La mejor oferta

Decía Uslar Pietri, en uno de sus ensayos, lo siguiente: «En donde está el hombre está la soledad como su sombra, que lo sigue, lo acecha, lo espera. Más dramático que el destino de Pedro Schlemyl, cuando vendió su sombra, ha de ser el de la persona que llega a vender su soledad. Y hasta casi podríamos decir que cada hombre tiene la soledad que merece, y que hay algunos que no han merecido ni merecerán ninguna» (La ciudad de nadie, capítulo III).

Cada vez parece más evidente el que los solitarios son, a pesar de serlo, o quizás debido a eso, quienes más necesitan de los demás. Algo curioso si se tiene en cuenta que, si esto es cierto, entonces los conversadores son los que menos se verían afectados por la ausencia de quienes en algún momento les rodearan. No porque su falta fuese insignificante sino que, debido a su capacidad (su confianza), podrían conocer continuamente a otros. Retomando lo dicho, es cada vez más obvio que el solitario afronta su propia condición y el cómo se relaciona con los demás de forma muy diferente al conversador. Donde uno ve mil puertas por abrir para curiosear y seguir de largo, el otro verá unas pocas puertas, quizá abiertas, quizá cerradas. O, dicho de otro modo, uno verá muchos retratos colgantes mientras el otro sólo puede ver uno además de una inmensa habitación vacía.

Aclarado esto, habría que agregar que la necesidad del solitario y su incapacidad (su falta de confianza) conforman su lado vulnerable, es decir, el ser ingenuo. Por lo que, sin importar cuán inteligente o hábil pueda ser en cualquier otra área, en la que refiere a cómo relacionarse siempre será un bebé (ni siquiera un niño todavía), pues formará lazos dependientes con unos pocos. Unos pocos de los que requerirá compañía regular si no constante, por pasar a formar parte de su bucle narrativo (rutina diaria). El problema está, si no se ha visto, en la forma en que compagina con el resto y en aquellos a los que se entrega de forma ciega. Pues su necesidad, su incapacidad y su ingenuidad son su particular maldición; aquella que le acompañará hasta su muerte. Este candor, esta falta de malicia, es lo que le impide saber si lo que ve es verdadero o falso; algo que le advierte a Virgil Oldman ―interpretado por Geoffrey Rush― uno de aquellos en los que llegó a confiar:

«―Las emociones humanas son como obras de arte. Se pueden falsificar. Parecen iguales que el original pero son una falsificación.

»―¿Una falsificación?

»―Todo se puede fingir. Alegría, dolor, odio, enfermedad, curación… Incluso el amor».

El caso de Virgil, además de ser un solitario resignado, es el de aquellos que «no han merecido ni merecerán» su condición. Es por ello que, aún ensimismado en el sufrimiento causado por su ingenuidad, cuando le preguntaron si estaba solo, luego de pensarlo un poco sólo pudo decir: «No, espero a alguien».

Bonita película rodada con suma delicadeza y muy buen gusto, y con un acertado protagonista que hace un gran papel. El guión es interesante, original y para nada predecible, con un muy buen desenlace.
Además de todo esto hay que resaltar que esta película hará las delicias de los aficionados y amantes del arte y de las antigüedades, y podrán disfrutar de unos escenarios y unos decorados extraordinarios, con todo lujo de pinturas, esculturas, mobiliario y otros objetos de siglos pasados.
Muy recomendable para el público que guste del buen cine, y menos para los que disfruten más de acción, ficción o comedia, aunque si se salen un poco de sus preferencias ésta sería una buena opción.
Saludos.

Sin lugar a dudas ha sido una de las mejores películas que haya visto.

Una buena cinta fílmica se distingue (según mi punto de vista), por lograr atrapar a el espectador por completo en la historia que cuanto la película y claramente Giuseppe Tornatore lo ha logrado a la perfección, dando como resultado una historia grandiosa, combinando el romance y el suspenso o misterio. Además la interpretación de una gran actor como Geoffrey Rush , quien dándole su toque característico , el cual logra en cada una de sus películas y también de una mujer hermosa como es Sylvia Hoeks quien le da a la película esa esencia y ese toque femenino tan hermoso , el cual hace distinguir a una gran película.

Además la enseñanza artística que nos muestra, hace destacarse completamente.

