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Interesante e inclasificable drama británico, con medios escasos y la frescura propias del cine independiente, también con las limitaciones y las excesivas pretensiones que, a veces, se adueñan de guionistas y sobre todo de directores que, desde esta libertad que este cine suele dar, se arriesgan a tocar varios temas al mismo tiempo y a formar, a veces, híbridos casi monstruosos. No es el caso aquí, al menos no lo es en en 80% del metraje. Esto ya es un logro, pero es que además ese tanto por ciento tan alto está lleno de sensibilidad y es, a menudo, impactante. Y es que la crueldad porque sí, el menosprecio al diferente, al débil, por parte de la sociedad, aquí encarnadas en algunos adolescentes acosadores que provocan arcadas al espectador, siempre supone un golpe duro, por lo inexplicable e injusto de esa crueldad. Magníficas Scanlan y Newmark, en sus papeles de hija y madre desamparadas, patéticas, absurdas pero entrañables. Quizás la parte onírica, los sueños de grandeza de la hija, están poco logrados y aportan también poca cosa, excepto esto, estamos ante un film muy interesante, desasosegante, con un final atrevido, alejado de todo convencionalismo.

La etiqueta de cine independiente sirve de coartada para colar, en muchas ocasiones, productos pretenciosos, con falsas espectativas de denuncia social, elucubraciones filosóficas o ejemplarizantes, que al final son cualquier cosa menos cine. Esta clase de peñazos sólo los ven los asistentes a los festivales que los premian y los curiosos. Esta película sólo se puede ver en desesperadas noches invernales de aburrimiento, si no se tiene otra cosa mejor que hacer.