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El niño y la bestia

Animación. Fantástico Kyuta es un niño solitario que vive en Tokio, y Kumatetsu es una criatura sobrenatural aislada en un mundo fantástico. Un día, el niño cruza la frontera al otro mundo y entabla amistad con Kumatetsu, que se convierte en su amigo y guía espiritual. Este encuentro les llevará a vivir multitud de aventuras. (FILMAFFINITY)
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Críticas 41
Críticas ordenadas por utilidad
16 de octubre de 2015
55 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquiera que esté más o menos interesado en el cine de animación (me gustaría decir, sencillamente, "en el cine", pero aún existe un prejuicio absurdo hacia este medio) sabrá quién es Mamoru Hosoda, o al menos habrá visto alguna de sus películas más conocidas, como "La chica que saltaba a través del tiempo" o "Los niños lobo". Para los que no, sabed que os perdéis la obra de realizador más importante salido de Japón en la última década, y uno de los pocos autores nipones que garantizan cierta calidad en cada una de sus producciones, junto a Masaaki Yuasa y Makoto Shinkai. En "El niño y la bestia" lleva más allá los temas que suele abordar habitualmente su obra, siendo el principal la familia y cómo se relaciona, al tiempo que explora el mundo que nos rodea y desvela sus contrastes.

Lo que hace mágico a su cine es que es capaz de coger argumentos que en manos de otros autores se convertirían en un festival del exceso, pero que él controla desde el intimismo. Así, en "La chica que saltaba..." teníamos viajes en el tiempo pero el foco se ponía en una adolescente y como se relacionaba con un chico que le gustaba; "Summer Wars" orbitaba en torno a un mundo virtual mastodóntico pero lo que más interesaba a Hosoda era el costumbrismo, la relación establecida entre niños y familiares en una casa de campo; y "Los niños lobo", hacía exactamente lo mismo pero limitando el tema de la licantropía a la más mínima esencia. Aquí ocurre lo mismo, pues aunque tenemos dos mundos -el de humanos y monstruos- lo importante es como el protagonista se relaciona con una criatura fantástica de tú a tú, generando un vínculo que remite una vez más a la familia -padre e hijo- más que a la amistad.

Este enfoque intimista es el que hace que el film desprenda esa magia tan especial, y el que hará que perdure en el tiempo. Porque Hosoda hace cine de ahora y de siempre, y aunque es cierto que a veces se le va un poco de las manos la forma en que concluyen sus trabajos, tirando por la pirotecnia o siendo un poco blandengue, aquí esto se salva más o menos bien porque el nivel técnico es sencillamente alucinante. Así que en resumen, es un film tierno, que te dibuja una sonrisa al terminar de verlo y que vuelve a confirmar a Hosoda como el heredero directo de Ghibli, ahora que el estudio está decidido a no volver a hacer un largometraje. Una pequeña joya que sin ser redonda, tiene suficientes méritos como para hacerse un hueco entre lo mejor que ha dado el anime en los últimos años.
Caith_Sith
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11 de abril de 2016
33 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una historia de superación, de desarrollo personal pese a las adversidades, que bascula entre la fantasía y el realismo, entre la alucinación y el agobio. Quizás su rasgo principal sea que resulta encantadora y rezuma optimismo y buenas intenciones didácticas, pero todo ello consigue domesticar y trivializar una propuesta que con menos concesiones podría haber tomado unos derroteros menos convencionales y haber alcanzado unas cuotas artísticas superiores. Se produce un desajuste entre el embrujo de los personajes y una excesiva previsibilidad del relato, que no sorprende en ningún momento. Además hay un exceso de sacarina que bordea el empalago y trivializa la vigorosa narración de superación.

Hay diversas formas de abordar esta cinta. Como película infantil es perfecta, entretiene a la vez que ofrece un cautivador retablo sobre algunas virtudes en las que se debiera instruir a todo aprendiz de ciudadano: el compromiso, la lealtad, el amor, la honradez, la enseñanza como epicentro de nuestra cultura, el perdón y la templanza como un rasgo de las personas sabias. Para un adulto resulta grato vislumbrar ecos del pasado donde los confines entre realidad y ficción estaban muy diluidos o tenían fronteras permeables y mutantes. La sencillez y previsibilidad del relato nos recuerdan a las historias inventadas o leídas a nuestros pequeños en la somnolencia nocturna previa al sueño. Esta ensoñación mágica está presente en esta cinta, con ecos de un Dickens nipón y sagas nórdicas travestidas.

