El padre de la novia

Vicente Minelli consiguió con esta película una película clásica, sencilla, deliciosa y redonda. Un divertimento sin más pretensión que la de entretener y hacer reír, y consigue ambas cosas con creces.
A partir de una situación muy común, como es la organización de una boda, la película nos muestra los miedos paranoias y neuras de un padre que ve como su pequeña niña se va con el primer zoquete que aparece. Y lo hace con unos diálogos brillantes, y unas situaciones, que no por cotidianas resultan menos ingeniosas. El guión en este sentido es excelente.
Mención aparte para la presencia de Spencer Tracy que es el alma de la película. Es el protagonista absoluto, y está radiante, pletórico, divertido y elegante.
Esta película es un claro ejemplo de que de cualquier historia, por sencilla que sea, si se hace con gusto, se puede conseguir una excelente película.

Siempre he creído que existen dos tipos de excelentes actores: Los "naturales" (Spencer Tracy, Cary Grant, Gregory Peck, Gary Cooper, Humphrey Bogart, John Wayne...) y los que estudiaron en el Actor's Studio (James Dean, Marlon Brando, Paul Newman, Montgomery Clift...) De ese primer grupo, creo que el más grande de todos es Spencer Tracy. La naturalidad, sinceridad, dignidad y carisma con la que construye sus personajes es del todo inigualable. En esta película, como "padre de la novia", lo vamos a adorar del primero al último fotograma y, por supuesto, nos vamos a identificar con él y con una magnífica historia que a todos nos suena.
Kay, la hija pequeña de Stanley y Ellie, decide casarse con su novio. A partir de ese momento Stanley se verá envuelto en un torbellino de preparativos y de situaciones nuevas, sorprendentes y estresantes para él.
Minelli, formidable director del musical y de la comedia, nos regala una película deliciosa, llena de ritmo, momentos inolvidables, con un guión exquisito y unos diálogos brillantísimos. Pero ¡ah amigo! además el gran Spencer queriendo o sin querer, con su soberbia interpretación, se convierte en el centro de la película. Y los hombres nos convertimos en el padre de la novia y miramos mal al novio de nuestra hija (no me gusta el "pollo"), nos agobiamos con la lista de invitados y las facturas, y protestamos y gruñimos, pero... por encima de todo, deseamos que nuestra hija sea muy feliz.
En definitiva, Spencer nos conquista a todos en una historia que se repite día tras dia, de una vigencia aplastante y de una lucidez admirable.

Estamos ante una obra maestra menospreciada de las muchas que hay en la historia del cine. No he podido evitar emocionarme con la enorme carga de crítica y análisis social que contiene esta cinta.

La frialdad con la que se plasma una realidad burguesa camuflado con una apariencia de comedia simplona es espectacular. Una de esas películas que no pueden ser censuradas ya que su fachada es inocente, pero que en realidad va descuartizando con un bisturí a una sociedad de consumo ya consolidada en los años 50 en los USA, y a sus víctimas: los individuos, en este caso un acomodado padre de familia que se ve devorado por situaciones en las que la apariencia y las formas lo son todo.

Un mundo donde una pareja discute sobre si es ortodoxo ofrecer una copita a los consuegros; donde una mujer decide no casarse porque su novio quiere ir de pesca; un mundo absurdo y loco construido a base de buenos modales y regalos de boda que a todos nos parece LO NORMAL.

Sin duda alguna, un retrato intemporal que todo ser humano de hoy debería ver con atención.

Un padre se enfrenta a uno de los momentos más naturales pero temidos de su vida: la boda de su hija. No sólo tendrá que enfrentarse a la pena de que su adorada niña se marche del hogar, sino además deberá planificar y organizar una costosa boda que le traerá de cabeza.

El padre de la novia es una sofisticada comedia de la MGM. Rodada a comienzos de los cincuenta, la película nos acerca una historia que intenta alejarse de la definición de mero entretenimiento, planteando un curioso retrato de cómo vive y que siente un padre cuando su hija va a contraer matrimonio. Este peculiar argumento, para el cine de aquellos años, fija su mayor acierto en la buena mezcla de personajes y situaciones, dejando algunos momentos realmente divertidos, como es el caso del banquete de bodas, muy bien llevado por la pareja de guionistas, Frances Goodrich y Albert Hackett. La película peca, eso si, de una ligera falta de emoción, ya que la trama se desarrolla sin grandes sobresaltos o giros, en este aspecto la narración resulta un tanto plana.

En lo visual este título se mueve entre lo sencillo y lo efectivo. El italiano Minelli, filma sin grandes alardes, podríamos decir incluso que la cinta no se aleja en demasía de la estética de la comedia clásica; encuadres orientados hacia la brillantez de diálogos, cálida fotografía para crear un ambiente acogedor… El reparto es sin duda uno de los platos fuertes del film, contando con el siempre aplicado Spencer Tracy, que se mueve a las mil maravillas en este tipo de comedias, y la estupenda Elizabeth Taylor en uno de sus primeros papeles tras haber participado en la famosa adaptación de mujercitas. La banda sonora dirigida por el ingles Adolph Deutsch (El halcón maltés, High Sierra, La máscara de Dimitiros…) combina alegres partituras muy al tono de la historia.

Buen humor y diversión quedan asegurados con este notable largometraje muy superior a sus dos posteriores remakes.

Vincente Minnelli con su habitual astucia crea la película más mítica sobre bodas.

La fuerza de la película reside en el personaje de Spencer Tracy (soberbio como siempre), un hombre con un punto de vista algo anticuado y que no entiende muchas de las cosas que le suceden a su familia.

Se ha hablado mucho de que es una comedia con la que no te ries, pero es que no se trata de una comedia delirante, aunque si hay momentos graciosos.

A mi me ha parecido uno de los grandes trabajos del director.