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El libro de imágenes

Documental Nada excepto silencio. Nada excepto una canción revolucionaria. Una historia en cinco capítulos, como los cinco dedos de una mano. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
26 de febrero de 2019
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Godard es el cine. El cine es Godadrd. Eso dicen. Al menos es indudable que sentarse a ver una película de Monsieur Jean Luc es y ha sido siempre toda una experiencia. Alucinante, flipante,… frustrante, irritante, y muchos más adjetivos terminados en – ante. ¿Emocionante? Sí, por qué no, también, vale. Y que conste que esta no pretende ser una crítica pedante.

La última vez que me enfrenté a una de estas experiencias con el Godard más incendiario, el Godard post Dizga Vertov recuerdo que acabe bastante mosqueado y fui demasiado duro con él – un UNO en Filmaffinity le cayó a “Adieu au language”. Con “Le livre d images” no me sale tanta bilis. No es cuestión de ser condescendiente; siento hasta ternura hacia alguien que sigue haciendo películas con casi noventa después de habernos regalado en el pasado “À bout de soufflé” o “Band apart”. Un aplauso para él, y sobre todo un aplauso para sus productores y distribuidores que en febrero de 2019 se atreven a estrenar en cines cosas como esta. Godard siempre fue uno de los nuestros, un tipo que marca la frontera entre los cinéfilos y el resto del mundo. Y eso, quieras que no, es un plus.

Sí, la última vez que me enfrente a una experiencia Godard fui bastante duro con él. Es cierto que “Adieu au langague” era mucho menos asequible que “Livre d´images”´, pero en aquella ocasión dije que el sitio natural del film de Jean Luc no era una sala oscura sino un museo. Y en parte me arrepiento. Desde luego, lo que no era su sitio natural era el salón de mi casa. Esta vez he podido disfrutar de “Livre d´images” en un cine, y la experiencia ha sido más intensa. He podido deleitarme reconociendo fotogramas de “Johnny Guitar”, “Sopa de ganso” o “Encadenados”, confieso que me he divertido moderadamente con las típicas travesuras del director distorsionando sonidos e imágenes, aunque sin duda lo que más he apreciado es haber podido disfrutar del valor de los silencios. Escuchar el silencio en la inmensidad de una sala oscura resulta, ya que estamos, acojon_ante.

Lo frustrante de una película de Godard es intentar profundizar en su contenido, entre otras cosas porque es imposible. Es suficiente con dejarse llevar y aprehender el concepto, lo básico de su mensaje. A fin de cuentas, Monsieur lleva la tira de años dándole vueltas a la misma matraca, que si una imagen vale más que mil palabras, que si el lenguaje ha muerto, y ya no hay palabras, solo imágenes, que si el socialismo por aquí que si el socialismo por allá. Y como es de la vieja escuela, Jean Luc ni siquiera tiene necesidad de acudir a la metáfora del “black mirror”. En fin, que ya he dicho que no me quería poner pedante.

“Le livre d´images” es uno de esos inclasificables collages godartianos que juegan con las palabras, las imágenes, y hasta con la paciencia del espectador. La mía ha estado a punto de agotarse en el momento en el que Monsieur ha decidido irse por los cerros de Úbeda. O mejor dicho por los de la Meca, porque él, que siempre tuvo la espinita clavada, ve en la primavera árabe el último vestigio de la revolución. Y se apunta, nunca mejor dicho, a un bombardeo. Y, avisa, siempre estará de parte del que pone las bombas.
Juan Solo
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15 de noviembre de 2018
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva propuesta de Godard parece pretender alejarse de la interpretación que la historia ha dado a las escrituras sagradas (la Biblia o el Corán entre otros). Si estos textos aspiran a contener la verdad y la doctrina eterna, para Godard 'Le livre d’image' aspira a contener la libertad absoluta, la duda y la utopía definitiva.

Son inabarcables las citas e imágenes de la película que el incansable director francés se dedica a ordenar, descomponer, moldear y fragmentar con el fin de componer un collage (como ya hiciera con sus 'Histoire[s] du Cinéma') que conectará de diferente forma con cada espectador en función de sus experiencias cinematográficas y vitales. Una propuesta tan alejada del cine convencional, como cercana a las ideas que aquel joven crítico de Cahiers du Cinema imprimió en su ópera prima, unas ideas siempre rompedoras y avanzadas a su tiempo. De los tímidos (vistos hoy en día) jump-cuts de 'A bout de soufflé' al montaje abstracto y la corriente de conciencia absoluta de 'Le livre d’image' sin menospreciar una estructura más o menos discernible.

