Baila con la vida

Suele ser habitual que el cine anglosajón, en especial el estadounidense, explore el panorama fílmico europeo en busca de guiones e historias que adaptar a su público. El caso de Coda, último Oscar a mejor película, siendo una versión de La Familia Belier es un claro ejemplo de ello.

Por eso sorprende que, en este caso, haya sido al revés. Baila con la vida es un remake de Bailando la vida, producción inglesa de 2017 de la que hace una interpretación casi mimética en lo argumental aunque con algunos matices que, según aspectos, la mejoran y empeoran. En lo esencial, encontramos en ambas un loable canto a la amistad, a las segundas oportunidades y al optimismo que no debe decaer en la madurez.

Michèle Laroque escribe, dirige y co-protagoniza esta versión en cuya redacción ha participado también Meg Leonard, autora de la idea original. Ciertamente, en cuanto al retrato del grupo protagonista, el film de Laroque ofrece, como suele ser habitual en el cine galo, una frescura desbordante y atractiva, con unos personajes muy bien definidos, con un punto de originalidad y un trabajo interpretativo sobresaliente. Las escenas grupales alcanzan altísimos niveles de realismo cotidiano y simpatía sin empalagar ya que tiñe a la pandilla con una sombra de fatalismo asumido que lo acerca aún más al espectador y refuerza la camaradería que estrecha sus vínculos.

El conjunto, sin embargo, resulta regular sin dejar por ello de ser eficaz. La trama contestataria no termina de encajar y los números de baile, supuestamente eje de la película, son pobres y escasos (algo que, por otra parte, a la que suscribe no le molesta en absoluto).

Sea como fuere, es una historia que se deja ver, se disfruta y, sobre todo, nos embauca introduciéndonos en un extraordinario y asequible relato de amistad.

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