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El gato

Drama Basada en una novela del escritor belga Georges Simenon. Los protagonistas son un viejo matrimonio distanciado por el tedio y la incomunicación. Ella fue acróbata de un circo, él tipógrafo. El marido concentra todo su afecto en un gato que ha encontrado en la calle; pero, precisamente por ello, el gato es víctima del odio de la esposa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
2 de mayo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
138/34(28/04/21) Excelente drama francés a reivindicar que deconstruye como pocos he visto la institución del matrimonio de modo desgarrador, ello gracias a una dirección maravillosa del poco conocido Pierre Granier-Deferre, que también guioniza junto a Pascal Jardin (“El viejo fusil”), adaptando (con alguna alteración) la novela homónima del belga Georges Simenon de 1967. La historia se especula que se originó a partir de la complicada relación de Georges Simenon con su madre. Teniedno entre sus dos sólidos pilares unas actuaciones Titánicas de los protagonistas absolutos Simon Signoret y Jean Gabin (el actor y Simenon eran muy amigos y el intérprete hizo diez filmes adaptados de Simenon), en un tour de forcé sensacional, donde llevan todo el peso del relato, estando la mayor parte del tiempo solos en la quejumbrosa residencia, y donde apenas se hablan y prácticamente todo lo expresan con miradas y gestos, dan una lección extraordinaria de tener una estremecedora química, haciendo al espectador partícipe de esta cortante relación que entra en la piel como un cuchillo en la mantequilla caliente, sublimes.

Una película que toca temas como el desgaste del matrimonio con los años, el paso lapidario del tiempo, los celos, el amor fatal, la venganza, o el desamor que nos lleva al leit-motive del amor-odio. Toda es caída al vació de una pareja es enmarcada hábilmente en un entorno post-apocalíptico, en clara alegoría de la mente del andén marital, pues el barrio de la residencia está siendo echado abajo por bolas de demolición y excavadoras, solo queda su decadente morada, todo ello hace que la dirección nos haga calar una honda angustia existencial, sensación de abandono y aislamiento del mundo, derivando en un metraje cruento, hiriente, doliente, un film de cuasi-terror micológico que nos traslada un clima denso y amargo, donde la tensión va increscendo hasta hacerse insoportable, para una cinta desesperanzadora y pesimista que provoca un aire enfermizo. Tiene varios paralelismos obvios con la obra de 1962 de Edward Albee “Quién teme a Virginia Woolf” (llevada al cine con éxito por Mike Nichols con Liz Taylor y Richard Burton en 1966) y con la novela de 1981 de Warren Adler “La Guerra de los Roses” (llevada al cine por Danny de Vito con Kathleen Turner y Michael Douglas en 1989).

La historia comienza con unos créditos sobre un primer plano de una sirena de ambulancia que recorre calles, luego entramos en un hospital con una camilla ocupada, y una enfermera repite el apellido B-o-u-i-n, y saltamos atrás en el tiempo, de modo intrigante a ver dos personas mayores, Signoret y Gabin, uno tras otro sin ir juntos, van haciendo diferentes compras por el barrio, escenario de guerra donde todo está derruido a su alrededor porque están echando abajo los edificios, los dos entran (ella cojeando) por separado en su casa (para dejar constancia de su individualidad, Gabin cierra cuando ella está a apenas dos metros de él), residencia al fondo de una calle sin salida, con los aledaños derrumbados y en obras de limpieza urbana, con calles levantadas, con palas, grúas, obreros, ruido ensordecedor. Dentro del hogar los dos se ponen a cocinarse por separado, comen en mesas separadas, hacen sus rutinas sin dirigirse mínimamente la palabra, vemos algún flash-back donde seguramente son ellos en momentos bucólicos de felicidad juvenil bañándose desnudos en un lago, volvemos a estos dos extraños conviviendo cual si no vieran el uno al otro, estando sentados en la salita uno frente al otro él escribe una nota y se la tira a ella, le cae sobre el regazo, pero ella no la mira, él se levanta y se marcha, se acuestan en el mismo dormitorio cada uno en una cama, él con un gato al que acaricia ante la inquisidora mirada de ella, que solo tiene como válvula de escape proyectar en la pared su años de funambulista en un circo. Y saltamos al pasado cercano, donde aún se hablaban un poquito, y como la situación degeneró al silencio.

Asistimos como un matrimonio ya muy desgastado se van hiriendo poco a poco en un crescendo dramático insoportable, creando una atmósfera a su alrededor asfixiante. Una relación que sentimos áspera, donde los gestos y ojos hablan más que las palabras, y cuando estas aparecen son para ser puñaladas, es la sensación de que asistimos a una master-class de puro cine, donde el poder de las imágenes se te clava. Una degradación moral donde el gato se convierte en el chivo expiatorio de los males por parte de ella, mientras para él es su válvula de escape para dar cariño desinteresado, de la mujer su escape lo da en el alcohol y el tabaco (mal negocio). Es un duelo de maltratos psíquicos hastiante, donde ella no puede vivir sin él, pero él a pesar de lo que escenifica tampoco puede (cuando él visita a su amante va a visitar a su amante Nelly encarnada por una buena Annie Cordy, no hace más que hablar de Clémence), una malsana batalla, donde las mayores hostilidades se dan en los amargos tóxicos silencios, es una radiografía enfermiza de la tristeza como modo de vida ordinario, una espiral opresiva que te deja sin respiración.

Ello en una vivienda que se convierte en su propio presidio, presos de su pasado juntos, hogar a punto de serles expropiado por la maquinaria implacable del progreso, avisos que les llegan que se antojan como algo metafísico que les avisan que están obsoletos en este mundo, su vida ya importa poco al tren del futuro que llega para en la periferia de París demoler el pasado viejo para engendrar rascacielos modernos, brillante alegoría, entre la macilenta pareja y su hábitat. Son dos personas unidas en el destino, que hace mucho que están vinculadas para Bien y sobre todo para Mal, el egoísmo, las miserias, la mezquindad, el patetismo, las llagas les escuecen hondamente. Todo esto expuesto con grandes matices, con una solidez narrativa punzante, una senda sin retorno a la autodestrucción. Todo para desembocar en un final desgarrador de los que se te queda en el alma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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24 de junio de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La demolición del barrio simboliza lo que vamos a ir presenciando con la molicie de un matrimonio abocado a sus suspiros de hiel, amargura, incomprensión, desencanto.

Con un Gabin y una Signoret inmensos, ellos solitos levantan el terrible foso que los separa con unas dosis de melancolía preñada de humor carbón de la mejor calidad.

Una obra profundamente sombría sobre el matrimonio, el amor en fuga, la vejez, el no retorno de los buenos momentos, la imposibilidad de una nueva juventud, la vejez, una parada antes del soplido final.

Captando en esa sucia neblina parisina, con un uso realista de la luz, el final de una época, mayo del 68 estaba a la vuelta de la esquina, hoy sabemos que sirvió de poco, para fortalecer los cimientos del capitalismo.
El crepúsculo de un matrimonio narrado con una crueldad digna de Sade, descarnado retrato de la vejez.

Ese año 1971 dirigió Pierre Granier-Deferre, probablemente sus dos mejores películas, las dos parten de la pluma de Simenon y la adaptación y diálogos corren a cargo de él y su estrecho colaborador Pascal Jardin.
La otra "La viuda Couderc", también con la portentosa Simone Signoret y un Alain Delon, en plena forma.

Una historia para levantar el ánimo, si la ves a las cuatro de la mañana igual echas mano del tarro de barbitúricos.
Muy aconsejable sobre el devenir devastador del transcurrir del tiempo.
Zappianin
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