La película se compone de cinco capítulos (como cinco dedos hay en la mano, símbolo de la herramienta creadora), cada uno de ellos con una temática que comparten todas sus imágenes. Des de los “Remakes” del capítulo 1, donde se manipulan constantemente imágenes de aquellos clásicos a los que uno siempre vuelve ('Vértigo', 'Un Chien Andalou') hasta la región central (eludiendo al título de Michael Snow) del capítulo 5 donde habitan muchos de los males del siglo XXI y donde la sociedad se niega a mirar, y si lo hace, es con prejuicios (el mundo árabe). Godard, categórico, mira e indaga en esa región central con impotencia, comprobando como la historia siempre vuelve y, sobretodo, como la historia siempre repite al cine y viceversa. Del grupo de jóvenes vejados en 'Saló' a las ejecuciones filmadas de un grupo terrorista.

Queda sin embargo, un resquicio a la circularidad de la historia a la que parece aludir Godard, ya que como afirma la película, de la misma manera que es inmutable el pasado, también lo es la esperanza. Entre el horror de algunas de las imágenes que se suceden, queda espacio para que surja el lirismo.

Y con el final de la obra, el otrora joven crítico, ahora mitificado cineasta, remite a la secuencia de una película (*) queriendo dejar testimonio del tiempo consumido (el suyo) que ya no volverá.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
uryenbg
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9 de febrero de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pasan los años y Jean-Luc Godard continúa con su inagotable exploración de las posibilidades del lenguaje cinematográfico, en una película en la que gracias al montaje recorre una gran cantidad de temáticas.

Godard dice en los primeros minutos de película que hay que pensar con las manos, y en base a esa idea define la estructura narrativa de la misma, dividiéndola en cinco capítulos o secciones, cada una representando cada uno de los dedos que conforman esa mano.

La película se compone de pequeños fragmentos de escenas de películas, la mayoría importantes del cine clásico mundial, a las que Godard les mete mano, deconstruyéndolas al separar la imagen del sonido y montándolas de una manera en la que cobran una resignificación completamente diferente.

A la par, algunas frases impresas en la pantalla aparecen cada tanto, otras son pronunciadas por el mismo director como un narrador en off que conllevan diversas reflexiones, que se complementan, o no, con esos fragmentos de películas o imágenes que han sido distorsionadas, jugando con los colores y las formas, todo siempre un experimento desde el montaje.

Godard manipula, confronta, incomoda, arma y desarma sus discursos que cuestionan a la Europa de hoy y su postura ante problemas actuales, y de siempre, como su relación con el mundo árabe, su situación política y su histórica violencia.

Reflexiones que comienzan desde lo cinematográfico, y que transitan desde los clásicos hasta esa deconstrucción de lo conocido, su inabarcable ingenio para desconfigurar y reconfigurar lo que vemos, escuchamos o sentimos, poniendo en práctica un ensayo que sobrepasa al cine como tal, una experiencia desafiante y provocadora.

https://tantocine.com/el-libro-de-imagenes-de-jean-luc-godard/
Quique Mex
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19 de febrero de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay unos pocos realizadores privilegiados que, tras décadas de actividad y algunas películas realmente trascendentales, logran la categoría de vaca sagrada. Una vez alcanza este estatus y prestigio entre la crítica, sus nuevos trabajos contarán con la atención y beneplácito mediático, por alejados que estos puedan estar de los filmes que en primera instancia le auparon. A su vez, estas nuevas creaciones se verán notablemente revalorizadas y aplaudidas en base a quién la firma. El caso más representativo de este fenómeno es el del nonagenario realizador francés, nombre clave de la Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard. Un creador legendario en el imaginario de la Historia del Cine que sigue trastocando el panorama con cada nueva película aún incluso en su ocaso. Su última etapa ensayística, quizás la más radical, no ha hecho sino fortalecer a su círculo de fieles. Sucedió con Adiós al lenguaje, y ha ocurrido también con la película sobre la que os escribo en esta entrada. Hablo de El libro de imágenes, obra cuya singularidad la hizo merecedora de una Palma de oro especial en el último Festival de Cannes. Hace ya casi un año pero, aunque pequeña, Avalon ha garantizado que tendrá distribución comercial en España. Servidor es un absoluto neófito en materias Godardianas, apenas habiendo visto filmes de su primera etapa y sin referencias claras de esta etapa de narración libre y no lineal. Guardaba un importante recelo hacia esta película, y también una importante curiosidad, de ahí que acudiese al pase de prensa con gusto. Y aún si bien no puedo negar algunos elementos de interés, he vivido pocas experiencias más duras en una sala de cine en tiempos recientes. Diferente, compleja y desafiante, poliédrica en significados y texturas, pero de un visionado tan mortecino y agotador que difícilmente podría recomendarla a nadie.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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19 de marzo de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puede uno enfrentarse a la última película de Godard y escribir una crítica en base de lo entretenida o aburrida que resulta, sería reductivo y una pérdida de tiempo. Tampoco puede uno analizarla al detalle sin una sólida y extensa base académica de teoría del cine, sería un fraude. Es por ello que resulta complicado abordar Le livre d'image como simple cinéfilo. Por un lado, hay que reprimir el componente emocional que toda película suscita, incluso una tan complicada como esta, y a su vez intentar comprender la obra pese a no ser uno mismo una enciclopedia de técnica cinematográfica viviente.

