Un asunto de mujeres

Me esperaba más, la verdad. En primer lugar, porque mi experiencia previa con Chabrol (“El carnicero”) me había resultado francamente fascinante y, en segundo, porque la sinopsis de “Un asunto de mujeres” (las prácticas abortivas de una mujer en la Francia de Vichy) me había inducido a suponer que esta peli iba a ser un dramón de tres pares de cojones.

Obviamente, andaba equivocado. Entre otras cosas porque “Un asunto de mujeres” ni resulta tan arrebatadora como “El carnicero” ni tampoco me parece, para nada, un dramón de los que hacen época.

Yo diría, en cualquier caso, que son dos —en concreto— los factores que influyen decisivamente en esa considerable decepción personal. Uno, la excesiva contención y sobriedad con la que Chabrol concibe su película y dos, la escasa (por no decir nula) empatía que despierta en el espectador Marie, el personaje interpretado por Isabelle Huppert. Una maquiavélica francesita con cara de no haber roto nunca un plato que hará todo lo posible y más con tal de ver cumplidos sus objetivos.

Lo más frustrante, sin embargo, es que Marie —a pesar de su codicia, egoísmo y mezquindad— es una pobre chica. Una pobre chica cuya terrible amoralidad nace de la ignorancia. Y ello, precisamente, es lo que nos impide tanto amarla como odiarla. Máxime cuando la hipocresía del propio estado legitima —en última instancia— una práctica tanto, o más cruel, que la desempeñada por la pobre Marie: el aborto nacional*.

Como bien me advirtió McTeague, deprimente. Muy deprimente. Pero, aún así, recomendable. Un siete.

Los hombres, las mujeres, no se dividen en buenos y malos, se encarga en decirnos una y otra vez Claude Chabrol. Los que se denominan buenos, prosigue, tienen a flor de piel malévolas pústulas que erupcionan con un simple arañazo; y aquellos a quienes tañamos de enemigos públicos juntan sus ignorancias y bellaquerías con gestos cariñosos y comprensibles decisiones.

En "Un asunto de mujeres", con la imprescindible guía de Isabelle Huppert, Chabrol nos acerca otra vez a las muertes ridículas, provocadas por fuerzas telúricas y de dudosa explicación.
Marie Latour, pésima esposa de soldado deprimido y deficiente madre de dos criaturas, encuentra en la interrupción de los embarazos, y en su afable colaboración con las prostitutas, una escapatoria económica a su gris existencia y un fácil encumbramiento de su autoestima. Como la conciencia, inmersa en el sueño eterno, no significa ningún obstáculo para ella, recupera su libertad dando rienda suelta a sus instintos. Pero un día......

El forense Chabrol, como ya nos tiene acostumbrados, desviscera la condición humana buscando en su interior alguna explicación a sus extraños comportamientos. La mayoría de las pitonisas fracasaron en la publicación de sus oráculos; pero aquí, el sumo sacerdote del crimen nos sirve razones suficientes para desecharlo, al menos como arma disuasoria de la Justicia.

Retrato desgarrador el que Chabrol crea en una Francia ocupada por las tropas alemanas durante la segunda guerra mundial. Dentro de ese cuadro de miedo, hambre y dolor una francesa cualquiera con dos hijos que alimentar sin nada de alimento y un marido en la guerra intenta sobrevivir si para ello tiene que dejar de sentir.

Huppert es de nuevo la encargada de interpretar lo que mejor sabe hacer. Y toma las riendas de una mujer fría y sin nada de empatía. Sobresale en su trabajo igual que prácticamente todo el elenco de la película. François Cluzet encarna fantásticamente al marido ausente. Ausente por la guerra y ausente a los ojos de su mujer cuando vuelve de ella.

A “Un asunto de mujeres” le falta algo en su historia. Algo que nos enganche durante toda la trama, algo que nos convenza que su protagonista, es en sí, una víctima de las miserias de la guerra.

Muy buena película francesa, del director de otras pequeñas joyas como El Infierno, La Ceremonia o En el corazón de la mentira. Es una cinta dura, triste, desesperanzadora, con una Isabelle Huppert genial una vez más, con un François Cluzet que no me acaba de llegar ( le encuentro un parecido físico asombroso con el gran Dustin Hoffman ) y una tristemente desaparecida Marie Trintignant guapísima y con una muy peculiar voz ( hay que verla en versión original ).

Desde luego, no es una película para deprimidos y se le nota algo el paso del tiempo pero merece la pena, sín duda.

Una película fría como la mirada de una siempre espléndida Isabelle Huppert (cada día admiro más a ésta actriz), más distante de lo que puede parecer, que plantea muchos interrogantes de moralidad sin resolver ninguno, lo que da lugar a dejarnos meditando en silencio un buen rato. Sí, es fría en su puesta en escena pero es dura y desalentadora.

Es fácil emitir juicios morales cuando no pasamos necesidades y cuando no vivimos en un territorio desarmado y masacrado por la guerra. También pasa lo contrario, el apego a ciegas a la protagonista debido a que la entendemos y la abrazamos porque empatizamos con ella. Yo creo que nos sucede una cosa y la otra, y ese es el triunfo del filme. A mi particularmente, Marie me resultó desagradable como mujer, como madre y como esposa ahora bien, eso no me impide ver la tremenda injusticia que el Estado cometió con ella, usándola como ciervo al que hay que sacrificar a los fines de instaurar los valores sociales perdidos, que no es culpa del ciudadano de a pie el que se pierdan, pero siempre son las víctimas de las circunstancias. De la carencia de escrúpulos y de la ineptitud de quienes sustentan el poder.

No sé si es un asunto de mujeres cuando en el camino se hace daño a todos: mujeres, hombres y niños. Ojo con eso. Seguramente a día de hoy ésta cinta es un emblema de los colectivistas que supuestamente representan a las minorías pero que no hacen más que despilfarrar odio.

Para concluir, la película es buenísima y da para pensar. No hemos cambiado ni cambiaremos como sociedad.

Muy recomendable.