Más allá del jardín

Para una historia alpargatera, de las de toda la vida del señor, de esas de amor y lujo tan queridas por la feliz ciudadanía. En este caso, centrada en los ardores cincuentones, propios del climaterio (Palmira dixit), sí, vulgarmente llamados menopaúsicos (pero ella es muy fina a la par que intrépida y filantrópica), que buscan un punto de fuga, salida como sea, sí también. El resto es melodramón mastuerzo; con marido bobo, hijo gay y niña tonta.
El resultado es un popurrí absurdo, un tanto grotesco y bastante mostrenco. Un ir y venir absurdo de polvos ridículos a misiones humanitarias, de tragedias familiares a miradas existenciales. Un anuncio agonizando cien minutos de vellón. Una gran flojera. Es esa especie de mejunje suavemente cutre que mezcla, sin ningún sentido ni el más mínimo pudor, y que salga el sol por Antequera, con oportunismo sangrante, el sexo, la libertad individual y la conciencia social en revoltijo espeluznante, despatarrado, pa' habernos matao.
Con escenas descacharrantes: el encuentro final de los enamorados, el gatillazo del pintor felón, el momento en el que Palmira se entera de la homosexualidad de su hijo (¡¡¿Cómo?!! Pero si lo veía hasta un ciego drogado y no se da cuenta la madre... Vamos a ver: ¿Esto es la epopeya despampanante de una heroína que en su madurez esplendorosa toma cartas en el asunto, se hace la dueña, de su destino o, por el contrario, no es más que el retrato cruel de una completa lela, egocéntrica y majadera para más señas?), las conversaciones con la hija, el médico, qué miedo, la interpretación de Bandera con su facha de macarra (esos pantalones rojos, esa sonrisa putañera..., madre del amor hermoso) y aires de gran semental, el desahogo cochero...
En fin, lo dicho, que no todo iba a ser follar.