La vergüenza

Hace un par de años, leí un extenso artículo periodístico sobre la otra cara de la adopción. Me llamó la atención el alto porcentaje de “adopciones truncadas” (10%). En el artículo, creo recordar, exponían el caso de tres familias completamente distintas que acabaron por devolver al menor. Puede que David Planell, leyera el mismo artículo y que provocara la misma sensación de abatimiento que provocó en mí. También recuerdo que no era una sensación fácil de explicar la que dejaba en mí el artículo una vez lo terminé de leer. No era incomprensión por el comportamiento de los padres, ni dudas hacia un sistema que complica y alarga la tramitación de adopción. Tampoco era recriminación a unos menores que se sienten asustados y temerosos. Lo cierto es que casi la totalidad de las adopciones truncadas eran niños de edades superiores a los seis años.

Manu (Brandon Lastra Cobos) tiene ocho años, y durante casi un año convive en régimen de acogida con Lucía (Natalia Mateo) y Pepe (Alberto San Juan). David Planell, exitoso cortometrajista, nos muestra la casa de Lucía y Pepe mientras salen los títulos de créditos: un barrido funcional, muy informativo y atrayente: treintañeros creciditos, acomodados, con nostalgia ochentera o síndrome de Peter Pan (hay que ver como se usa hoy en día esta frase) y sin agua. Quedan recados al espectador y me imagino que de agrado para su director: el libro de Renoir, la carátula de “La dolce vita”,…

Durante ese día sin agua, Pepe y Lucía tendrán que pensar muchas cosas, afrontar complicados problemas que han ido dejando a un lado y meditar el futuro que ellos desean y pueden ofrecer al prójimo. Es un día donde la trabajadora social visitará a la pareja, como cada mes, a revisar el caso del menor. Y es el día donde Pepe y Lucía tienen el pensamiento de rechazar esa adopción. Pronto vemos que lo que Planell nos mostró con la cámara en su inicio no es más que fallada. La fallada de una sociedad de consumo, burguesa y creyente de su concienciación con el mundo. Una fachada que puede venirse a bajo en el menor momento, cuando el más pequeño huracán azote en sus cercanías. El huracán se llama Manu.

David Planell ofrece Natalia Mateo su primer papel protagonista después de su encuentro en el cortometraje “Ponys.” Mateo no defrauda, y consigue un trabajo interpretativo impecable, a la altura de su pareja de reparto Alberto San Juan (especialista en estar en las películas premiadas en Málaga). Ambos consiguen elaborar unas escenas cuyos sentimientos afectan al espectador y cargadas con inmensa intensidad. No me extrañaría ver sendos Goyas a pesar de todo el tiempo que falta para ello.

(Abróchense los cinturos porque esto continúa)

Esta película es muy, muy realista, refleja a la perfección la desesperación. Dan ganas de acercarte a los padres y decirles: "Yo os entiendo, dadme un abrazo". La película es sencilla, pero con una notable angustia que flota en el ambiente a lo largo de esta.
No siempre hace falta que en una película te den una introducción, un nudo y un desenlace mascados y cerrados para que quedes satisfecho. Si existen personas que piensen que sí, es que necesitan ver más películas.
Hay cine para reír, cine para el entretenimiento, cine para la tensión, cine para pasar miedo, cine para acribillar a balazos a sus guionistas, y hay cine como este que te hace pensar y reflexionar sobre hechos de la vida cotidiana, hechos muy duros, tan duros que si yo fuera el padre no sé que hubiera hecho, como habría actuado en tal caso.

Por lo tanto, David Planell, con una simple casa como decorado, me alegró la noche.

¡¡Basta ya de mensajes feos hacia el cine español!!

Pepe y Lucía se enfrentan a una de las decisiones más importantes de su vida: seguir adelante con la acogida y posible adopción de Manu, o devolver al problemático niño con la vergüenza que ello les supone. David Planell nos plantea esta tesitura en su ópera prima, dando un muy buen primer paso en el mundo del largometraje. En menos de un día y teniendo como escenario un par de casas el director consigue hacernos reflexionar acerca un tema muy cotidiano.

Sin embargo, lo importante no es la adopción, ni tan siquiera el niño, sino la pareja en sí. Su relación, con sus altos y sus bajos, es lo que centra la película. ¿Qué es lo que les lleva a pensar devolver el niño? Su carácter problemático o el temperamento de Pepe, la cabezonería de Lucía, sus escarceos, su falta de comunicación...

La interpretación de Alberto San Juan, adentrándose en la fuerte personalidad y complejidad del personaje de Pepe, hace que nos quitemos el sombrero. Natalia Mateo aguanta el tipo, aprobando con nota su primer papel principal en la gran pantalla.

Y entre tanto, una trabajadora social que realiza su trabajo de un modo más que cuestionable, el papel que la madre biológica tiene en el proceso de adopción, el tema del acoso escolar...

Una de esas películas que no te dejan indiferente. Al salir de la sala no puedes dejar de preguntarte: ¿qué haría yo?

Comprendo lo que trata de hacer Planell. Capto la metáfora de esa pecera (una casa) con un par de peces a los que el crío pone en peligro (los protagonistas), veo gran profesionalidad en el apartado actoral -especialmente por parte de Alberto San Juan-, me queda claro que el film tiene conflicto, que los personajes han sido bien escritos...

Pero me resulta teatral. Fotografías de cabezas parlantes. La clase de material que se puede convertir en obra teatro sin que apenas pierda.

Y esa es una gran pega. Una película teatral es lo último que mi cerebro de ex adicto a los blockbusters quiere ver en el siglo XXI. La premisa, por otra parte, nunca me interesa. Y el estilo visual me resulta televisivo.

No encuentro razón alguna que justifique el visionado de un largo así en la sala de un cine y me imagino siguiendo el filme de Planell en casa, cenando tranquilamente mientras se proyecta en "Versión Española...

En fin.

Mi conclusión: pasará desapercibida en salas (y DVD) pero se llevará un Goya o dos. Tiempo al tiempo y verán cómo tengo razón.

Se mantiene en el filo de lo que pudo ser pero no terminó de cuajar. Alberto San Juan, brillante como siempre ajustando su interpretación a las necesidades del guión. El resto de personajes sirven de comparsa, excepto la trabajadora social cuyos diálogos y creación de personaje son los más rotundos de los que he visto en muchos años.

La película es entretenida pero jamás termina de arrancar, se mantiene en su flojera tratando de capear con una historia hilvanada, que no cosida, cuyo mayor mérito es su simplicidad.