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El muelle de las brumas

Drama. Romance. Thriller Un desertor del ejército francés (Jean Gabin), llega a Le Havre -una ciudad permanentemente envuelta en la niebla-, para huir en barco. Conoce a Nelly (Michèle Morgan) en Casa Panamá, un garito del muelle, y simpatizan de inmediato; ella es una joven de 17 años tiranizada por su tutor, Zabel (Michele Simon), un hombre extraño que mantiene tratos con un grupo de jóvenes que juegan a ser mafiosos. Uno de ellos acosa a Nelly, y Jean lo ... [+]
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
5 de noviembre de 2009
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre brumas apareció, con su ropa de soldado, la seriedad en su rostro, buscando un nuevo camino. Confirmó que no le interesaba hablar mucho y se fumó un cigarro. Por salvarle la vida a quien se iba a convertir en un fiel amigo, un despierto perro callejero, me regala una inolvidable reflexión, sobre ese disparo que arrebata vidas ante algo que parece un simple juego de niños. Su mirada dice tanto como su personal voz y lo que no estaba dispuesta a aceptar tan fácilmente esta vez, me fue arrebatado en un instante. Entregaba toda mi atención y admiración al desertor. Ya no existía ninguna barrera entre nosotros.

Los placeres de la pobreza los representa la casa de Panamá, un viejo y austero local cerca del muelle donde cualquier alma perdida o arrojada es bien recibida si sólo necesita de su propia compañía. Allí estaba ella, esos preciosos ojos luminosos que atravesaban la ventana de la cocina del local. Donde él pudo alimentarse y deleitarse de esa bonita presencia. Mientras masticaba le hablaba con su propia rudeza del amor, del distinto lenguaje de hombres y mujeres... de la estimable falta de esos sentimientos. La miraba, le decía que como en el cine, la contemplaba y le gustaba, se enamoraba.

Ante un sobresalto protagonizado por un tosco y horrible hombre parece que ambos se pueden comprender, pueden disfrutar de unas horas de compañía, dos soledades unidas en un muelle oscuro, nocturno, difuminado en el horizonte. Esta joven dama, que no conoce el amor, el verdadero calor humano, junto al hombre que olvidó amar, olvidó su propio respeto.

No están solos en esta historia, no mientras el mundo siga siendo una bruma de hostilidad y soledades compartidas. Pues un pintor decidió que su vida en manos de otra persona sería tan valiosa como ese dibujo que nunca muestra la realidad en manos del autor pero fascina al visitante que lo descubre. Unos jóvenes con agallas como nombre pero sin valentía frente a la verdad, que persiguen un crimen. Un ogro que subsiste con su rancia voz y peculiar aspecto como lobo que se alimenta de la caperucita que representa Nelly. Todos ocultan un rastro, lo que parecen y lo que no son.

Un muchacho humillado por el desertor, abofeteado hasta que sus lágrimas se escapan por la ridícula situación que protagoniza... por qué olvidar a este joven.

Un barco, a punto de zarpar, una oportunidad para una nueva vida, lejos, muy lejos de ese lugar de paso, como el pintor que pinta ahogados cuando ve nadadores, ante el marinero que piensa en arte sin importar el motivo dibujado.

Un hombre, lejos de ser alguien, puede estremecer mi razón, mi alma, al abrazar con fuerza a esa muchacha, al amarla una y otra vez en una oscura noche, en un hotel cualquiera,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
mnemea
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14 de mayo de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El muelle de las brumas” es, sin lugar a dudas, una de las películas referentes del cine francés de todos los tiempos, Jacques Prévert, colaborador habitual de Carné, fue el encargado de escribir el guión que está basado en una novela escrita por Pierre Dumarchais. En él, se nos cuenta una historia de carácter social, pero protagonizada por personajes que parecen salidos de un sueño, como el pintor que se quiere suicidar, el borracho que únicamente desea dormir una noche en una cama con sábanas blancas o Panamá, el dueño de la taberna portuaria, cuya bondad con los demás únicamente es comparable con su amor por el país con cuyo nombre le han apodado.

