El triunfo de un sueño (August Rush)

La bella y dramática historia que nos cuentan en esta película es sin duda un canto a la pasión por la música, que juega un papel fundamental en todos sus personajes.
Unos la viven intensamente como motor de la felicidad personal, y luego está el curioso papel de Robin Williams, que utiliza la música como mera mercancía, aunque él mismo haga una definición magistral de la misma.
Pero lo curioso es que el gusto por ese bello arte es solo una parte del todo, y se transmite sin que el film sea estrictamente un musical donde se ponen a cantar así porque sí.
Descubrimos al precoz Freddie Highmore, estupendo haciendo de este huérfano prodigio. El actor ya era muy joven en “Bates motel”, pero no conocía su trabajo siendo niño, y me ha gustado mucho.
El argumento es sensible y dramático, con partes románticas, pero creo que no se excede con el azúcar, es decir, el sentimentalismo fácil o la ñoñería. Al final, lo más importante es la vida del niño, y por supuesto la música.
Los actores están todos muy bien. Gracias a eso, se mejora una historia muy sencilla que podría pasar por un mero telefilm.
Respecto a Jonathan Rhys Meyers, es muy curioso verle cantando. Si es realmente su voz, lo hace bastante bien.
La película es entretenida y llega a emocionar en su parte final, a pesar de ser quizás demasiado triste en algunos momentos, pero yo se la recomendaría a todo el mundo.

Un guión no consistente en donde pasan sucesos inconcebibles, para poder darle una continuidad a la trama y poder llegar al final mágico de las películas gringas. Pero cuenta con todo la producción estadounidense por lo que la salva un poco del desastre.

Parece que los tiempos por los que campaba Fredddie Bartholomew a sus anchas emocionando en la gran pantalla con Spencer o sin él vuelven o pretenden hacerlo con algún que otro conato nada cicatero como es el caso.

Siendo la pauta dictatorial de nuestros días una moda inacabable de realismo documental de vida desgraciadas como salvoconducto de buen cinéfilo que se precie, encontramos de vez en cuando licencia para el bien sentir como rara avis que se cuela en una sala con el tampón de los amargados que están de vuelta de todo y ya se apresuran a decir por listos y madurados que no -duros, que ya conocen el final de lo que por supuesto es obvio.

Claro que el filme es previsible de la A a la Z, pero lo es tanto como el de cualquier película actual en la que observas una familia feliz ya sentenciada a no durar más de cinco minutos de metraje en esa condición por topar con esa excusa pervertida de la "realidad".

En un momento en el que parece todo ya inventado y los adolescentes con depresión parecen ser legión, encontrar películas "bonitas" con una carga sentimental cuasi naïve, al estilo de los cuarenta, es como un oasis en un desierto. Algo que en realidad es más trangresor que mil películas de cine independiente clamando entre desgracias ajenas una atención que se consigue con facilidad por la lágrima de lo que resulta común a todos.

Brindo por la transgresión de la esperanza y los bellos sentimientos y confío que pueda ser moda en un futuro como lo es ahora democratizar entre la juventud las tragedias humanas.

Acabo de verla, me pareció hermosa, muy emocionante, me llegó al alma. No voy a juzgar a quienes opinan lo contrario, sólo quiero decir que a aquel a quien le guste la música, podrá disfrutar realmente de esta película. A quienes sienten que la música es indispensable en sus vidas, que no habría vida sin música, miren esta película, es bellísima.

“August Rush” es un gran ejercicio de acusmática (Michael Chion tiene razón). Además, me recordó la capacidad de Vladimir Nabocov (“Lolita”) de reconocer en los sonidos su música y su color.

En el film “La lengua de las mariposas”, el maestro de piano (Fernando Fernán Gómez) le dice al joven aprendiz: “La música es color el rostro de una mujer a quien hay que adorar”.

Así que dos conceptos claros para aproximarse al film de Sheridan.

Gonzalo Restrepo Sánchez (Film critic. Barranquilla, Colombia)