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La calle de la vergüenza

Drama "El País de los sueños", un burdel situado en un barrio de Tokio, atraviesa una difícil situación, ya que el Parlamento está a punto de aprobar una ley que prohíbe la prostitución. Retrato de la vida cotidiana de diversas prostitutas: aquellas a las que las circunstancias obligaron a comerciar con su cuerpo, pero también aquellas otras que intentan abandonar ese medio de vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 30
Críticas ordenadas por utilidad
18 de julio de 2012
71 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mizoguchi se despide del cine con uno de sus temas predilectos: la prostitución. Comprime el espacio –la calle angosta es el único horizonte del burdel– sin recurrir a la fragmentación (‘Un condenado a muerte se ha escapado’, de Bresson; ‘La pasión de Juana de Arco’, de Dreyer). Abundan los planos cortos y cerrados. La ausencia de aire coincide con la ausencia de futuro.

Un espléndido catálogo nos muestra las edades de la mujer pública: desde la madura –finalizando ya su vida útil– hasta la principiante. Mizoguchi no se recrea en la decrepitud demente de la puta madura, ni en la iniciación, más allá de un gesto tímido, de la puta principiante.

El catálogo, ya digo, es excelente: la madre de familia (con bebé y marido enfermo), la puta descarada, la madre viuda (con hijo avergonzado), la que busca marido, la puta inteligente y sin escrúpulos… ¿Sin escrúpulos?

La única salida de ‘El País de los sueños’ es tomar conciencia de la realidad, el cálculo preciso y el ahorro. El recurso más fiable es el engaño. Si quieren comprarte y no comprar tu libertad de forma desinteresada, déjales que crean que te compran… y luego no te vendas.

– ¿Pero es que no comprendes que te quiero?
– Si de verdad me quisieras, mi felicidad sería suficiente para ti.

Y es que el amor no es posesión ni compraventa de favores.

Aunque una puta se comporte malvada y cínicamente, no es fácil condenarla por ello en un mundo en que las deudas con el proxeneta la mantienen atada a su negocio.

La música... no sé si es estridente o apropiada.

No vemos el cuerpo desnudo de las prostitutas, ni tampoco las vemos en acción. Pero sentimos que son putas en sus ademanes –tan distintos entre ellas– y en la manera de mirar y conversar.

La ausencia de escenas sexuales contrasta con la crudeza verbal de los encuentros: madre puta e hijo avergonzado; padre putero e hija prostituta; estafadora y estafado…

El discurso del dueño del burdel (¿Qué harán las pobres sin nosotros?) asquea por su desfachatez hipócrita y solemne. Lo pronuncia casi de un tirón y sin una sola arruga en la camisa.

===

La moraleja es obvia: las putas van y vienen… pero el puterío siempre continúa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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13 de febrero de 2009
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más Mizoguchi se acerca a la mujer con una mirada cercana y comprensiva. En esta ocasión como en tantas otras, las protagonistas son prostitutas... mujeres como las demás pero que en vez de regalar o compartir sus cuerpo lo venden.
La situación de posguerra y la posible ilegalización de la prostitución (que al final se produjo) son temas aparentemente importantes, pero en realidad el drama de toda la vida se superpone y se impone al drama circunstancial.
¿Es mejor ser prostituta que tener un marido? ¿No es el trabajo en general una forma de venderse uno mismo en venta? ¿Es distinto vender el tiempo y la fuerza de trabajo a vender el cuerpo? ¿Es la prostitución algo necesario por el hecho de ser (dicen) la profesión más vieja del mundo?
Estas y otras muchas preguntas vigentes en 1956 lo siguen siendo hoy día. Y la situación de muchas mujeres, niponas u occidentales, prostitutas o madres de familia, ha cambiado tanto de entonces a nuestros días.
No creo que haya una única respuesta, cada uno de nosotr@s debe encontrar sus propias respuestas.
Mizoguchi, como siempre, ya lo hacía en 1936 con su maravillosa Elegía de Naniwa, pone el drama, el buen cine y las preguntas sobre la mesa. Ya es mucho.
Lo demás (la reflexión, el cambio en la mirada y en las actitudes) queda de cuenta del espectador, sea éste hombre o mujer.
¡Ah! Lo olvidaba. Dicen que la hermana pequeña de Mizoguchi fue vendida por sus padres a un burdel... Quizá eso explica algunas de las secuencias finales de la película. Y, sobre todo, la actitud tan próxima a la mujer que sentimos en este y la mayoría de los films de Kenji Mizoguchi.
Chord
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14 de mayo de 2008
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podríamos decir de esta película que refleja de manera objetiva lo que son las vidas de unas mujeres prostitutas asentadas en un local de prostitución y alterne, que ejercen su profesión por motivos distintos: una por sacar adelante a su familia, otra huyendo de un círculo familiar asfixiante o incluso alguna con el fin de ahorrar para poner un negocio propio que le aleje de esa dimensión y le permita independencia y libertad.

El filme recoge perfectamente las argucias, los modales, las tretas, las circunstancias y demás características generales que le son propias a estas mujeres en su forma de ganarse la vida, en concreto se fija en cuatro o cinco prostitutas que trabajan en una misma casa japonesa destinada a este fin, en la personalidad y el rosario existencial de cada una de ellas.

Película notable, en blanco y negro, hecha con mucha consideración y crítica también hacia ese fenómeno inextinguible en el mundo mientras haya mujeres necesitadas de vender su cuerpo para sobrevivir, hombres y pulsiones naturales ávidas de compenetrarse con sus complementos.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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10 de abril de 2006
24 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable film de Mizoguchi que nos muestra el periodo de indecisión moral y legislativa que pasó Japón cuando dejó de ser un país libre y se convirtió en una colonia estadounidense. El barrio rojo nos muestra los distintos prostíbulos que allí cohabitaban y las distintas personalidades de las prostitutas que ejercían su labor en el citado barrio.

Película rica en matices y obra póstuma del director nipón. Los diferentes entresijos que rodean los sueños de las gueishas y las distintas direcciones con que acometen las relaciones con sus clientes se siguen con interes. El problema al que se enfrentan cuando la edad avanza y las triquiñuelas de los préstamos y pagos hacen de La calle de la vergüenza un film vibrante y entretenido. Recomendable.
Txarly
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29 de diciembre de 2008
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pregunto por qué no pondrán películas como esta en los pseudodebates de la televisión. Que un japonés en los años 50 sea el único que me hace reflexionar sobre la legalización o no de la prostitución es penoso. Qué peligro tiene pensar, qué aburridas son las películas en blanco y negro, y japonesa encima, que frikada...
En estos tiempos de libertad y democracia dejemos a opinar a Jimmy Gimenez, a la Cuca y a la Rahola, ellos nos indicarán el camino y nos iremos a la cama sin haber tenido que pensar, que eso es de frikis.
La película aborda el tema en un Japón en transformación social postguerra, a través de sus protagonistas, y con la prostitución como telón de fondo, somos testigos de porqués ; de razones y condiciones personales, sometidas a las lesgislativas.
Distintas planificaciones vitales, con más o menos éxito, personas. Precioso cuadro cultural de un país único en pleno cambio, historias humanas; con sus miserias, su grandeza ; sin prisa, cuidando cada plano...
gugly
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