En la película se nos presenta una soberbia combinación entre cine negro y el realismo poético francés tan en boga en la época. Tanto la trama como la recreación de los escenarios nos remiten al cine negro, así como el personaje de Jean (interpretado por un siempre infalible Jean Gabin), quien encarna al prototipo de antihéroe que tanto éxito tendría cuando el género emergió en Hollywood: un hombre antipático, atormentado y que huye de su pasado; alguien que lucha contra su fatídico destino, pero que lo hace sin esperanza, casi por inercia. Carné, con su puesta en escena encierra a sus personajes en encuadres simbólicos que de algún modo los sitúa en un punto intermedio entre realidad y sueño, baste citar por ejemplo el destino del pintor antes mencionado, uno de esos perdidos personajes que pululan por ese muelle, y que pinta cosas que nadie ve, un destino buscado conscientemente y que es recibido con terrible frialdad por el resto de personajes. Carné habla del amor, pero también de la muerte, la que todo se lleva. Todo.

La fotografía, obra de Eugen Schufftan, es sencillamente magistral, usando la niebla como un elemento activo en la película. Para ellos se utilizó una iluminación dura que contrasta claramente las escenas diurnas con las nocturnas. A ello se suma la dirección artística del maestro Alexander Trauner, el cual crea unas escenografías estilizadas, casi fantasmagóricas. A destacar también la fantástica actuación de la pareja protagonista. Jean Gabin vuelve a repetir el mismo tipo de personaje que había realizado el año anterior en otra gran película, “Pépé le Moko” (Julien Duvivier, 1937), su papel de hombre duro, fuerte, pero frágil por dentro y de buen corazón nos vuelve a llegar a lo más hondo. Para ello cuenta con la inestimable colaboración de su compañera en la película Michéle Morgan, cuya mirada pura y cristalina nos introduce en un mundo de nostalgia.

Una película maravillosa en la que todos los personajes (incluidos los secundarios) están desarrollados a la perfección y las escenas se suceden a buen ritmo; una pequeña joya, considerada como una de las obras cumbre de su director y del cine francés en general.
Juan Marey
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5 de enero de 2021
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una ciudad portuaria es un lugar abierto al mar, un laberinto de paso, ese enclave envuelto en una niebla de esperanza, esa tierra de nadie de la que todos quieren salir y donde acaban fondeando los amores perdidos.

Todo esto es el puerto francés de Le Havre en los años treinta. Y de todo esto habla la película de Marcel Canré. Se siente y se palpa en primera persona el ambiente portuario en cada calle empedrada, en cada taberna de mala muerte, en la actividad frenética de los muelles de carga y descarga, en ese sonido desgarrador de las sirenas de los buques, naves que se alejan hacia destinos tropicales, tierras cálidas, soleadas, repletas de oportunidades, una nueva vida en Panamá o Venezuela.

Como buen cruce de caminos, Le Havre es un hervidero de historias cuyos intereses acaban embistiendo unos con otros.

Los tres personajes principales están desarrollados con hondura. Lucen vulnerables, perdidos en la bruma, atados al mástil de la vida que les ha tocado vivir, pero incapaces de dejar de escuchar el canto de amor de las sirenas, a la deriva, en el curso de ese sentimiento. El amor es el puerto donde les gustaría arribar y fondear.

Es éste un drama con aliento poético, que tal vez se inspire en los aires románticos de “L'Atalante” (Jean Vigo, 1934) pero que exhala lo que, en muy poco tiempo, será el turbio humo de fatalismo del género ‘noir’.

Las interpretaciones del rotundo Jean Gabin, de la radiante Michèle Morgan y del gran Michel Simon son antológicas. Los diálogos existencialistas de Jacques Prévert son para enmarcarlos. Eugen Schüfftan ilumina el rostro de los amantes en primeros planos arrebatadores. Todo suma aquí: la prodigiosa luz de las escenas nocturnas; los sets de rodaje bajo la dirección artística de Alexandre Trauner, donde hasta el más mínimo detalle refuerza los sentimientos expresados en cada plano; el vals compuesto por Maurice Jaubert y que refleja de manera hipnótica los vaivenes de los anhelos flotando en las olas; y, por último, la elocuente puesta en escena de Marcel Carné, repleta de recursos, de genialidades y de entrega.

