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Monsieur Hire

Drama. Thriller Monsieur Hire lleva años viviendo en el mismo piso. Alice, que ocupa el estudio de enfrente, se da cuenta de que el hombre la observa desde hace meses. Él, que lo sabe todo de la joven, se ha enamorado de ella. Sin embargo, la situación de Hire se complica cuando se convierte en el principal sospechoso del asesinato de una adolescente. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
14 de julio de 2007
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
No he visto demasiadas películas de Patrice Leconte pero seguramente esta sea la mejor hasta ahora.
Monsieur Hire es la historia de un hombre enamorado, aunque en realidad puede parecer muchas otras cosas. Puede parecer la historia de un hombre enfermo, podría ser la historia de un asesino, pero es simplemente la historia de un hombre enamorado.
Monsieur Hire vigila a Alice desde su ventana, la observa y la protege. Y lo hace por el profundo amor que siente hacia ella.
Patrice Leconte no cuenta la historia con el ritmo pausado que el personaje requiere, con la misma pulcritud y elegancia con la que el personaje se mueve y actúa. Es una película sencilla de sentimientos profundos. Cuesta aceptar al personaje protagonista, pero una vez que se hace, te lleva hasta cotas extrañamente conmovedoras, como en la escena en la que Monsieur Hire relata a Alice como eran sus contactos con prostitutas y como eso cambio por ella.
Los actores protagonistas son espléndidos, especialmente Michele Blanc en una interpretación en la que, pese a su contención, derrocha emoción.
Es de destacar también el sensible acompañamiento musical del aquí comedido, pero siempre extraordinario Michael Nyman.
ernesto
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21 de octubre de 2008
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siguiendo la dura novela de Simenon, escrita con economía de hierro, Leconte arranca la película con el asesinato de una joven y encarga del caso a un maduro inspector, que se fija en un personaje del vecindario, Monsieur Hire.

Hire es un pulcro costurero que cae mal a la gente, y la gente a él (“¿Qué les ha hecho?”. “Nada, por eso caigo mal”). Le gusta el silencio, no es sociable, sí un tipo raro. Pálido, ojeroso y siempre serio, entre Nosferatu y Keaton, vestido como un enterrador, no responde a provocaciones ni murmuraciones. Come solo en su aseado apartamento.
No es apocado. Al investigador le lanza un venablo:
—Es duro ser un simple inspector con su edad…

Cada noche, las luces apagadas, a través de la ventana observa melancólicamente a una joven vecina, mientras en el tocadiscos suena la misma pieza de Brahms para piano y orquesta. Ella cena, se viste y desviste, hojea libros de fotos, recibe a su novio, se levanta para ir a su trabajo de camarera.
Cada noche, pálido e inmóvil, Hire convive con ella a distancia como una presencia invisible y oculta.

El planteamiento parece claro: un condenable depravado espía a una despreocupada joven, víctima de la acechante violación de su intimidad.

Pero no es tan sencillo…

===== =====

Leconte se muestra hábil distrayendo del asunto inicial, un caso criminal abierto que es en sí intrigante. Pero con las escenas nocturnas consigue crear un foco más acaparador, que retiene al espectador morbosamente, muy expectante ante los movimientos en la ventana iluminada.
No obstante, el crimen sigue sin resolver, su enigma se hace a menudo patente. El inspector reaparece para, en su búsqueda de pruebas, estrechar el cerco. La habilidad con que se entretejen curso de la investigación y peculiar relación de Hire con la vecina es muy sutil. Y cuando, a raíz de inesperados cambios en esa relación, la incógnita consiste en si al inspector le será revelada o no la identidad del asesino, y qué decisiones tomará la vecina en su sorprendente vida amorosa, esa habilidad de Leconte sigue operando.
Así, cuando se despeja una incógnita, ya hace tiempo que otra la ha reemplazado en el foco de interés. Y cuando el magnetismo de la nueva se ha gastado, la pregunta sobre quién se saldrá con la suya (quién pagará por sus propias responsabilidades y quién por las ajenas) tira de la historia hacia el final con fuerza sobrada.

A esas alturas, las suposiciones acerca de la implicación de los personajes, y del calibre moral a ellos atribuido, han bailado tanto que el recorrido es muy satisfactorio: acumula amplitud, longitud, variedad, sutileza y profundidad, en perfecto slalom.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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3 de julio de 2010
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
El caso de Georges Simenon es un caso sin solución. Hace ya años que la editorial Tusquets rescató su obra del universo de la novela de género y de bolsillo y ofreció una irreprochable colección que recogía la mayoría de sus libros, los casos del Comisario Maigret y las llamadas “novelas duras”. A disposición de quien quiera leerlas están novelas tan asombrosas como “La viuda Couderc”, “La nieve está sucia”, “Tres habitaciones en Manhattan”, y muchas más. Yo, que lo descubrí muy tarde, llevo años leyendo a Simenon y literalmente todo lo que he tocado de él me ha parecido como mínimo notable. Teniendo en cuenta que se le han censado 192 novelas, lo considero como mi principal valor-refugio cuando no sé qué leer.

