Haz click aquí para copiar la URL

Síndromes y un siglo (Syndromes and a Century)

Drama. Romance Inspirada en la historia de amor real de los padres del director, ambos médicos, y los recuerdos del propio director. (FILMAFFINITY)
1 2 >>
Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
20 de marzo de 2010
56 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se abre con una entrevista de trabajo. Se suceden las preguntas y respuestas, precisas y a la vez desconcertantes. La doctora es dulce y el entrevistado es soso: un tipo acelga que declara que es alegre. ¿Por qué? Porque sus amigos se divierten cuando están con él. Más tarde descubrimos que a pesar de haber servido como médico en un centro militar, le da miedo la sangre. El tono es humorístico y extraño, la composición de planos excelente, la imagen luminosa. El ritmo es pura pausa.

Caminamos por la banda de Moebius y, sin aparente ruptura, un diálogo que se repite nos pone sobre aviso: empieza la segunda vuelta de la cinta. Cambia la decoración y la naturaleza cede el paso a la ciudad.

En ‘Síndromes y un siglo’ los personajes y la acción no tienen relevancia. Lo fundamental radica en el entorno. Mismos actores, mismas líneas de diálogo, situaciones análogas. Y un marco doble, antitético, que es el verdadero actor de este no drama.

Las simetrías subrayan la extrañeza. En la primera parte, la naturaleza resplandece por doquier, con un cariz informe que desborda, exuberante.

En la segunda, las líneas de la arquitectura configuran un espacio muy mecanizado, como si la acción del hombre condujera hacia una paradójica deshumanización. No se nos muestra el fin de ese proceso. Intuimos una tercera vuelta con el verde totalmente descartado, ya sin budas ni figuras religiosas. Prohombres para un mundo sin humanidad.

Es difícil no advertir tres símbolos que quedan suspendidos en el plano y en el tiempo: la orquídea salvaje, el eclipse y el extractor de humos. En ellos cristaliza el quid de la película. La orquídea cuelga sobre el porche de una habitación resplandeciente. La Luna oculta el Sol. El extractor absorbe el humo desde el sótano del edificio –su boca forma un cuadro fascinante.

El director no elude las explicaciones. Las elimina del diálogo. Nos las entrega en forma visual, con píldoras de humor occidentalizado (el monje que quería ser DJ, raíces ancestrales a cambio de somníferos, conversaciones absurdas, chacras y reencarnaciones con un punto de ironía, el licor en la prótesis…).

El eclipse de los personajes, el paisaje industrial, la incomprensión, el aislamiento paulatino de los seres, nos remiten a Michelangelo Antonioni, con sus panoramas (internos y exteriores) desolados.

En esta cinta el argumento es una excusa tibia. No existe dramatismo ni tensión. Lo narrativo es anecdótico.

La forma es el mensaje. El personaje principal es el contexto: la dialéctica sutil entre lo artificial y la vegetación. La oposición de simetrías. Un campo contracampo que se evade del análisis verbal.

Weerasethakul se expresa en una forma de mirar que no es posible sin el cine.
Servadac
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
13 de marzo de 2010
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mirada budista de esta película difiere bastante del patrón occidental. No hay trama interesante ni personajes con carácter. No se proponen.

Para el budismo el ego es un espejismo de la mente. No corresponde a nada real.

Los personajes de “Syndromes…” no están acorazados en sus egos; en comparaciones, competencia y autoafirmación. No se dan importancia, son ligeros y fluidos. No se autodefinen, no hablan de sí mismos (Yo soy así o asá, Yo pienso, Yo creo). No viven grandes pasiones: sale un enamorado y parece un enfermo tembloroso. No tienen que progresar ni desarrollar una sólida “personalidad”.
Hablan de sus reencarnaciones, vidas anteriores, pero no como un californiano ‘newage’ probando a decir cosas excitantes: es su forma normal de ver la existencia.
Con peculiar distancia, nos son mostrados en acciones insignificantes.

La narración no se apoya en figuras destacadas contra un fondo sino que presenta un ámbito con la dualidad figura-fondo muy atenuada.

