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Aita

Drama Una vieja casa deshabitada, el guarda que la cuida, el cura del pueblo, los espacios, los sonidos, las luces y las sombras, el paso del tiempo. En los rincones más ocultos de la casa se revela una historia a la vez íntima y colectiva. El cine se revela como un fantasma dentro de la ficción de la película. (FILMAFFINITY)
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
20 de diciembre de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay dos sin tres… En la casa de Miñarro (el adalid, el productor, el prorector, el hostelero), donde comen Sergio y Joe, también come José Mari, la hostia. La casa de Miñarro, ese autor-productor único en el panorama ibérico, está habitada por monstruos presentes y presenciales, maqueadores de algunas de las películas más emocionantes del curso íntimo.
El fantasma (ideológico o no, nos enseñaría toda filosofía de la sospecha, ya sea en su vertiente teorética psicoanalítica o marciana) se caracteriza por la actividad presente de un ente proveniente del pasado, de otro tiempo y/o otra dimensión. Forma incorporada del retorno de lo reprimido, o de la sublime posibilidad: el espectro que se cierne, utópicamente, sobre Europa. Más tarde, proyectado desde una pantalla, sobre todo el orbe.
Si en el primero de los capítulos los fantasmas eran encarnaciones de una tradición pretérita, que ya nunca retorna, y en el segundo eran las vidas pasadas del Tío Boonmee, en este tercer capítulo, el “Aita” de de Orbe, los fantasmas son empíricas presencias de otra época, más concretamente, del pasado familiar de una casona vetusta del País Vasco, propiedad del propio realizador. Huérfano y capitidisminuído, José María es también él mismo un fantasma que retorna al lugar de donde vino, como Boonmee retornara a su cueva. Caserío que perteneciera a la familia de de Orbe desde los tiempos de las guerras carlistas, si no más, esta “aita” (palabra vascuence que designa igualmente la “casa” y el “padre”, en consonancia con la inercia matriarcal de la cultura vasca, ese melancólico buque) se convertirá en un espacio cuasi mágico. Relacionando este filme con la tradición del poltergeist y el encantamiento del hogar familiar (la referencia al clásico de Robert Wise es explícita y reconocida por el autor), “Aita” bien pudiera ser o parecer, por momentos, un fenomenal reportaje realizado por los adláteres de La Nave del Misterio y Cuarto Milenio. Pero no lo es.
“Aita” adopta de forma harto cadenciosa la estructura rota y fragmentaria del collage, como los anteriores capítulos fantasmáticos, por otro lado. En ello, se inscribe en el espectro requetemoderno, condenado, sin adornos, a lo fragmentario: la obra de Portabella, Wang Bing, Pedro Costa, Van Sant o Hsiao-sien. Puesta en escena de lo real, atravesada por todos los fantasmas pretéritos, la filmografía de estos realizadores (los más cercanos a de Orbe, si hacemos caso de sus propias declaraciones) es en sí un fantasma, un espectro cinematográfico, echo de restos ajenos, de residuos narrativos, de partes desmembradas de una existencia ya llevada a cabo, pero toda-vía no finiquitada. La beta es la del collage-film, como le diría uno de los inventores del Mundo Viejuno After-Pop allende nuestras fronteras, el californiano Craig Baldwin. O también, la tentativa de la forma que piensa: el cine-ensayo.

(continúa en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
McCunninghum
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26 de septiembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La propuesta de José María de Orbe según declaraciones en el festival de San Sebastián persigue una búsqueda casi personal: encontrar la identidad de la casa del propio director. Hay en Aita además de los pocos personajes que transitan con un diálogo casi espontáneo, verdaderos descansos ante el estado contemplativo, un personaje que se erige como protagonista absoluto: la casa. Es en ella dónde el director invierte todo su arte narrativo, en cada ángulo, en cada plano. Cada rayo de luz que irradia por los robustos ventanales parece querer enfocar un nuevo aspecto, intentando una conexión emocional difícil de lograr.

