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Sí, primer ministro (Serie de TV)

Serie de TV. Comedia Serie de TV (1986-1988). 16 episodios. Continuación de la también exitosa "Yes, Minister" que, al igual que la que ahora nos ocupa, se trataba de una aguda sátira política. En una extraña cadena de acontecimientos, Jim Hacker se impone el candidato más firme de su partido para ser elegido Primer Ministro. Así conseguirá su propio coche y chófer, una bonita casa en Londres, infinita publicidad y una pensión para toda la vida. ¿Qué más se puede desear? (FILMAFFINITY) [+]
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
27 de febrero de 2007
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Continuación de la serie "Yes Minister". Es tan buena como la primera parte.
La ventaja de las series inglesas es que no las gastan. Hacen pocos capítulos y pocas temporadas, con lo cual no te hartas de ellas.

Sigue el secretario permanente haciendo de las suyas. Esta vez su amo y señor ha ascendido, de chiripa claro, a primer ministro. Pero sigue su no tan fiel servidor enterrándolo en papeles, asustándolo con la opinión pública e ideando maquinaciones que dejarían al bueno de Maquiavelo en pañales.

Los guiones siguen siendo buenísimos y entre tanto enredo tienen una precisión asombrosa. Y nadie escapa de la burla, ni siquiera los votantes.

Recomendable hasta para comprarla, tenerla en un lugar destacado de la estantería y verla cada cierto tiempo.
Gilbert
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12 de mayo de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conjuntamente valorada con su predecesora, esta serie británica me parece una de las mejores realizaciones que se han hecho para la televisión mezclando con agudeza y elegancia el humor y la política. Y el caso es que se trata de una producción de lo más modesta, y por eso mismo su principal sostén es el verdadero talento, que siempre asoma más cuanto menores son los medios de que se dispone. Estos medios se reducen en el presente caso a unos guiones espléndidos y a tres protagonistas dignos de los mismos, siempre bien apoyados por unos notables secundarios.

Aunque cada capítulo aborda una situación diferente, existe un claro argumento central en toda la serie (me refiero a ambas), consistente en el tenaz enfrentamiento y difícil convivencia entre los funcionarios de la administración y el gobierno de turno. Hija de su tiempo, que fue el thatcherismo, la serie caricaturiza tanto la obsesión conservadora por reducir el peso de la administración como la irreductible resistencia del funcionariado a admitir cualquier cambio que menoscabe sus privilegios. Así, a cada proyecto "reformista" o "modernizador" ideado por el gobierno se le oponen todas las demoras, trucos y tergiversaciones que los funcionarios de la administración conocen con el fin de evitar un cambio en el sagrado statu quo.

Los tres protagonistas son el vehículo fundamental por medio del cual la serie canaliza este argumento central, erigiéndose en arquetipos humorísticos de enorme eficacia. Así, Jim Hacker, el político, es un personaje caracterizado por su indecisión -fruto de la ausencia de ideas originales-, volubilidad, ciego afán reformista y obsesión por la propia imagen. Características todas ellas que sabe explotar como nadie su Secretario del Gabinete, Sir Humphrey Appleby, modelo inigualable de intrigante, sutil opositor de excelente retórica y supremo defensor de los privilegios de los funcionarios de la administración, habitualmente retratados como máximo ejemplo del clasismo (esas reuniones en el club, bebiendo Jerez mientras traman nuevas estrategias son el mejor ejemplo). Funcionario también, pero ejerciendo de puente entre ambos mundos encontramos a Bernard Woolley, Secretario Personal de Hacker, cuya franqueza contrasta cómicamente con el cinismo de sus dos jefes, con los que trata de mantener un difícil equilibrio de lealtades, si bien suele inclinarse del lado de Sir Humphrey (pues ya se sabe: los primeros ministros pasan, pero los funcionarios de la administración permanecen).

Los demás personajes, así como las diversas situaciones mostradas, que tienen que ver con toda clase de asuntos públicos (educación, sanidad, asuntos exteriores, la prensa, defensa, el funcionamiento del gobierno y de la administración, etc.), retratan un mundo caracterizado por la hipocresía, en el que las más ardientes convicciones se debilitan al instante en cuanto entran en juego los intereses verdaderos de quienes las encarnan. Por tanto, el poder lo es todo, y con tal de mantenerlo toda argucia, renuncia, compadreo o chantaje resulta válido; pero lo mejor es que esta ácida conclusión nos llega a los espectadores por el mejor camino posible, que es el humor, aquí convertido en un hilarante vehículo crítico de primera magnitud. Nada de ello hubiera sido posible con un peor guión o con mediocres actores; afortunadamente, si el primero es de una agudeza e ironía excepcionales, los segundos resultan maravillosos (aunque los tres protagonistas están soberbios, creo que nadie puede resistirse al singular atractivo del personaje encarnado por Nigel Hawthorne, primero como Secretario Permanente y después como Secretario del Gabinete y jefe de la administración).

Para terminar, una última reflexión; esta serie se realizó para la BBC -el ente público del Reino Unido- durante un gobierno conservador; lo más parecido que recuerdo haber visto producido aquí en España ya fuera con unos gobiernos u otros fue una mediocre serie emitida por Telecinco titulada "Moncloa, ¿dígame?". En fin, que así nos va.
Quatermain80
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