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Centauros del desierto

Western. Aventuras Texas. En 1868, tres años después de la guerra de Secesión, Ethan Edwards, un hombre solitario, vuelve derrotado a su hogar. La persecución de los comanches que han raptado a una de sus sobrinas se convertirá en un modo de vida para él y para Martin, un muchacho mestizo adoptado por su familia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 218
Críticas ordenadas por utilidad
6 de diciembre de 2010
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La búsqueda del personaje Ethan-Ford es tan azarosa en ese valle de la muerte que casi naufragamos en la soledad de ese jinete inadaptado, resentido, frustrado. La profundidad psicológica de Ethan, radica en su alma rebelde, en no aceptar la derrota definitiva, en combatir comanches para hacer estallar la furia congelada que lleva sobre sus hombros.
La arena del valle de la muerte bajo sus botas, el aullido del lobo, los gritos guerreros de los comanches, las controversias con su medio ambiente social, el sol que quema su rostro, en ese árido y agreste entorno, hacen que el antihéroe Fordiano desarrolle todo su espíritu belicoso y que con pretexto de arrancar a la chica de las manos de “Cicatriz” un jefe guerrero cumpla su misión para la sociedad que desprecia. Pero a la que ha regresado, solo para cumplir una misión que nadie más podía hacer; aunque esto lo lleve a ser un espectro errante surgido de una guerra perdida, pasando por el valle de la muerte, el valle de la soledad. La puerta se cierra y el alma de Ethan se va con el polvo del desierto. Porque Ford le ha echado al valle de las animas incansables, e inmortales del mundo del western. Y uno se da cuenta de que otro Ethan fue el que cumplió esta misión. Ya que el otro Ethan, el que recordaba su familia... quedo sepultado en el campo de batalla en esa cruel guerra de Secesión.
RAMON ROCEL
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10 de enero de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bastante bueno el principio, cuando salen los créditos con los ladrillos al fondo en una pared roja, que poco a poco va cambiando de color, hasta llegar a un color prácticamente oscuro como la noche, la música de fondo también es bastante buena. Pero sin duda alguna lo mejor es la facilidad con la que John Ford hace que sea una película con tanta tensión y hacerlo sin la necesidad de incrustar escenas sangrientas, de hecho no sale ninguna gota de sangre en toda la película.
agnasa
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7 de febrero de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas de todos los tiempos sin lugar a dudas. Comandados poe el maestro John Ford que dá un verdadero saber hacer de lirismo, bellos encuadres y escenas sencillamente antológicas, con un sensacional John Wayne (no sé como hay personas que dicen que este actor no sabe actuar ni cabalgar y que parece de madera, sencillamente esas personas no tienen ni la menor idea de que va esto del buen cine) que borda su papel a las mil maravillas.

Ford demuestra que fue y es el mejor director de cine de todos los tiempos, su manera de dirigir en una película es única, nadie lo sabe hacer como él porque el era único sencillamente un director irrepetible. Del reparto secundario más o menos lo mismo todos de 10, Jeffrey Hunter, un correctísimo como siempre Ward Bond, Vera Miles guapa y convincente como nunca ... sin olvidarme tampoco de Hank Worden que lleva a la perfección su papel.

Los paisajes que decir de ellos, está rodada en pleno Monument Valley así que como siempre impresionantes, la banda sonora a cargo de Max Steiner es digna del mejor de lops maestros con un conjunto de melodías precioso dandole más empaque a este clasicazo aún. Y si a ello sumamos un guión de matrícula de honor en donde a las mil maravillas se hilbana una historia compleja que abarca varios años y de una forma extraordinaria lleva a cabo su labor sin momentos ridículos como dicen algunos entendidillos de cine, sino que todo está rodado milimétricamente como la gran fotografía llevada a cabo en este film es magistral.

Las escenas de combates algunos dicen que son ridículas que no tiene ni ton ni son, en fin sin comentarios al respecto, si fueran ridículas este PELICULÓN no tendría una nota tan alta ni en FA siquiera porque mira que aquí para tener un 8,12 (nota de este western en este momento) ya tiene que ser una película enorme ya que como claro está para gustos colores aunque a mi entender que vota negativamente solo para intentar fastidiar la película haciendo todo lo contrario, poniendola más interesante aún.