También es peculiar la estructura de la narración, inspirada en las respectivas juventudes de los padres del director. Médicos los dos, el ambiente del film es en gran medida clínico.
Dividida en dos partes muy simétricas (una dedicada a la madre y otra al padre), en ambas se repiten varias situaciones. La mayor diferencia en el juego de contigüidades y contraposiciones la marca el ambiente rural de una y el puramente urbano de la otra.
Sin opinar, el director deja ver lo distinto de esos mundos. Ejemplo: el mismo monje en el dentista. En una, árboles por la ventana, médico y paciente charlan y ríen, y el dentista termina cantando mientras trabaja. En la otra, estancia sin ventanas, gélida luz de neón, médico y enfermera enmascarados trabajan en silencio, sin comunicación, cada cual abstraído.
Otro ejemplo: en el parque junto a la clínica rural, noche serena, las enfermeras contemplan a los chicos mientras juegan al voleibol y otros charlan en bancos, movimiento y quietud en armonía. En un parque de la gran ciudad, docenas de personas envueltas en música a gran volumen, se mueven al unísono, imitando al monitor en el estrado, ritmo gymjazz o lo que sea.

La arquitectura es presencia continua; muy frecuentes las estatuas, de próceres y del buda. Edificios de madera y con vegetación, en una parte, y sintéticos, geométricos, fríos y asépticos en la otra.
En los planos, mucha perspectiva y ritmos visuales, con gran efecto.

El resultado es una película sin drama, conflicto ni tensión, que no se limita a peripecias de personajes sino que traza un fresco global (hecho de apuntes e instantáneas, flexible, matizado, apacible, sutil y a menudo humorístico) del mundo en que palpitan las vidas de esos personajes, sugiriendo que la civilización industrial y urbana quizá no les caiga del todo bien.

