La ruleta china

Como Fassbinder murió, es fácil hacer de su cine un cine de culto. Pero esta película solo puede interesar como dato, como un ejemplo más de las obsesiones del director. Hay un excelente manejo de la cámara, que hace menos aburrido el rodar en un sitio cerrado. Menos aburrido, pero aburrido.
El jueguecito de la niña, que urde toda la trama, está apoyado en la afirmación de ella de que sus padres no le niegan nada. Pero cualquier padre o madre, incluso esos, se negarían a tanta idiotez.
A los actores se les encomienda un papel hierático, hecho de silencios y miradas. Al principio queda bien, pero luego cansa.
Como se ha señalado aquí este tipo de cine se hacía mucho en los setenta. Gustaban estas rarezas, también en la narrativa. Pero se ha quedado más anticuado que la abuela de Caperucita.

No conozco la trayectoria de Fassbinder y, a la vista de esta película, tampoco creo que la vaya a conocer. No me han quedado ganas.
El director trata un argumento que podía dar de sí pero ¡ay amigo! se nos pone estupendo y culto y comienza a jugar, no a la ruleta china, sino al juego más soberanamente aburrido, tedioso e increíble que pueda uno imaginar y soportar.
Las relaciones entre los personajes son totalmente increíbles, hieráticas, carentes de expresión. Los actores son meros muñecos que no transmiten ninguna sensación de verismo y por los que no sientes ninguna empatía. Trabajan mal o el director los maneja mal. El resultado, para mí, es totalmente nefasto. Cualquier actor español de reparto les da sopas con honda.
Si a lo más divertido que saben jugar los alemanes es a este juego (donde todos permanecen más aburridos todavía que tú, sufrido espectador) no me extraña nada que para distraerse Hitler invadiera Polonia. Mi consejo es que no pierdas el tiempo y te vayas a pasear.