¿Tú qué harías por amor?

Con una novedosa historia de pandilleros de suburbio, una fotografía tirando a penosilla, una banda sonora tirando a chunguilla, unos actores que da pena verlos (a todos, a excepción de Aitor Merino), y unas cuántas virtudes más, destaca sobre todo el inconmensurable arte del guionista para escribir diálogos. Aquí, los adolescentes pandilleros se expresan tal que:
- Uno pregunta: ¿Vamos?
- Otro responde: Re-que-te-vamos.
Y los dos chocan esos cinco... qué gesto más auténtico del grafitero actual de barriada deprimida.

El mayor mérito del director es su capacidad para que el reparto al completo esté mal, muy mal. Con algunos actores esto no llama la atención, pero con otros ya sí:
- La chavalería es insufrible, pero no creo que esto sea sólo culpa del director.
- Silke está como siempre. Cada vez que suelta una parrafada toma impulso, aspira las palabras y arruga la nariz... es una tía muy rara.
- A Geraldine Chaplin no se le entiende nada... de nada.
- Hasta Paco Rabal, vive Dios, resulta poco creíble.
- Y el prota, Fele Martínez, más soso que la sopita de un enfermo de afección coronaria. No me extraña que su gato esté triste...

Saura Medrano sigue la estela de su padre, el gran Carlos Saura, pero la toma en su peor momento, el de las historias en las que el viejo disidente se empeñaba en encontrar sus héroes en el lumpen.

En realidad, Saura padre nunca se interesó por la clase obrera. Lo suyo era fustigar a la burguesía por cómo vivía, no por cómo se ganaba la vida. O sea, corroer la sociedad existente sin aportar el germen de una mejor. Tuvo que caer la dictadura para que Saura incorporase a sus historias el personaje del héroe. Ahora sí bajó a los suburbios para buscarlo, pero siguió sin entrar en las fábricas. Y encontró en el delincuente habitual y el heroinómano al héroe que nunca quiso ver en el obrero.

Para contar su primera historia, Saura Medrano toma el testigo de su padre y se va a buscar sus héroes no al Villaverde obrero, sino al nido de yonquis, que es lo que le fascina. Como soporte toma un guion superficial y aburrido de los Casariego, que tampoco él sabe mejorar, en el que se relatan las andanzas de tres mamarrachos a los que basta con autotitularse “los tres capitanes” para forjarse un aura mística a los ojos de los más jóvenes. La insistencia y el énfasis con que se repite una y otra vez lo de los capitanes, revela una pretensión ilusoria de que también el espectador alucine con el carisma de semejantes desperdicios humanos. Para lograrlo habría que crear un personaje, pero Saura no va más allá de cuatro tópicos. En resumen, amenazas, audacias mezquinas, joder, cabrón, hijoputa... Un trovador, mientras salen los créditos finales, glosa el mensaje y lo remata con un ¡Me cago en el amor! ¿Tiene eso algo que ver con lo sugerido por el título?

El retrato del extrarradio madrileño, siempre atemporal en el cine, visto desde una perspectiva evocadora y entrañable es una de las mayores virtudes de esta cinta. Otras son el hecho de que cuenta con algunos diálogos simpáticos por parte de los personajes preadolescentes (cosa que le hace ganar en encanto) y las caracterizaciones de Patxi Freytez ('Los protegidos'), que da vida a un matón con bastante simpatía y de Francisco Rabal, que de improviso nos brinda unas cuantas disertaciones acerca del sexo femenino.