se está hablando de algo muy profundo, de algo que permanece en el subconsciente de cada uno y cuando aflora en forma de obra de arte es reconocido de una forma instintiva.

Vértigo no trata sólo de la acrofobia, que desde las primeras imágenes padece Scottie, un magistral James Stewart, sino de un vértigo mucho más oculto y mental, el vértigo de la creación, mejor dicho, de la recreación. La verdadera historia de la película, la más importante empieza cuando el espectador no advertido cree que se ha terminado con la muerte de Madeleine. Hitchcock obeso y obseso habla de necrofilia, pero no es sólo necrofilia lo que mueve a Scottie, sino la melancolía de la ausencia, que le impide aceptar vivir sin Madelaine y por eso la busca en todas partes. Pero no la quiere muerta, la quiere viva; por eso, cuando encuentra a Judy piensa que la ha reencontrado.

Vértigo es como un sueño que nos arrastra en sus espirales desde los famosos títulos de crédito creados por Saul Bass, mientras suena la maravillosa música de Bernard Hermann inspirada en la obertura de la ópera “Tristan e Isolda” de Wagner, sus tiempos son más musicales que dramáticos y no tienen una relación con el tiempo real. Tanto la rubia y misteriosa Madeleine como la pelirroja y sensual Judy, una fascinante Kim Novak, no sólo engaña y enamora a Scottie, sino al espectador que la sigue fascinado y se desespera junto con él. Si el cine es el arte de lo imaginario, pocas veces sueño y realidad habían sido objeto de un tratamiento tan obsesivo como el que ofrece Hitchcock en Vértigo. Consiguió una obra maestra de irrefrenable belleza visual, pero también una película inquietante sobre el amor y la pasión.
Antonio Morales
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22 de septiembre de 2016
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su estreno fue ninguneada. El público se desentendió de ella y los críticos la relegaron al cajón del olvido al considerar que no cumplía con el canon esperado del ‘mago del suspense’. Fue rechazada por tibia, insípida e indolente. Hay veces que un autor tiene un éxito arrollador, instantáneo y perdurable con su obra (El Quijote de Cervantes como ejemplo paradigmático). Otras veces, un autor no encuentra eco con su propuesta – por adelantarse a su tiempo o por no cumplir con las expectativas de su época – pero que sin embargo encuentra, años después, el justo reconocimiento y admiración que en realidad merece (véanse los casos de Franz Kafka o Vincent van Gogh). Esto fue el caso de ‘Vértigo’, que pasó del repudio original a la veneración actual en poco más de treinta años.

¿A qué se debió la desilusión inicial? Simplificando: se esperaba un cierto tipo de obra y su autor ofreció algo muy diferente. Rupturista y corrosiva pese a su aparente clasicismo. Han pasado casi sesenta años y conviene enumerar las novedades que ofrecía, camufladas bajo el convencional ropaje de thriller en tecnicolor. Empecemos con las innovaciones narrativas: su estructura circular, una espiral aciaga que empieza y termina con una caída mortal. La primera desencadena la narración, la segunda la cierra aunque no la concluye, ya que es un final ambiguo que nos permite múltiples interpretaciones: hemos asistido a una… ¿ensoñación pre mortem?, ¿a una locura post mortem?, ¿a un castigo divino por haber resucitado a una muerta?, ¿al triunfo de la culpa como precio por transgredir un tabú?, ¿o a una llamada del abismo?

Otra novedad – que luego devendría en cliché – es que el malo sale impune y conserva su libertad (y sólo sirve de coartada para desencadenar la trama policiaca). También resultaba transgresor que su protagonista femenina muriese a mitad del metraje – ardid que Hitchcock repetiría en ‘Psicosis’, pero rematando la faena mucho antes. Otra revolucionaria innovación – que mancillaba el aura impoluta del héroe clásico – fue que el protagonista masculino en realidad era un tarado emocional, un maltratador y un fetichista, además de un paranoico que con total impunidad manipula y fuerza a la mujer a la que supuestamente ama para satisfacer sus turbios instintos íntimos. El que ella consintiera semejante trato vejatorio suponía una negación del rol femenino de diosa inasible para defenestrarla y arrastrarla por lodazales de ignominia. La ponzoña moral lo impregna todo, menoscabando la figura del héroe, ya que lo vacía de cualquier superioridad ética y lo presenta como un necio inepto, que no sólo no salva a nadie, sino que es el responsable directo de la muerte de varios personajes.

Y lo más novedoso es su compleja estructura narrativa que se manifiesta en una serie de capas superpuestas que permiten adentrarse en su sugerente universo onírico según la curiosidad y disposición de cada uno. Estamos ante el nacimiento de la ambigüedad formal. Al producirse una brusca elipsis al poco de comenzar, todo lo que viene a continuación queda suspendido en el vacío (tema recurrente). La historia subsiguiente podría ser fruto del delirio provocado por la fatal caída inicial del protagonista – su peculiar descenso al averno – una fabulación histérica, una avalancha desbocada e irracional de imágenes que precede al colapso de la muerte. Por ello, la ‘realidad’ podría reducirse a los minutos iniciales de la cinta. El resto sería un espejismo mientras el protagonista cae y agoniza. Quizás. Algunos rechazan esta posibilidad porque necesitan y exigen certezas.

Entonces, ¿a qué se debe la modernidad de esta cinta? Para empezar, dinamita el género al que en apariencia se adscribe. A primera vista se trata de una cinta de suspense, pero en realidad es una trágica y desaforada historia de amor que utiliza el marco policiaco como mero punto de partida… y lo trasciende. Luego tenemos la destrucción de la figura del héroe, convirtiéndole en un abrumado pelele del destino, en un antihéroe fracasado. Finalmente, la compleja maraña emocional y psicológica (de dominio y sumisión) que engancha a sus dos protagonistas es de una turbiedad tóxica muy actual y que desborda las convenciones de su época.

Con el paso de los años se ha incrementado la estima y admiración por esta obra singular, ya que propone muchas interpretaciones sin cerrarse a ninguna. Tras su apariencia de inocente vehículo estelar de suspense, late un melodrama que puede tomarse como una reflexión del propio director (véase el mito de Pigmalión), ya que también es el retrato de un mirón y obseso sexual que quiere crear o reconstruir su ideal de belleza femenina – e incluso resucitarla, lo cual implica mefistofélicos ribetes necrófilos.

Y podríamos seguir enumerando prodigios, pero mejor dejemos abierta la puerta al torbellino de sugerencias que se despliega…
antonalva
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