Íntima, conmovedora e inolvidable. En definitiva, si “El muelle de las brumas” no es una obra maestra, se parece mucho.

https://cautivodelmal.wordpress.com/
Cautivo del mal
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18 de enero de 2015
13 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las Historias del Cine seguirán hablando del Realismo Francés, aquel movimiento de los años 30 del siglo pasado con el que los galos intentaban rehacer su cinematografía y que pretendía reflejar, (en sus ambientes suburbanos, sus personajes en la encrucijada, su deformación de la realidad en aras a embellecer la prosaica realidad, su cuidada estética formal y, por qué no, sus pinceladas de crítica social), un universo ciertamente personal. Clair, Carné, Duvivier, Feyder, algún que otro Renoir...

Al menos sobre el papel, es decir, en las Historias del Cine, "El muelle de las brumas" suena bien. Fue un film importante, fruto de la colaboración de artistas importantes en su momento, premonitorio con su atmósfera sombría de la Francia que, dos años antes de la Segunda Guerra Mundial, ya olía, en palabras de Jean-Pierre Jeancolas, “a pólvora, a muerte y al fin de una civilización”. Prévert y Carné fueron, incluso, acusados de hacerle la cama al fascismo, como sugiere el blog "el reino de las sombras", (no entiendo por qué en un film de espíritu pretendidamente libertario) . Las autoridades, por su parte, bajo un nuevo signo censor y desencadenada la tragedia bélica, llegarían a decir en 1940, “si hemos perdido la guerra, culpad a El Muelle de las Brumas”. Carné responderá: “No culpéis a un barómetro por predecir la tormenta”.

Suena todo apasionante, pero el problema es ver, en 2015, la película.

No he visto las brumas del título por ningún lado, y eso que todos los usuarios las recuerdan, (y no es broma, salvo en breves planos transitorios nocturnos, todas las escenas se desarrollan en nítida luz: el abofeteamiento del matón, los paseos por la calle viendo escaparates, la escena final...). Por favor, no confundir bruma con tormenta. Ni amor con folletín. Lo peor del caso no es que sea otro folletín apolillado muy previsible en su puro aspecto argumental. No, lo peor es que el clima pretendidamente poético es más previsible todavía, más viejo aún. Pobre Jacques Prevert.

Nos quedan Gabin y Morgan, sin los cuales esto no se tragaría ni con patatas, (en honor a la verdad, Michel Simon está menos cargante que nunca, vamos a reconocerlo). Nos queda algún primer plano glorioso, y un conato de calor en el aliento amoroso, (la especialidad de Carné, que al final, no obstante, lo estropeaba todo en su carencia de sentido de la dosis correcta, como ya le pasaba en "Los niños del paraíso"). Bah, algún apunte por aquí y por allá, y poco más. ¿No os ha pasado escribir, o pensar, algo por la noche creyendo que estabáis sembrados, leerlo al día siguiente y pensar que sois gilipollas? A mí, continuamente. Eso ha pasado también cuando al realismo poético de Carné le han embestido unas cuantas décadas.

Y no obstante, la fórmula no siempre fallaba. Véase "Pepé le Mokó", solo un año anterior a esta, para comprobar que, con otras dosis, el realismo poético podía ser poético de verdad. La vi de noche, miedo me da verla al día siguiente.
berenice
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26 de abril de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imágenes y diálogos que se clavan en la memoria.
Un escenario, cercanías de un muelle en Le Havre, brumoso, triste, peligroso, sin esperanza.
Tres actores prodigiosos: los enormes Jean Gabin y Michel Simon y la bellísima Michèle Morgan.
Película negra, sobre la desesperanza, la violencia y la muerte, el abuso hacia el más débil. La esperanza (escapar a Venezuela Gabin, estar con alguien que nos proteja Morgan y el perro vagabundo) es apenas un sueño, dura escasas horas. No hay salida.
Y al fondo, esa insólita e inolvidable guarida de marginados que es Chez Panamá.
hispavox
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