Lo más destacable es el atinado y reconfortante arco de aprendizaje que recorre la cinta, donde hay un enriquecedor flujo bidireccional entre atípico maestro y discípulo indócil. Siempre a la gresca pero siempre nobles, sin dobleces ni engaños, creando un fértil vínculo que les hace mejorar a los dos. También hay detalles acertados en cuanto a la narración: la cara y la cruz del mal que anida en todos nosotros y que en lo único en que nos diferenciamos es en la forma de enfrentarnos a nuestras peores pulsiones. El éxito estriba en saberse desbordado o enloquecido, expresarlo pero sin dejarse llevar por la acción revanchista. O, así mismo, la fertilidad de la franqueza: decir la verdad es fuente de sabiduría y consuelo. El engaño, la falacia o la ocultación son el origen de cualquier desatino ruin.

Amena, simpática, atrayente, azucarada y arrulladora… En fin, se trata de una cinta recomendable aunque algo convencional y un poco simple. Pero ojalá la calidad media de los estrenos fuera como éste. Un disfrutable divertimento.
antonalva
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3 de diciembre de 2016
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Personajes solitarios, laberintos mágicos de callejones, mundos paralelos, Moby Dick, oscuridad.

Hosoda nos invita a seguir a un niño y una bestia en una historia de aprendizaje y maduración que, a diferencia de las que hemos podido ver en “Karate Kid” (John G. Avildsen, 1984) o “El guerrero pacífico” (Victor Salva, 2006), es bidireccional.

La relación entre los dos protagonistas, y en especial el carisma de Kumatetsu, la bestia oso, sustenta una narración muy comedida que, sin esconder su didactismo ni el uso de ciertos lugares comunes y personajes prototípicos, consigue funcionar con personalidad y fluidez (aunque en algún momento puntual puede hacerse un pelín larga).

Otro aspecto que hace de “The Boy and the Beast" una propuesta destacable es el estilo de la animación. No es nada innovador, pero querría resaltar el efecto que provoca, encima de los detallados fondos de texturas realistas, el trazo fino y depurado de los personajes, que además están coloreados con los tonos vivos habituales en los dibujos animados. Este recurso luce especialmente en las escenas de acción, ya que da entidad a los personajes y multiplica el atractivo de sus movimientos.

En el mundo de las bestias encontraréis un buen puñado de personajes de diseño y carácter entrañables, que se contraponen a la impersonalidad de la gran ciudad humana, con luces, máquinas y multitudes indiferentes (la dicotomía es comparable a la contraposición burtoniana entre el mundo de los muertos, alegre y colorido, y el de los vivos, deprimente y gris). En estos dos escenarios, pues, Hosoda nos presenta un cuento de espíritu tradicional sobre la pureza de las bestias y la oscuridad que habita en los hombres, y lo hace con una buena dosis de elegancia y de sensibilidad. Y sí, también con la dosis reglamentaria de pequeñas mascotas peludas, de colegialas uniformadas, de catanas y de monstruos, como corresponde a toda película de animación nipona como dios manda.


La frase: «La telequinesis no funciona con el dolor de espalda.»
El personaje: el Gran Maestro. Insuperable.
La escena para el recuerdo: la primera lección.

Más (en catalán) en www.cinequanon.cat
KillerCarrot
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16 de octubre de 2015
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
The boy and the beast es una gran película, con una gran calidad en la animación y que logra transmitir muchas cosas.

La historia gira entorno a Kyuta, un niño que vive en Tokio y pierde a su madre y decide huir de su familia y acaba encontrándose con Kumatetsu, una bestia que le invita a ser su aprendiz y le pide que le acompañe a su mundo. Los dos mundos están perfectamente retratados, Tokio es reconocible con el cruce de Shibuya, sus edificios, sus estaciones de metro y el colorido de la ciudad de las bestias y sus personajes es magnífico.

Los dos mundos entran en contacto gracias al pequeño protagonista, y la relación de Kumatetsu y Kyuta va generando un vínculo más de padre e hijo que de maestro y aprendiz o de amistad.