En efecto, Le livre d'image no es una película cualquiera. Es un ensayo acerca de la actualidad, del cine, del cine en la actualidad y de la actualidad en el cine, por redundante que parezca. Cinco episodios en los que se abordan teman distintos utilizando únicamente un instrumento: el montaje.

Desde su primer largometraje, Al final de la escapada, Godard dejó claro que venía a revolucionar el cine. Dentro de la Nouvelle vague ha sido él quien más se ha rebelado contra la edición convencional en las películas. Cortes inesperados, planos intercalados repetidos, sonidos que no corresponden a las imágenes... De alguna manera podría decirse que fue capaz de renovar la manera de contar historias deconstruyendo imagen y audio. Los separaba y los volvía a juntar sin necesidad de que cuadrasen. Ejercicio que repetiría a lo largo de su más que extensa filmografía. Se convertía así, probablemente, en el editor más revolucionario desde que Meliès crease los cortes en las secuencias para hacer desaparecer a los selenitas de El viaje a la luna por arte de magia. O por arte de cine.

Le livre d'image sigue en la línea de este montaje tan peculiar de su director pero añadiendo la particularidad de que no hay una sola imagen que no sea de archivo. Godard utiliza fragmentos de otras películas, de vídeos caseros de Youtube y de televisión para invitarnos a reflexionar acerca de cuestiones como la representación del mundo árabe en el cine actual. Un tema bastante interesante si tenemos en cuenta, como la película denuncia, que nos quedamos con la historia narrada por occidente y nunca escuchamos a los narradores orientales. También hay momentos para la poesía, recopilando escenas de trenes para recrearse en la belleza del propio medio de transporte y creando un poema visual. Cabe mencionar también el episodio dedicado a los remakes, en el que reagrupa diversas escenas para crear un hilo conductor mínimo, como ya hiciera en Histoire(s) du cinéma, o las rimas, en las que compara escenas similares de autores distintos que guardan gran parecido en cuanto a ritmo.

Otra de las características remarcables de la película es que funciona como compendio de artes. Hay cine, hay música, hay literatura, hay pintura, hay fotografía, hay cómics, hay videojuegos... Pero Godard, por supuesto, va más allá. En uno de los intertítulos, se nos anuncia el terrorismo como arte. Absortos ante tal disparate, nos sorprendemos para minutos después ser testigos de la bomba que aparece en la pantalla. Una bomba captada por un móvil que aparece en las noticias de un medio que Godard incluye en la película.

Este segmento es crucial para comprender cómo el momento, la intención y el medio pueden transformar una imagen, incluso ese acto repugnante de destrucción. La imagen en su origen, en el móvil del testigo que graba, es inesperada. Es un encuentro fortuito en el momento adecuado en el que su cámara enregistra un hecho sin que el testigo sea consciente ni tenga intención alguna respecto al objeto. La persona tras la cámara en ningún momento se ha dicho "Voy a grabar la bomba que va a estallar en unos segundos" porque ni siquiera sabía que tal suceso iba a ocurrir. Se trata, por tanto, de un testigo inconsciente. Es después cuando esa imagen es difundida y un medio de comunicación decide publicarla, suponemos, con la intención de informar en el mejor de los casos, de generar audiencia o propaganda en el peor, siendo ya un gestor de imagen consciente. Finalmente, es en el tercer procesamiento donde Godard toma esa imagen de la bomba difundida por un noticiero para incorporarla a su ensayo fílmico formando parte de un montaje caótico que sirve como expresión y reflexión del director. Esa imagen pasa de la casualidad, a la información y luego al cine. He aquí el terrorismo como arte al que Godard hacía referencia.

Estas suposiciones que soy capaz de dilucidar, percibir o puede que imaginar, incluso inventar como espectador hacen referencia a una parte mínima de la película. Queda ante mí un amasijo de segmentos cuyo mensaje, confieso, no fui capaz de captar. Pero esto en vez de desanimarme o disgustarme respecto a la película, no me supone en absoluto ningún problema. Es más, me estimula, pues es aquella obra que no se entiende o que no es entendida la que nos hace reflexionar sobre el propio arte y que nos enseña el camino que debemos seguir para llegar a descifrarla algún día. Al igual que Pollock utilizaba su pincel para manchar lienzos o Ginsberg su pluma para encadenar palabras sin conexión alguna, Godard utiliza el montaje para mezclar imágenes con sonidos y con subtítulos que no tienen relación. Si un significado oculto en el arte es abstracción, la ausencia de significado en el arte es expresión. Le livre d'image destruye los límites del cine dejando vía libre a los directores del futuro. Eso sí, se trata de una obra que ha de ser estudiada y analizada en universidades por expertos pero también experimentada y sentida en salas por curiosos.


hommecinema.blogspot.com
harryhausenn
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