Si se siente curiosidad por mentalidades distintas, esta película, realmente ajena a los parámetros occidentales, tiene interés, y varios momentos deliciosos.
Archilupo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
3 de enero de 2009
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno lee el argumento de la película sin conocer el director, se imagina algo convencional, lineal, sencillo, donde todo se entiende. Esto sería posible si no fuera porque su director es Apichatpong Weerasethakul, alguien cuya radicalidad y vanguardia fílmica, le han convertido en uno de los directores más arriesgados del panorama actual.
El autor de este fascinante film, construye, a partir de sus recuerdos de la infancia, una historia con dos partes simétricas casi idénticas. En ellas, se cuenta como se conocieron sus padres, mientras, contrapone lo antiguo (la religión budista y los monjes) con lo moderno (estatuas de ministros o monarcas, la planta industrial, el sótano para militares en el hospital), y lo rural (esos paisajes selváticos vírgenes, el vendedor de orquídeas) con lo urbano (los edificios de la ciudad). Todo ello impregnado de humor (el sueño del monje, el protagonista que representa el futuro padre), poesía, abstracción y misticismo. La poesía que emana de la película no es explícita, uniforme ni satura las imágenes, sino sutil e intermitente, apareciendo en ciertos detalles. Respecto al misticismo, probablemente el aspecto más atractivo de la obra, se podría decir que la envuelve como un halo invisible que se intuye y se deja ver en determinadas escenas: los planos fijos o en secuencia mostrando los paisajes, las estatuas, el eclipse y la aspiración del humo contaminante (uno de los momentos más sugerentes y metafóricos).
En definitiva, un film interesante y sugerente para los acostumbrados a este cine y aburrida y vacía para el resto.
Daesu
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
21 de julio de 2016
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se habla poco de Apichatpong Weerasethakul y en cierto modo es lógico, ya que su nombre es impronunciable; hasta al autocompletar de Google le cuesta, tú escribes Apicha y se gripa, no lo acaba. El caso es que el tailandés viene haciendo desde su debut un cine diferente al grueso de producciones occidentales quizá por venir de otra cultura, por proceder del mundo de la arquitectura, por tener una sensibilidad gay friendly, por su proximidad en ocasiones a la video instalación, por su sano afán de dislocar las convenciones de la estructura de la película standard, por todo lo anterior o igual por cualesquiera otros motivos. Apicha es un tío que lo mismo hace una gansada del palo de The Adventure Of Iron Pussy –en la onda del Sukeban Boy de Noburo Iguchi- que llega y planta cara a la censura de su país negándose a meter tijera a su obra, terminando no por conseguir se respete lo que ha hecho pero siendo, al menos, alguien con su dignidad intacta. Que no es poco.
El reconocimiento mundial le llegó al ganar una Palma de Oro en Cannes por Tío Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas, si bien es aquí, en Síndromes y Un Siglo, donde lima y perfecciona lo que ya apuntaba en Tropical Malady, también de estructura atípica. Una película de dos mitades claramente diferenciadas y a la vez dependientes la una de la otra, pues lo que sucede en la primera mitad se repite en la segunda. Lo que son un doctor y una doctora en un hospital rural pasarán a ser de nuevo doctor y doctora solo que cuarenta años después y en un contexto ya urbano, concretamente en Bangkok. El entorno inicial, prácticamente un bosque –y, por ende, dominado por la naturaleza-, marca en la misma medida que lo hará la arquitectura post-industrial de Bangkok; de hecho, justo antes de seguir a los personajes principales durante una conversación que acontece durante los créditos de inicio, la cámara asomará por una ventana a su aire para captar el campo mientras oímos las voces de doctor y doctora fuera de plano. Los personajes no importan. Sus vida tampoco. Se está más cerca de cierta espiritualidad pareja a la de los monjes budistas que pueblan el reparto de secundarios, una concepción del deambular por la vida que omite egos que nada importan en quienes creen en el ciclo de vida, muerte y renacimiento. En ese sentido Síndromes y Un Siglo es una película holística en congruencia con dicho budismo: aquí importan lo mismo elementos del entorno que los personajes que lo ocupan, puede que incluso más al ser en proporción un porcentaje mayor del sistema que muestra el film. Eso no quita para que cada uno de ellos tenga sus personalidades, sus extravagancias y una serie de aspectos determinados en su carácter que terminan por dar hasta cierta pátina humorística a algunas de las acciones y diálogos, pero sigue sin ser lo que importa. Las efigies de budas y la naturaleza son lo que tiene cierta relevancia en esta primera parte; mientras las primeras permanecen y no se ven despojadas de sus funciones rituales tanto en cuanto cambian detalles del modus vivendi pero no la civilización que las respeta (aquello que denunciaron Alain Resnais y Chris Marker en También Las Estatuas Mueren), el modo de filmar lo segundo es quizá junto con Picnic En Hanging Rock lo más cerca que se ha estado de atrapar lo que no puede ser capturado por objetivo alguno. Es tal la manera en la que Apicha filma la naturaleza en sus manifestaciones elementales y extraordinarias (ese haz de luz, ese leve viento que mueve la hierba, esos grillos, ese eclipse) que cuando los personajes aparecen asociados a ella de una u otra forma no se puede usar otro término diferente al de comunión. Justo la misma que alcanzaban las chicas del film de Peter Weir, aunque sin volatilizarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
10 de abril de 2009
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien, vamos por partes. sin querer hacer competitividad con otros usuarios que aqui dejan sus impresiones, pues las emociones y las impresinoes són, si cabe, lo más subjetivo, y por tanto individual, que encontramos en el cine, no estoy de acuerdo con la idea que mucha gente tiene de esta película.
Objetivamente, Syndromes and a Century es una película sin guión. Es así. Lo más recomendable es, pues, no esperar nada de ella, sino simplemente disfrutar de la intimidad y el humanismo que se transmite de sus personajes. Tiene una fotografía preciosa, clara, luminosa, con planos fijos y en movimiento que sin embargo no enseñan nunca más que un punto, aunque visto desde una optica en movimiento.
Entre escenas de diálogo, se intercalan, con un ruido relajante, monótono y casi imperceptible, imágenes de budas sentados y monumentos a héros de la guerra tailandesa. Esa escenas consiguen su cometido: transmiten un sentimiento de sosiego y de misterio grandiloquente que combinan bastante bien con la tónica intimista de la película.
Se hacen cortos los 104 minutos de calma, sin moral, sin reprimendas, sin emociones fuertes. Nadie dicta si eso es cine moderno o no. Quien lo hace se equivoca en todo menos en que es cine moderno efectivamente por la técnica y la manera de grabar. Las impresiones, que los monjes budistas, como los del largometraje, consideran una de las fuentes de energia del ser humano, són retocadas aqui con un sol, una vegetación, y un viento de verano que hacen que el espectador envidie durante un rato la tranquilidad que desprende Syndromes and a Century. Felicidad.
hugotwenties
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow