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España España · Castellón de la Plana
Críticas de mnemea
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Críticas 263
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
Rabbit (C)
CortometrajeAnimación
Reino Unido2005
6,4
360
Animación
8
28 de octubre de 2018
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Quién no ha imaginado alguna vez la vida de los niños de caras sonrientes y halo inocente que ilustraban las cajas de cereales de los años 50, esas que ahora llamamos retro y exponemos en nuestras casas. En el 2005 Run Wrake abrió una de esas rancias cajas y en pleno subidón de azúcar creó Rabbit, un inofensivo título para nueve codiciosos minutos de espectáculo animado.

La simpleza de la historia radica en ese mismo planteamiento, la avaricia de unos niños que encuentran un ídolo que exprimir para su propio beneficio. El inicio, que da título al corto, se convierte en una alegoría de Alicia en el país de las Maravillas, en una realidad disfrazada de cuchillo modificando el país por uno pesadillesco.

El trasfondo de enseñanza maldad-consecuencia se oculta tras la imagen. Es aquí donde la originalidad se apodera de la historia. No es una casualidad lo de los cereales, Run Wrake utilizó imágenes de cromos antiguos para recrear este mundo, aunque lo más llamativo sea la idea de subtitular los objetos dando a cada uno un protagonismo propio, en un metraje mudo acompañado por leves melodías puntuales.

Imaginad el sacrificio de la estaticidad de estampas educativas, mancilladas por un pecado común que se lleva al extremo multiplicando el egocentrismo, con una mezcla de fantasía y estereotipos reales representados en el uso de iconos ingleses por todos conocidos. Tal vez así no nos acerquemos al corto, pero sí se comprende el trabajo del 14 meses del director, por el que estuvo nominado a los BAFTA como mejor corto de animación, obtuvo una mención especial en el festival de Cracow y consiguió el mayor galardón en el festival de Rotterdam y Vila do Conde. Un buen comienzo.

En 2008, manteniendo su gusto por la ilustración de esta determinada época y con un perfeccionado estilo de superposición de recortes, creó el corto The Control Master, un guiño a la sci-fi de los años 50, que también consiguió varios galardones.

La estética y el estilo ilustrativo lo dicen todo en un corto animado en el que llamar la atención siempre juega con el ajustado tiempo. Lo importante aquí es un conejo que desencadena la destrucción de la adorabilidad de los infantes sonrientes, en esta ocasión añade un «rabbit» que acompaña sus movimientos, y aunque no lo digan, lo sabemos, la avaricia rompe el saco, o reconstruye conejos, que viene a ser lo mismo.

Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
mnemea
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5
19 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han clavado puerta tras puerta. Las ventanas permanecen cerradas. Así limitan el espacio los hermanos Spierig en Winchester: La casa que construyeron los espíritus el título que anuncia esa historia que, para quien la conoce, desea que destile un homenaje al terror aferrado al clasicismo, al fantasma, al sobresalto, al estrangulamiento espacial.

Con ese amor infinito que compartimos ante las historias que comienzan con un “inspirado en hechos reales” todo el mundo debería saber que Sarah Winchester es la viuda del que fue heredero de la empresa Winchester, potenciadora de las armas de repetición y semi-automáticas. Viuda es la palabra perfecta para una mujer que, tras la pérdida de su hija y su marido jamás se quitó el negro del cuerpo. También cuando alguien que trata con una vidente, que le dice que espíritus a su alrededor piden un lugar por el que avanzar, decide construir una tortuosa mansión de puertas, ventanas, escaleras y ascensores que a ningún lugar llevan. Para que la muerte fluya, para que encuentre su camino. Para que ella gaste dinero por amor y rendición. Para que la leyenda crezca y el terror nos acompañe.

Una loca, dirían algunos. Una mujer a la que estudiar, decidieron los Spierig. Entonces la gran dama del cine Helen Mirren vistió de negro y se le dio forma a Winchester. Solo la idea de una casa con planos imposibles de trazar, que va creciendo en todas direcciones y a todas horas es tan cinematográfico y maravilloso que la película tendría sentido perdiéndonos la casa. Hasta ahora no se había aprovechado la mansión fantasmagórica por excelencia de los Estados Unidos en el cine, y han sido los aussies los que han tomado la iniciativa. Pero lo importante para los hermanos Spierig eran temas más mundanos y menos estructurales. Los fantasmas y el remordimiento.

