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Félicité

Drama Félicité canta en un club nocturno en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. Su vida cambia de raíz cuando su hijo de 14 años tiene un terrible accidente de motocicleta y ella comienza una búsqueda frenética a través de las calles de Kinshasa, un mundo de música y sueños. Su obsesión: recaudar dinero para la cirugía de su hijo. Y en su camino se cruza con Tabu. (FILMAFFINITY) Seleccionada por Senegal para los Oscar 2018. [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película funciona sóla en algunas secuencias.
Las escenas nocturnas, que son numerosas, tienen una calidad deficiente y casi no se ve quién está en el plano.
Se la ve cargada de buenas intenciones para contarte la cruda realidad a la que se enfrenta la protagonista, pero parece como si estuviese incompleta. Incluso le sobra metraje.
floro
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13 de marzo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pareció, demasiada cámara en mano. Una historia creíble, lenta. Narrada en forma lineal y con flhasback inapropiados. Bajo presupuesto, está bien, pero, dame algo de pasión!!!! El cine africano, provoca, pero no tanto. No se si los actores son profesionales o amateurs. La mezcla de música y vida, no lleva a convencer.
jmartinezhugarte
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7 de mayo de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Felicité ha sido galardonada como Mejor película de ficción de la 14ª edición del Festival de cine Africano de Tarifa (FCAT). Se trata de un largometraje de Alain Gomis, del que se han programado en este FCAT dos obras retrospectivas: un corto “Tourbillons” (1999) y el largometraje, L’Afrance (2001).

Digamos que esas dos filmaciones del director franco-senegalés que nos ocupa, comparten el ser reflexiones sobre la identidad africana en un país de emigración, concretamente Francia, mientras que Félicité nos enfrenta a la realidad africana en Kinshasha, capital del Congo, en el epicentro del África negra y, como valoración inicial, podemos comentar que la propuesta de Gomis entronca directamente con dos cuestiones que ya comentamos en relación con Maman Colonelle: la necesidad imperiosa de que sea la propia comunidad quien resuelva los problemas de sus miembros con donaciones voluntarias, ante la inexistencia de soluciones oficiales, y la depredación del hombre por el hombre, pues ante una situación de miseria absoluta, asistimos a la insensibilidad de las personas, que lejos de hacer causa común de la pobreza cierran sus corazones a la solidaridad o el calor humano.

Por ello, cuando la protagonista, magníficamente interpretada, por Véro Tsachanda Beya, se enfrenta al drama de ver a su hijo a punto de perder una pierna en un hospital miserable tras haber sufrido un accidente de moto, tiene que padecer la crueldad de todo el equipo médico, que le exige una cifra desorbitada de dinero para acometer la intervención quirúrgica, así como de sus propias compañeras de infortunio, que le roban lo recaudado para medicinas.

Félicité, que así se llama también la protagonista del filme, nombre evidentemente irónico, se gana la vida como cantante en un antro de algún barrio miserable de Kinshasha, lo que convierte a la película de Gomis en un filme de la infravida urbana en una capital de Estado, como ya desarrollara Luis Buñuel en México y algo más recientemente su mejor alumno Arturo Ripstein en Principio y fin (1993), por ejemplo, o César Gaviria en La vendedora de rosas (1998).

Dentro de esas coordenadas, quizá la principal aportación de Gomis es que, sin abandonar ni un ápice el retrato de la degradación social del África descolonizada, ahonda en el perfil psicológico de los personajes, lo que se logra gracias a la actitud general de los principales personajes, pero sobre todo merced a la mirada desapasionada de Félicité, o directamente, a la mirada muerta de su hijo: sin duda por ello, Gomis se detiene en infinidad de primeros planos sobre Félicité, dado que él, según mi apreciación personal, quiere, y consigue, hacer un largometraje social, pero también busca, y logra, proyectar la miseria ambiental sobre el alma de los principales personajes.

De ahí que esta magnífica película se configure con una clara intención social, pero también psicológica.
¿Y qué se puede hacer en esta situación, cuando te ves obligado a vivir en condiciones extremas? Pues Félicité opta por observar la vida con una cierta sensación de irrealidad, como si no formara parte de ella: de tan real que es, al final la existencia se deshilacha en sombras y las personas se convierten en bultos. En un momento dado, los vecinos, por ejemplo, se desdibujan en perfiles casi transparentes. Igualmente irreales me parecen los momentos en que aparece una orquesta de africanos interpretando exquisiteces de música clásica o piezas corales, tan excelsas como las instrumentales, en medio de la pobreza total.

El mundo onírico es otra solución, pero en los sueños de Félicité ella se ve a sí misma caminando sola en la noche, o internándose en el agua. Pero una realidad tan abrumadora como la que estamos esbozando necesita un bálsamo surrealista y por eso, en una de las pocas escenas amables del filme, un okapi sustituye a todos los borrachos pendencieros del bar donde canta Félicité y se deja abrazar por ella.

Como valoración final, me gustaría mencionar esta corriente actual de filmes sociales que se diferencian de sus predecesores neorrealistas italianos, puesto que en estos largometrajes de posguerra el cine busca la realidad, mientras que en Félicité, de Alain Gomis, o en Zoe, por ejemplo, del español Ander Duque, como ya señalamos en su lugar, es la realidad quien busca al cine.

Y ya sí, ahora sí acabo, pero quiero dejar una última reflexión: hace tiempo que África llama a nuestras puertas y no me refiero sólo a las trágicas noticias que vemos en los informativos con frecuencia obscena. Hablo también de cuestiones creativas. Creo que lo mínimo que se merece este continente, tan concienzudamente esquilmado, es que prestemos oídos a sus propuestas estéticas. Félicité ha llegado a la Berlinale: ahora tan sólo falta que el cine africano goce de la distribución que merece.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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2 de agosto de 2019
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Una buena parte de la película se desarrolla de noche y muchas de las escenas nocturnas (salvo las del club) están pésimamente iluminadas. Si el director quería que no viéramos lo que estaba pasando en ese momento, lo consiguió. Las escenas de calle en Kinshasha dan para otra película ya que en si mismas lo son. En algunos casos, el director logra la llamada sinestesia "ver olores", "tocar imágenes" y desde ese punto de vista la película está muy lograda aunque parezca más un documental. En general, me pareció aceptable o interesante para conocer otro tipo de cinematografía y comprendo que rodar en Kinsasha no debe ser lo mismo que rodar en un estudio de producción de Londres por los medios que se emplean. A cambio se gana en autenticidad. El argumento es crudo, probablemente real como la vida misma, así que si estás buscando evasión y "felicidad" no es esta tu peli. Los tópicos africanos de "permanente felicidad en estado de pobreza" aquí no se dan (tampoco se dan en la vida real por mucho que nos lo vendan). El guión me pareció interesante pero al desarrollo le sobran minutos.
Mixmail
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