Una obra de arte en todo su esplendor necesita tambien un gran doblaje al idioma que sea y en este caso el doblaje al español es también formidable y con eso la película se hace más grande aún.

La humérica marcha de John Wayne tras su sobrina (la guapísima y malograda Nathalie Wood) supuso unaparte en la historia del western y del buen cine, una película que en su estreno no tuvo mucho éxito pero los años la han puesto en la cumbre ya que ni por mucho ordenador, ni 3D de ese ni demás extras se logrará hacer obras de arte como este western inmortal, imperecedero al tiempo y que se recuerda tras el paso de los años y décadas.

Un clásico portentoso e inmortal, irrompible e infisurable por los siglos de los siglos amén.
Bajo mi humilde opinión y de la de muchísima gente "catadora" del buen cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mario 92
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6 de febrero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Centauros del desierto es un western poco convencional, o al menos respecto a la idea preconcebida que tengo del género. 1956, las historias del salvaje oeste han tenido tiempo suficiente para madurar y nos encontramos con un antiéroe, Ethan Edwards (magnífico John Wayne), que no necesita caer bien a nadie para convertirse en un protagonista inolvidable. El espectador comparte su carga y le acompaña en su viaje, cabalgado a su lado, viviendo una aventura que marcará a todos los personajes implicados.

La dirección de fotografía empieza a ser magistral desde el primer plano, con esa cámara mirando desde el interior de la casa del rancho Edwards hacia el paisaje más bello que la naturaleza nos puede ofrecer: el desierto, los cañones...Ethan Edwards, condenado a buscar sin descanso a su sobrina Debbie, predestinado a una vida entera vagando, sin encontrar su sitio en el mundo. Es un personaje muy complejo, un combatiente derrotado y condenado a cumplir una misión en compañía de un mestizo. ¿Acaso existe una manera mejor de plantear una historia que hable de los prejuicios y de la venganza?

Me gustaría destacar la puesta en escena y la excelente dirección de la película, con muchas secuencias dignas de mención: Las escenas en interiores, con esos planos generales prolongados durante un tiempo, y en los que no paran de suceder cosas; los travellings en las escenas de persecuciones, tan magistralmente rodadas; los momentos en los que algo no se nos muestra y nosotros, los sobrecogidos espectadores, tememos acertar lo que está sucediendo fuera del alcance de la cámara. Eso John Ford lo maneja con una solvencia impresionante.

No sé cómo extenderme hablando de esta película, porque todavía me queda mucho por reflexionar acerca de lo que acabo de ver. Gran parte de su complejidad la hallamos en el trasfondo de la historia, con un pasado latente presente en muchos de los personajes. ¿Influye en Ethan su antiguo amor por Martha en su perseverancia por encontrar a Debbie? ¿Cómo fue la infancia del mestizo Martin en ese entorno, y cómo afectó a su personalidad?

"Algún día (esta tierra) se convertirá en un agradable lugar para vivir, y puede que hagan falta nuestros huesos como abono para que eso ocurra".
Luis Parra
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3 de enero de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si algo me apasiona, además de ver películas, es poder analizarlas, examinarlas a conciencia, desentrañar los mimbres con los que está construida, calibrar el tono, inspeccionar entre líneas en busca de símbolos, reconstruir la semántica detrás de los metros de celuloide; siempre buscando la forma de interpretar el mensaje del cineasta y de enjuiciar, con o sin apasionamientos, el resultado final. Y nada como una crítica bien argumentada, rigurosa, estudiada y sopesada con inflexibilidad y seriedad. Nada como un buen conjunto de postulados sustentados en la sensibilidad artística y en una percepción que siempre intenta ser lo más fina posible. Todo esto está muy bien pero, de alguna manera, entra irremediablemente en conflicto cuando en el camino aparecen películas tan especiales como «Centauros del desierto».