Winchester: La casa que construyeron los espíritus es una vuelta a lo clásico, a los fantasmas atormentados y a la demencia incipiente. Para ello se elige un momento avanzado de las obras en la mansión, cuando Sarah Winchester ya es anciana y lleva años construyendo y destruyendo sin descanso. Se busca entonces un espejo en el que calibrar la locura de la viuda, a partir de un médico perdido en sus recuerdos (o en el olvido de los mismos). ¿No es fácil estudiar el estado mental de cualquiera? Todos estamos locos. Pero la curiosidad del médico es a partir de entonces nuestra guía por esta compleja residencia. A pesar de tener un inicio en el que se despliega esa idea de figura de Escher en forma de hogar, pronto todo se vuelve más victoriano y convencional.

Los fantasmas son el formato en que se envía un mensaje al espectador, ese que une piezas poco a poco, recurriendo al susto, al flashback y a la acción heroica —en la que una no sabe cómo se le ocurre al protagonista de turno el camino que elegir y la acción que desarrollar, de verdad que a mí no se me ocurriría—, y sin giros exagerados la película es capaz de agradar a aquellos que abrazan cojines para ocultar sus caras y a los que se envalentonan con cada subidón sonoro. El drama aparece para dejar un poso que no arriesga (al final tantas puertas no son más que lo mismo de siempre) pero que hacen de Winchester un entretenimiento que poco debe envidiar a cualquier mansión encantada del cine.

Crítica para http://cinemaadhoc.info
@cinemaadhoc
mnemea
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2
19 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que ya se puede pasar página con esto de los murciélagos con botas, toca hablar de chichis dentados. Porque sí.

Cada cierto tiempo hay que anotar en la libreta negra una película, siguiendo la estela de aquellos que hicieron malas películas para entretenerse, yo intento entretenerme deleitándome entre tanta maldad. Era verano y hacía calor, así que nos encontramos ante el tormento de elegir entre mantenernos firmes ante el ventilador y que nuestros ojos den vueltas a su misma velocidad (nunca llegando al estilo de Marujita Díaz) o retomar alguna ilusión perdida que se traduce en peli regulera que antaño quisimos ver por algún motivo olvidado. Esto quiere decir que me decidí a ver al fin Vagina Dentata (2007), un turbio asunto de virginidades aferradas escrita, dirigida y producida por Mitchell Lichtenstein. ¡Oh! ¿verdad que os suena este apellido? Resulta que es hijo del artista pop art Roy Lichtenstein, aquel que pasó el comic por el puntillismo y los colores vivos.

Nimiedades si nos centramos en el asunto, una película en tierra de nadie. Todo se traza en una base que maquillan del halagado cine independiente americano, pero ¿de dónde se lo sacan? Porque salgan jóvenes con camisetas holgadas y personajes de personalidades extremistas al filo de la parodia no es motivo suficiente. Bueno, está claro que el terror es su amigo por aquello de tratar de una jovencita que defiende su virginidad con ideales de pureza gracias a su anillo de castidad, y va por ahí difundiendo sus ideas mientras su vagina se encarga del resto, pero la parte del terror/gore llega tarde y descafeinada tras una extensa introducción con las confesiones remilgadas de la rubia protagonista que vive en una familia desestructurada con un hermano que va de perturbado y anómalo social cuando parece que le falta una colleja para dejarse de tonterías. Bueno, las collejas se deberían compartir con todo el reparto.

Hablábamos de calor y dar vueltas a la cabeza a lo “exorcista”, algo que da tiempo mientras arranca (ups, esto suena a spoiler) la acción, la verdadera esencia, eso que promete el título y esperas con resignada paciencia, dientes, dientes y más dientes, que no se ven, pero de vez en cuando hay algún que otro mordisquito. Es así: hombre con malas ideas, hombre castigado. Mientras la rubia Dawn (Jess Weixler) define sus ideas de desfloración, los muchachos de su alrededor la desean por ser un objeto totalmente prohibido, ofreciendo una nueva perspectiva en el cine adolescente americano, ya que sólo los morenos tienen posibilidad de mojar. De los sueños húmedos se pasa a la acción en una película llena de pichas flojas, expresión apropiadísima por la (leve) cantidad de penes que quedan fláccidos al ser injustamente separados de sus cuerpos. Que los dueños serán gilipollas, eso no se discute, pero de ahí a tener que pasar por quirófano y quedar traumatizados de por vida, como que no. Es cuando se desvela el pastel que muchos ya conocerán, el mito de la vagina dentata, que se va tal cual ha llegado, quedando como una frase repetitiva en el cerebro de la muchachita.

