Adorable coqueta

Deliciosa película en clave de comedia romántica que intercala interesantes piezas musicales -incluyendo arias para tenor y soprano- y coreografías vistosas que sirven de hilo conductor para una trama divertida y desenfada en la que participa gente elegante.
La dinámica de la acción destaca por su perfecta coordinación, por el mimo en los detalles, por la brillante interpretación de los actores y por su frescura narrativa.
Y sorprende su habilidad para mantener la atención a lo largo de todo el metraje. No hay altibajos de ritmo ni cambios de intensidad argumental que resten un ápice de intensidad.

Hollywood era un paraíso para los musicales a mediados del siglo XX.

No exento de varias gotas de chispa en los diálogos y en las situaciones que se desarrollan, este musical de la línea más pastosa de la Metro, la comandada por Joe Pasternak, nos mete en un mundo de ópera y crucero de lujo, con la colaboración casi como protagonista de uno de los tenores más prestigiosos de la primera mitad del siglo veinte, el danés Lauritz Melchior, que interpreta un fragmento de Lohengrin, otro de Aida y la napolitana Torna a Surriento, al tiempo que bebe cerveza sin cesar y sostiene varios diálogos chistosos con la protagonista Jane Powell. Esta encarna a la ñoñísima y cantarina hija del capitán de un crucero de lujo, George Brent, que ante la prohibición de acompañar a su padre, se cuela de polizón e inicia una serie de aventurillas en una línea muy próxima a la que luego haría famosa la serie de televisión Vacaciones en el Mar. Powell canta, entre otras, El Manisero en versión opereta con la orquesta de Xavier Cugat. ¡Qué verde, almibarado y banal era mi Hollywood, pero qué bien lo hacía, carajo!

He aquí una película que por sí sola responde a la pregunta de por qué el Hollywood clásico acabó yéndose al carajo. Si una comunidad cualquiera es capaz de orquestar algo mínimamente parecido a esto, es que está condenada a una merecidísima extinción.

La película es sensillamente tremebunda. Trata de un barco donde la ñoñez y la cursilería campan a sus anchas. En donde la gente, enloquecida, se dedica a emitir gorgoritos estridentes como si no hubiese un mañana.

Cuentan que agazapados en la jungla vietnamita algunos charlies despistados continuaron poseídos por el ardor guerrero años después de que el enemigo norteamericano hubiese abandonado el país. Es una verdadera lástima que ningún submarino alemán, con una tripulación igualmente desnortada, hubiese continuado haciendo la guerra por su cuenta años después de acabada la Segunda Guerra Mundial y, avistando el barco de marras en medio del océano, le hubiese lanzado un misil a proa, otro a popa, otro a babor, otro a estribor y aun un quinto al pianista. Yo mismo, mirando por el periscopio para no perder detalle, habría dado la orden de hundirlo. Dios me perdone.