No es la única. Existe un conjunto muy reducido de ellas. Transmiten una magia especial, un efluvio que conecta directamente con la sensibilidad del espectador y que logra cierta hipnosis o embelesamiento que, como digo en el título de esta crítica, no se explica con palabras. «Vértigo» de Hitchcock es un claro ejemplo. Otros podrían ser «El tercer hombre», «La noche del cazador», u otra obra maestra del mismo John Ford: «El hombre tranquilo». Uno se sienta a verlas; asume la imperfecciones (en el caso de «Centauros del desierto», ampliamente desgranadas en multitud de críticas: el nativo que respira cuando se supone que está muerto, el desaguisado geográfico con la localización del Monument Valley, los metros que los «buenos» les sacan a los «malos» en la famosa persecución a caballo, el color del agua del río, etcétera). Asume uno las imperfecciones, decía. Contagiado por esa magia intangible que transmite la película, las pasa por alto sin mayor dificultad. Vemos que no es un producto acabado con excelencia. Es grandeza pura, aunque a veces nos dé la sensación de que el trazo es un poco grueso. Se suceden las secuencias… y entonces ocurre «algo»… Tengo que entrecomillarlo, y tampoco puedo ampliar el concepto porque, insisto, ese «algo» no se puede explicar con palabras. Es romance. Es amor incondicional. Es esa película que puedes ver una y mil veces y siempre acabarás con la sensación de haber paladeado un cine que está en la cumbre misma del medio artístico. Hasta te sientes un privilegiado. Y no deseas, además, que esa magia se aparte de ti nunca más.

Pero vamos a intentar centrarnos un poco, a procurar ser un ápice más concretos. John Wayne ofrece aquí una de sus creaciones más complejas e inmortales, con un trabajo de gesticulación sobresaliente que expone todo el tiempo los sentimientos del protagonista, muchos de ellos ampliamente contradictorios. La habilidad de Ford para colocar la cámara en el lugar exacto y de esta manera conseguir una perfección insultante en cada uno de los planos es algo que ya todos conocemos y que apenas merece la pena mencionar, lo mismo que su capacidad para aunar todos los elementos del lenguaje y conjugarlos de manera sublime. Así, la fuerza de las imágenes hilvana milimétricamente con la solemnidad de la banda sonora y con el tono de las interpretaciones. La cadencia narrativa es de una regularidad asombrosa, incluso cuando se permite el lujo de introducir momentos de muy agradable comicidad. Los instantes trágicos emocionan y conmocionan a partes iguales. Y los planos con los que se abre y se cierra la cinta no son materia de estudio en las escuelas de cine sino que son, directamente, mitología pura del celuloide. Soy consciente de que no posee la perfección formal de westerns como «El hombre que mató a Liberty Valance» o «Río Bravo». Los que viajamos mucho al Oeste a través del cine sabemos que, en tanto que materia cinematográfica, aquellas dos son técnicamente intachables, perfectas, impolutas, y transmiten también una buena dosis de magia. El tema es que no se trata de comparar. Siento que «Centauros del desierto» convive en un limbo al margen de los condicionamientos de la crítica y el análisis, ribeteada de una aureola que la hace única, insustituible, irrepetible y absolutamente inmortal.

Me disgusta sobremanera exponer un análisis tan vago, un escrutinio tan poco riguroso, una valoración tan pobremente argumentada. Pero es que «Centauros del desierto» es una de esas películas que agotan los tecnicismos, que se resisten definitivamente a la frialdad de una disección erudita. Se trata de apagar las luces, aposentarse en el sillón favorito y dar comienzo a la proyección. Es entonces cuando se desata un hechizo que, dependiendo del espectador, surte su efecto o no. Es un conjuro en imágenes, un ensalmo hecho de cine, el mejor pase de prestidigitación jamás realizado. Es magia.

Una magia que, por más que lo intente, no soy capaz de explicar con palabras.

Acalaración importante: Quiero dejar constancia que, bajo un criterio objetivo, considero que el mejor Western de todos los tiempos es «Río Bravo», pero que en la lucha titánica por esa cima dorada «Centauros del desierto» no participa, está fuera de competición. Tal vez se deba a que no la considero un Western... Es más: puede que ni siquiera sea una película.
Arsenevich
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