Que sí. Que el guión tiene trampas e hilos sueltos. Que a mitad de película ya se adivina por dónde van los tiros. Pero qué más da cuando te cuentan una buena historia y con ganas de volver a verla para descubrir esos pequeños detalles que se te escaparon.

Hay mucho listo que arremete contra esta película porque dice que no es real. Claro, por eso se llama película. Es que según dónde pones la frontera de la realidad no hay trama que aguante: ni El Padrino, ni La lista de Schindler, ni Pulp Fiction.

Si ves cine y no te gusta que te engañen, es que no te gusta el cine. Porque para disfrutar de él en plenitud hay que darle la libertad al director para que te manipule. Cuando vemos el espectáculo de un mago ya sabemos que hay truco e intuimos cómo lo hace. Sin embargo, suele dejarnos ese puntito de fascinación por su habilidad.

Esta historia me parece una maravillosa locura, mentirosa pero con sus puntos de verosimilitud.

Las películas llegan o no llegan, no hay más. No se puede hablar de engañosa porque todas lo son en algún momento. A mí me ha gustado y repetiré con ella. Algo que no suelo hacer.

Salvando las distancias, evoca de alguna manera a "Perversidad" de Fritz Lang. Curiosamente, otra historia basada en el mundo del arte y la pintura.

El drama de suspenso La migliore offerta (2013), del director italiano Giuseppe Tornatore, cuanta la historia de un merchant de arte que se obsesiona con una joven que padece un grave trastorno psicológico.

Por Nicolás Bianchi

En la construcción de la sensación de que hay algo disfuncional, una pieza que no encaja o falta en el rompecabezas, puede residir la principal virtud de La migliore oferta o The best offer (en definitiva el film está hablado en inglés), una película entretenida y correcta, que parece tener cierto aire de pretensión hitchcockeana que no se logra concretar. No ser tan bueno como el director inglés, uno de los mejores de la historia, no es un problema exclusivo de Tornatore, cuya obra más recordada es Cinema Paradiso (1988).

Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un mercader de arte y subastador sumamente exitoso, puntilloso y rico. Es, también, un alma solitaria. En una de las primeras escenas celebra solo su cumpleaños en un muy elegante restaurant. Pero Virgil tiene un lado B, una faz oscura. Junto a su amigo Billly Whistler (Donald Sutherland) diseñan pequeñas estafas durante las ventas de cuadros mediante las cuales el propio Virgil se hace de obras valiosas a precio vil, al hacerlas pasar por falsificaciones. Su palabra, su prestigio, es su principal capital.

Una atormentada mujer, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), se contacta con Virgil para que realice primero una tasación y luego organice una subasta de todas las obras, muebles y estatuas con las que cuenta en su villa, un caserón venido a menos que habla de tiempos pasados que fueron mejores. Luego de varias entrevistas frustradas, para pesar y malhumor de Virgil, la joven revela que padece de un trastorno muy peculiar, agorafobia, que le impide estar en espacios abiertos o compartir el mismo ambiente con otra persona. Por eso Claire permanece oculta tras una pared mientras Virgil, que cada vez irá ganando más su confianza, la visita.

Además del interés afectivo que comienza a brotar en el solitario y experimentado martillero, entre las baratijas que hay en la mansión aparecen distintas piezas de un autómata, una especie de proto robot, construido por un artista del siglo XIX al que Virgil estudió con profundidad. Para armarlo recurre a Robert (Jim Sturgess), un joven mujeriego que también irá guiando a Virgil como consejero sentimental. Todo lo que el protagonista sabe de arte lo desconoce a la hora de seducir, o al menos intentarlo. Sus compañías femeninas son un grupo de valiosos retratos de mujeres que guarda celosamente en una gran caja fuerte ubicada en su despampanante departamento.

Con todas esas piezas dispuestas, más algunas otras que surgen en el camino, Tornatore elabora una historia de suspenso en la que, desde un principio se construye la idea de que algo no concuerda del todo con lo que Virgil cree que está sucediendo. La película muestra cierta elegancia que recae sobre todo en la actuación de Rush, al que resulta un placer escuchar hablar en un inglés amanerado y formal. El interés recae, sobre todo, en la dilucidación del misterio que supone el personaje de la joven y bella Claire. Pero más allá de eso, que no está para nada mal, el film, desde lo visual y lo narrativo no tiene mucho más para ofrecer. Se trata de una opción volcada al entrenamiento, con una sólida actuación de su protagonista y un guión que tiene como mejor virtud el planteo inicial de la historia.