No queda desacertado el crear estas dolorosas combinaciones entre mito y realidad, dar forma al agujero prohibido que un valiente debe conquistar, convirtiéndose en una cinta apropiada para una clase de educación sexual no laica, porque aunque el fondo sea el humor negro, reírse a un tiempo de la pulcritud mental y los calentamientos adolescentes, no queda bien, no encaja con estilo, sufre de indiferencia y queda como un panfleto de los corazones laureados, donde las buenas personas anhelan esa media naranja que hará especial la intimidad del lecho conyugal, porque esperarán hasta entonces. Y si lo haces antes y sin consentimiento (aunque a ojos de dios sigas siendo puro, que alguien me explique esto que no lo entiendo) tu pene pierde y se cae al suelo.

Clarito queda, es una buena forma de asustar hormonas y convertirse al celibato perpetuo. Pero la película se perderá en la espiral del olvido, el cajón de la desidia y en el fondo de la lista negra porque no llega a desesperar, ni gustar de tan mala, ni nada que haga que tras estas palabras recuerde algo de ella. Que pena, con un título tan prometedor.

Crítica para http://cinemaadhoc.info
@cinemaadhoc
mnemea
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7
19 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las zonas bajas de las ciudades se asocian a la pobreza, pero en Bolivia se encuentran allí los hogares de los adinerados, esos que otros creen con más suerte de la necesaria para sobrevivir. De ahí viene el nombre de esta película, Zona Sur, donde se presenta una familia poderosa en plena decadencia, ese momento en el que lujo y miseria se cogen de la mano, que traslada un drama cualquiera, con sus intrigas y mentiras, acontecido durante la caída de un linaje al completo, a nuestros tiempos.

Para Juan Carlos Valdivia el fondo y la forma deben unirse para el perfecto desarrollo. Lo consigue demostrando su pericia en el aspecto artístico donde otros se quedan en lo funcional, y se apoya en las capacidades de sus actores para transmitir el mensaje adecuado. Todo esto suena a correcto, pero es lo necesario para convivir con un mundo de alto standing y poder romper barreras en la formalidad de los ricos.

El lugar elegido es la casa, de blancura neutral y estilo moderno, equipada con todo lo necesario para una vida confortable y caprichosa, uno de esos lugares que seduciría a cualquier decorador que la tuviese que rellenar. En ella conviven la familia, formada por una madre y sus tres hijos junto al servicio, el mayordomo / hombre para todo y la mujer que le ayuda, siendo clave el adorado por todos, Wilson, que lleva toda una vida con ellos. Dado que estas partes íntegras son importantes, la película se encierra entre estancias y personajes a través de planos secuencia elípticos donde, mientras ellos siguen con sus movimientos normales, la cámara hace giros completos para mostrar descaro (que hay mucho) y recordar el lugar donde se encuentra. El fetiche (que supongo se traduce en un mero truco) son los espejos, que conceden una continuidad de quien no se encuentra frente a la cámara.

Cada personaje resulta más dispar al anterior y entre todos convergen ese nexo de unión, lo que crea una familia, que incluye a cada uno de los que allí viven. Son todos realmente pintorescos y aunque se van mostrando tal y como avanza el metraje sus cartas sin dobleces, se encuentran diferencias entre la franqueza de los hijos y los entresijos de los adultos, dando cada uno lugar a comprender la situación en la que han crecido, en la que viven y la que les depara el futuro de un país y un estatus social que se ve arrastrado al fracaso.

Al mismo tiempo se enfrentan dos culturas y varios estratos (no se debe olvidar el papel de las novias de los hijos mayores), los puros, mestizos y aymaras, donde se da a entender que todos coinciden en que las matriarcas tienen la necesidad de crear un vínculo muy fuerte en las familias, en el sentido de malcriar a los hombres y hacer de las mujeres futuras hembras correctas y exitosas como una fachada frente al resto del mundo. Las apariencias son otro punto fuerte, en ello se basa su vida, llevando un ritmo que no pueden mantener, pero sin mostrar la menor preocupación por ello, como si fuese algo normal con lo que convivir, disfrutando de la máxima «el dinero atrae al dinero» aunque con el agravante de su ausencia.

Las extravagancias son máximas al indagar en cada miembro de este conjunto que se sitúan en un pentágono de características marcadas y centro conocido. La madre, Carola (Ninón del Castillo), nunca encontrará arrugas en su expresión al no mostrarse preocupada por la situación acontecida, una persona con estilo, siempre elegante y encantadora, con las ideas claras y amante de su familia y su posición, con la capacidad de enojarse de un modo furioso si lo encuentra necesario para mantener de nuevo el control. Wilson (Pascual Loayza), que no tiene nada más allá que servir a esta familia, salvo una prole propia que vive lejos en su propia comunidad, se permite robar como un derecho asumido los lujos que otros disfrutan, convirtiéndose en un pilar inmediato que solventa el día a día tanto como ella.