En Francia, desde el primer momento, André Gide lo consagró como el mejor novelista en lengua francesa. En Estados Unidos sus exégetas son gente de la altura de Susan Sontag o Paul Theroux. Aquí en nuestro país, con algunas excepciones, lo seguimos comparando con Agatha Christie.

Simenon ha recorrido de arriba a abajo el Siglo XX, ha descrito sus tipos, retratado sus lugares, señalado sus vicios, ha situado al ser humano en el centro mismo de sus propias contradicciones con una mezcla de crudeza y naturalidad que ningún escritor contemporáneo que yo haya leído ha logrado. Y en España, a pesar de tenerlo delante de nuestras narices –como la carta robada de Poe-, apenas nos hemos enterado.

Con el cine pasa algo parecido. Cuando pienso en las “novelas duras” que conozco –una isla en el archipiélago Simenon- pienso que es material idóneo para el Hitchcock más pesimista (el de “Falso culpable” o “Yo confieso”), Fritz Lang o el Kurosawa de “El infierno del odio”. Pero, ya ven, más de 120 películas basadas en sus obras y, sin contar con un lejanísimo Renoir que nadie ha visto, todo lo más encontramos a Marcel Carné, un Chabrol en horas bajas, un debutante Tavernier o Patrice Leconte.

De las diez críticas, sólo el excelente texto de Lupo menciona que “Monsieur Hire” se basa en una novela de Simenon. El acierto de Leconte está destilar la áspera fatalidad del original literario hasta convertirla en tristeza, intensa y nada pegajosa; realmente “Monsieur Hire” es una película que se ve con el mismo rictus de incómoda tristeza desde la primera imagen hasta la última. Junto con “María la del puerto” de Carné y a falta de ver “La noche de la encrucijada” de Renoir, es la más digna adaptación de Simenon que conozco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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22 de abril de 2019
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que Michel Blanc, es el actor más adecuado para interpretar a M. Hire. Representa a un hombre extraño, de conducta sombría y hierática, siempre con ese gesto inalterable, observando de manera malsana a su vecina.

El cine francés y yo jamás hemos sido grandes amigos; no conecto bien con sus historias, y esta que prometía, se fue diluyendo en banalidades inconexas perfilada de momentos que supones escabrosos de su existencia. La historia que nos cuenta, ciertamente no se puede calificar más que de absurda. Nadie con un mínimo de sentido común puede conectar con ella, y mucho menos asimilarla, ni siquiera como un producto de fantasía.

Portada que refleja muy bien lo que allí se nos cuenta... Parece la repetición de una escena en bucle.
MIRADA MILENARIA
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10 de enero de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor es una pasión y, por tanto, se padece, y vivir un malvivir que sólo se soporta apasionándose. Se ama caprichosamente, ciegamente, sin justificación ni justicia, sin que importe ser víctima de no ser amados por quien más nos hará sufrir. Se ama unilateralmente, siendo la falta de correspondencia una fuente de dolor que acentúa la intensidad del sentimiento. Por el amor estamos dispuestos a las más bajas infamias, a las más sórdidas faltas. El amor es una pasión a la que le entregaremos sangre si es necesario. Porque vivir es saber que se está solo hasta la muerte, que el tiempo se repite inexorable y tedioso en actividades que permanecen en el hueco nivel de la supervivencia cotidiana, y que sólo las pasiones íntimas son enclaves de felicidad. Es inhumano vivir sin pasiones. Ante la escasa realidad, satisfacerlas es el único medio para alcanzar eso tan vaporoso y efímero como es la felicidad. La condición de las pasiones es la soledad, por lo que se confirma nuestra naturaleza de islas separadas por vastos mares de extrañeza. Cada individuo, con la carga de sus pasiones únicas, impenetrable en lo más íntimo para los demás e incluso para sí mismo, es una máscara misteriosa. Sólo la convergencia de las pasiones, dos personas que coinciden, por ejemplo, enamorándose una de la otra, puro azar que despliega la misma obsesión uno contra otro, abole la funesta soledad. Alcanzar la felicidad y la comunión con el otro es un fenómeno tan extraordinario que lo más común es que esté abocado al fracaso.

Una película esencialmente triste sobre las pasiones humanas, de una engañosa simplicidad, con dos actores protagonistas que bordan la interpretación –Michel Blanc y Sandrine Bonnaire-, y una deliciosa y melancólica pieza musical inolvidable.
Talladal
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