Haz click aquí para copiar la URL

Kékszakállú

Drama Un incisivo retrato de un grupo de adolescentes en el umbral de la adultez, que atraviesan distintas crisis que derivan del confort de clase. Oblicuamente inspirada en la única ópera de Béla Bartok, «El castillo de Barba Azul» es transpuesta de manera radical entre los ámbitos laborales y de recreo en Buenos Aires y Punta del Este. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
13 de marzo de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Készakállú, el agua jerarquiza un prólogo a través del cual descubrir un proceso. Gastón Solnicki nos sitúa en una piscina municipal donde los niños, vez tras otra, suben al trampolín y se sumergen en el agua. Retozan así con un elemento de júbilo; celebran, en pocas palabras, una etapa vacía de responsabilidad y repleta de una libertad patente, sólo coartada por un irónico —en el marco del film, se entiende— cartel que reza «Los niños son responsabilidad de sus padres» y por el “deber” del estudio —confrontado este con los tiempos muertos que dan forma a sus tardes—. Tablas de surf, mar y una piscina privada: el periplo inicial establecido no hace sino concurrir en ese componente tan significativo que nos lleva al fin de una etapa y, con él, del periodo estival, ese donde veranear y eximir toda responsabilidad parece más fácil.

Adaptando la ópera El castillo de Barbazul —A kékszakállú herceg vára es su título original, del cual el argentino toma una partícula para el título de su debut en la ficción— de Béla Bartók que, al mismo tiempo, se inspiraba en el cuento Barba Azul de Charles Perrault, Solnicki se apoya en un importante trabajo fotográfico comprendiendo que, si en la ópera la música debe ser el elemento que determine su curso, en el cine lo mismo debe acontecer con la imagen. Así, y contando con dos piezas clave del cine argentino reciente como Fernando Lockett —habitual director de fotografía de Matías Piñeiro— y Diego Poleri —que ha hecho lo propio en cintas como La tercera orilla, Antes o Las acacias—, el autor de Papirosen encuentra en el plano estático y mayoritariamente abierto una ventana a través de la que explorar ese cauce instaurado en su prólogo.

Esa etapa, la de celebración de la infancia, da paso a un viaje iniciado por uno de sus personajes: en su habitación, tras abrir las ventanas, hace sus maletas. Un viaje metafórico o representativo al abordar un nuevo periplo, donde los instantes con la familia se transforman en soledad y llega el momento de avanzar, de tomar nuevas determinaciones. La independencia —esa que parece querer su protagonista, interpretada por Laila Maltz, ante una figura, suponemos, paterna— deviene en compromiso, y con ello llegan frentes a abordar como el trabajo y el estudio, donde el personaje de Maltz se encuentra atrapado; la indecisión —esa que le hace dar vueltas por la facultad en busca de copias de apuntes indeterminados— se persona como fuente máxima de una agonía vital que queda terminando reflejada en un acto tan sencillo como el abandono de la escena de un pequeño accidente —provocado por ella— y la huida ante cualquier responsabilidad —por el hecho, o por una posible reprimenda ante la negativa por llamar a su padre—. La mirada al pasado —revolviendo entre antiguas cajas o viéndose reflejada en una foto en la que dice verse «linda», como si cualquier época pretérita fuera mejor— se persona, entonces, como una válvula de escape al presente, a esa carga que supone tomar y afrontar decisiones, sean cuales sean —incluso ante sus amigos, donde en un escenario tan trivial como una barbacoa, se vuelve a personar una extraña incomodidad de la que no puede escapar ni siquiera físicamente—.

Kékszakállú representa todo ese trayecto en estampas que, en ocasiones, se sienten ahogadas, captando la angustia que asola a la protagonista, pero también poseen la capacidad de huir de ese carácter con la simple transformación de un escenario que en el film lo es todo. La incertidumbre por un futuro inconcreto, termina desbloqueándose así desde la liberación que supone esa vuelta al elemento natural, al agua, al mar —reflejado, claro está, en el plano—. Todo ello en un marco —el de la diferencia de clases— insinuado a lo largo del metraje por Solnicki, que no hace sino tiranizar todavía más ese panorama ante el que cualquier expresión de poco sirve. Es por ello que los espacios dotan de tal importancia al conjunto, entendiéndose esenciales para las necesidades de un film cuya confusa narrativa —Kékszakállú se comprende más como estado que como relato en sí— y cuyas indeterminadas intenciones —por más que uno pueda concluir, estamos ante una película que se regenera a través de la perspectiva propia— devienen en una escapatoria que no deja de ser necesaria, axiomática.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
28 de febrero de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
Un grupo de chicos disfrutan del verano en una piscina, unos cuantos jóvenes también están en sus vacaciones, el hotel donde se hospedan es el primer escenario donde diversos personajes aparecen en escena, idas y venidas, encuentros y desencuentros. Es el retrato de estos desconocidos, parte de su cotidianeidad y de su incertidumbre, la incertidumbre de Laila (Laila Maltz) la protagonista.

Kékszakállú es un filme construido sobre la marcha, sin guion específico por lo cual se encamina libremente. Sirve para que Solnicki realiza la transición a la ficción -ya que sus primeras obras son documentales- de forma bastante particular. Se inspira en la ópera A kékszakállú herceg vára (El castillo del duque Barbazul, 1918) del húngaro Béla Bartók. No es una inspiración de índole argumental, es algo más espiritual dentro de la experimentación que el director produjo.

Con fotografía de Fernando Lockett y Diego Poleri la película está construida visualmente con tomas muy cuidadas, encuadres perfectos donde la simetría es vital, un orden que se contrapone al tedioso conflicto interno de Laila, desubicada completamente en una vida donde no sabe cómo acomodarse. Largometraje experimental, desenfadado, difícil de seguir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
10P24H
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
10 de diciembre de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
Película argentina supuestamente intelectual. Dice estar basada en “El castillo de Barba Azul”, una ópera de Béla Bartók (de ahí el título), pero la peli es un conjunto deslavazado de escenas; casi todas con alguna chica adolescente o joven como protagonista. Si uno se supiera la ópera, podría intentar ir interpetando las insulsas escenas cotidianas que van apareciendo de acuerdo con las siete puertas del castillo de Barba Azul. Aun si eso tuviera alguna coherencia, que lo dudo, la peli es voluntariamente complicada: rodada en sonido directo, la mayor parte de los escasos diálogos son a ratos incomprensibles; en otras escenas vemos a alguien interactuar con los pies de otra persona, y nunca sabremos de quién son; los personajes no son presentados, sus relaciones familiares tampoco; los entornos puede que sean comprensibles para un argentino, pero los demás no sabemos cuándo están en Mar del Plata, cuando en Buenos Aires, cuándo de vacaciones. Es como un continuo juego con el espectador: a que no eres lo bastante culto, a que no eres capaz de alcanzarme. El caso es que la peli visualmente tiene algún atractivo, hay una estética de la relación entre personajes y edificios, por ejemplo, o algunos juegos como andar por una cornisa o la adolescencia como un encierro en un juguerte infantil que se ha quedado pequeño. Pero si se tiene en cuenta todo, no creo que merezca la pena verla; de hecho, tampoco hablar de ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PFO
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here

    Últimas películas visitadas
    Fearmakers
    2008
    Timo Rose
    arrow