No hay nada espontáneo, todo resulta buscado, medido para encontrar un diálogo con un espectador que en ocasiones se muestra esquivo ante tanto esfuerzo. No es extraño que la propuesta estética haya tardado tres años en cristalizarse, pendiente de captar cada momento, traducido en una belleza estética patente desde cada toma, y en una lograda fotografía.

Sólo cabe cuestionar si compensa en el espectador el estado contemplativo requerido y si el personaje al que hemos optado por perseguir tiene el tirón suficiente para poder sostener su interés durante los minutos del metraje.

En mí opinión no. Es lo que tiene innovar con la selección del reparto...
marai
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16 de noviembre de 2011
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jose María de Orbe escribe y dirige esta peculiar propuesta cinematográfica que ha levantado grandes polémicas y controvertidas opiniones allá por donde ha pasado.

“Aita” nos sumerge en un antiguo caserón abandonado al cuidado de un guarda que sólo tiene contacto con el cura del pueblo. La casa, sus sombras, sus silencios, su memoria hecha imágenes que como fantasmas del propio cine cobran vida en la oscuridad…

Extraña, indefinible, cuestionable… ¿Es “Aita” verdaderamente cine o estamos ante un proyecto de video arte, de puro ejercicio experimental?

Cojeando por una narrativa ausente, de fondo dudoso, a dos voces (el guarda, el cura) que poco o nada cuentan, brillando por un aspecto formal que genera una hipnótica atmósfera, ora asfixiante, ora liberadora (gracias, en gran medida a la fotografía de Jimmy Gimferrer, premiada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián).

Una obra inclasificable, que sólo agradará a aquellos buscadores de nuevas experiencias cinematográficas, que sepan obviar la búsqueda de sentido o argumento y perderse en lo visual y lo sensorial.

¿ Obra maestra o insulto al espectador? Si bien una virtud indiscutible tiene este proyecto es que genera debate y discusión, y eso, para el cinéfilo de pro, resulta siempre de interés. A mi gusto personal, un viaje interesante, pero fallido.

Enoch
RavenHeart
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23 de septiembre de 2010
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pesada hasta lo insoportable, apabullantemente llena de diálogos (los pocos que hay, por otra parte) sin sentido, tontos y deshilachados, sin llenar el hueco que debiera tener la acción de la trama que, por otro lado, es inexistente. Un ejercicio al más puro estilo de lo que se lleva ahora (el cine de Jaime Rosales, por ejemplo) pero pasándose de la raya. Ya vale de personajes que abren y cierran ventanas, en media hora, que se quedan mirando al vacío, que no hablan y que ponen cara de angustia. Una modernez que no llega a ninguna parte. No, no es Erice, ya le hubiese gustado a José María de Orbe.
enyel
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22 de noviembre de 2011
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente el cine de Jaime Rosales ha creado escuela en España. Cuánto daño por un puñado de Goyas. José María de Orbe se suma a la moda de cineastas pretenciosos que juegan a parecer intelectuales usando técnicas visuales y narrativas que ya usaban los abuelos del séptimo arte. Apasionante.

'AITA' ("Padre" en euskera) son ochenta y cinco angustiantes minutos de una cosa que no es documental ni ficción. Puede que ni siquiera sea película. Algunos lo llaman cine "de autor", pero en este caso sólo es "por y para el autor". O sea: para sí mismo.

Los diálogos son cargantes, falsos y pausados con unos tipos que no son actores sino espantapájaros. La película avanza desafiando las reglas del tiempo, pero no sabemos hacia dónde ni tampoco nos importa. El director propone la inacción más superficial, absoluta y extenuante.

La cámara, el sonido y la fotografía tratan de llamar la atención en una casa vieja donde no ha pasado ni se espera que pase nada. Podría explotar y no sentiríamos ningún sobresalto. El recurso del fuera de campo aporta menos que nada. Todo es insulso y arrogante en una cinta que supone un ataque despiadado a la paciencia del espectador.

'Aita' es definitivamente una de las más crueles experiencias audiovisuales a las que puede someterse el intelecto humano. Y da más miedo que otra cosa porque ni siquiera es apta para pedantes.
Melón tajá en mano
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