Hosoda técnicamente es exquisito, logra sumergirnos dentro de sus dos mundos y lo más importante todo eso sirve para potenciar su mensaje.

La película toca varios temas y lo hace de manera notable. Nos encontramos con la carencia de referentes, la pérdida de los padres, la adopción, de la necesidad que tenemos de formarnos de manera continua, dando mucha importancia a la enseñanza y al aprendizaje, del esfuerzo y la superación. Trata de la amistad y de compartir para poder crecer, de saber controlar los sentimientos negativos y no dejar que se apoderen de uno, de la lucha contra nuestros miedos y del nacimiento del amor como parte importante de aprendizaje y de crecimiento personal.

Muy recomendable, tanto por su contenido como por su animación.
trocko
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12 de diciembre de 2015
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
No viene mal recordar de vez en cuando que no todo lo bueno en el cine de animación japonés proviene de Ghibli. Aunque varias de las películas que llevaban el sello de la factoría fundada por Miyazaki y Takahata seguramente hayan sido de lo mejorcito que ha dado el país nipón, tal hecho no tiene que nublar la presencia de unos cuantos directores que han crecido más allá de esta compañía. Hablamos de gente como Mamoru Hosoda, un hombre que de hecho estuvo a punto de entrar en Ghibli para dirigir El castillo ambulante. Tras empezar su carrera con la adaptación de dos películas basadas en la serie de éxito Digimon, Hosoda se introdujo en proyectos de más calado autoral como La chica que saltaba a través del tiempo o, sobre todo, Los niños lobo (Wolf Children), preciosa película basada en una historia escrita por él mismo. Su última película lleva por título El niño y la bestia y es la segunda que dirige en el marco del Studio Chizu, compañía de su propiedad.

El niño y la bestia comienza con Ren escapándose de casa tras la muerte de su madre y desconociendo el paradero de su padre, divorciado desde hace ya tiempo. Es entonces cuando Kumatetsu, un animal con aspecto humanoide, le invita a ir al mundo de las bestias, donde todo tipo de criaturas como él viven en una realidad paralela a la de La Tierra que conocemos. Ren, rebautizado como Kyota, acepta ser aprendiz de Kumatetsu para que éste pueda tener opciones de ser elegido como nuevo líder de las bestias. Sin embargo, Kyota deberá hacer frente al rechazo que genera la figura del ser humano en su nuevo mundo.

Hosoda va hilando este argumento de una manera maravillosa, reuniendo comicidad, espíritu aventurero y las típicas lecciones de vida a las que nos tienen acostumbrados los grandes films de animación. Con un personaje carismático como Kumatetsu y otro en el que los cambios de actitud son perfectamente entendibles y nada exagerados como Kyota, El niño y la bestia progresa como una excelente película, ágil en su desarrollo y con muchos alicientes para proseguir su visionado esperando con bastantes ganas cómo se resolverá el asunto que se ha abierto ante nuestros ojos.

Pero algo sucede con la última media hora. Una vez se ha llegado a un punto sumamente interesante en la trama y cuando Hosoda se ve obligado a darla el último espaldarazo, la cosa empieza a derrumbarse. Lo que hasta entonces poseía un estupendo toque fantástico se convierte en un carrusel de desvarío al que desgraciadamente tienden muchas producciones japonesas, solapando así la maravillosa película que El niño y la bestia habría podido ser.

Este repentina preferencia de Hosoda por darle un nuevo aire a su obra, huyendo de la sencillez buscando una mayor grandeza que no acaba de llegar, es una verdadera lástima que empaña la excelencia de la película, pero tampoco rompe por completo su consistencia general. El niño y la bestia bien merece un visionado por parte de todo aquel que esté atraído por este tipo de cine nipón. Quizá con media hora menos de metraje y, por consiguiente, un desenlace más solemne, Hosoda habría puesto el broche a su obra de una manera espectacular. Las opiniones son un mundo, y tal vez alguno sí acabe de encontrarle la gracia a lo que el japonés pretendía con tal cambio de rumbo. Pero, más allá de si existe decepción o no por tal circunstancia, lo que se recuerda horas después de verla son las muchas virtudes de la cinta, no el mencionado gran defecto. Y eso es lo más importante.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
53 Festival Internacional de Cine de Gijón
Kasanovic
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