Andrés, el hijo mayor (Nicolás Fernández), representa el capricho consentido, aquel que lo necesita todo de mamá, adicto a cualquier vicio porque se le permite, inmaduro, descarado y con alma de niño rico, complacido por la ironía de conservar la justicia para los otros al estudiar derecho. La hija mayor, Bernarda (Mariana Vargas), se quiere situar en el polo opuesto a la cara que da su madre, no admite convertirse en lo que se espera de ella, sin soportar formalidades y criticando el modo de vida del que también goza por legitimidad. La subversión de los que todo lo tienen El hijo menor, Patricio (Juan Pablo Koria), es un soñador con alas de ángel, quien indaga con curiosidad de niño para provocar respuestas que sitúan a cada uno en su lugar, dejando ver por un momento qué querrían vivir los demás y dónde han conseguido encontrarse.

Mediante este original planteamiento, Valdivia consigue mantener la atención en todo momento, y pese a marear un poco con tanto giro al sentirte como en una noria, resulta gratificante contemplar la evolución de la decadencia cuando parece que nada ocurre. Sólo apariencias y madres. Y mucha acidez en la intimidad de cada alcoba.

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@cinemaadhoc
mnemea
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8
1 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ella es la base sobre la que trabajar. Los recursos de estilo crean la magia.

Retratos. Constantes retratos de Lucía en su hogar, en su trabajo como costurera, en sus quehaceres de cada día. Niles Atallah nos regala constantes retratos que se enriquecen de los personajes que en ellos habitan. Una opción muy válida es la de huir de cualquier opinión ajena antes de ver una película como esta donde todo lo que entra por los sentidos es nuevo y aumenta el disfrute al tomarla como un despertar. A veces desconocer es ganar.

Lucía narra los cambios en un país que avanza lentamente en los días que rodean la navidad dentro de una familia desgastada. Habla de Chile y la muerte de Augusto Pinochet, permite que se asomen algunos de los temas más comprometedores relacionados con el dictador y sus muertos y las reacciones del pueblo, pero dentro de este amplio marco se centra en Lucía. Ella es una mujer que vive la cotidianeidad de modo paciente, manejando sus anhelos, el arte que crea con sus manos, compartiendo una gran casa con su padre que se encuentra ausente en todo momento pese a su presencia, ajeno a cualquier forma de sentir, con los estímulos apagados, otro mueble de los que visten la película.

En tres ritmos se conmueve al espectador en una constante eclosión visual de color y texturas adaptadas al contexto. El ritmo principal se mantiene en base a una cámara estática en cada estancia en la que transcurre la acción. Es aquí donde encontramos una pinacoteca barroca y llena de elementos tradicionales donde Lucía, su padre o ambos comparten unas pocas palabras, unos ligeros gestos o simplemente se concibe un televisor encendido que informa de lo que ocurre fuera de esas paredes. Esto permite parar como lo hace la narración y contemplar cada uno de los objetos que abarrotan estos encuadres y dictan un nuevo lenguaje, el de naturaleza muerta que simboliza un pasado acumulado en estanterías.

Un segundo ritmo se incorpora a este principal, que alterna imágenes para conseguir un efecto de stop motion. Siempre muestra instantes sosegados en los que los personajes respiran, duermen, simplemente están, y da una compleja sensación que marca el paso del tiempo, la intranquilidad interna, el peso de la soledad y la necesidad de esconderse. Es el reflejo de los momentos que uno vive consigo mismo, un recuerdo de lo que se siente plasmado más allá de un espejo.

En un momento puntual todo parece suceder a una velocidad distinta, al salir la cámara de su estaticidad y moverse con los personajes mostrando un cambio de hábito, un encuentro con otro mundo distante y falso. Es un tercer ritmo que asegura un nuevo descubrimiento.

La repetición es una herramienta muy arriesgada que cuesta asociar a la sencillez, pero Niles encontró un equilibrio perfecto entre la quietud y el exceso dosificados como rutina quebrada en los puntos exactos. Algo que también destaca son las pulidas representaciones de Lucía (Gabriela Aguilera) y su padre Luis (Gregory Cohen), que con naturalidad soportan la vida en extensos silencios contemplativos como personajes fuertes. La belleza rezuma en cada fotograma que gana con su iluminación y la combinación de colores, algo que siempre me fascina en cualquier lugar, y ese aspecto pictórico lleno de flores, fotos y madera envejecida y repintada en paredes descorchadas y suelos antiguos. La estética consigue desertar la infame necesidad de tachar de lenta y anodina la película, cuando lo que necesitas es desplegar esos sentidos inertes como quien pasea por un museo cualquiera.

Todo Lucía.

Crítica para http://cinemaadhoc.info
@cinemaadhoc
mnemea
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