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El retrato de Dorian Gray

Drama. Thriller Dorian Gray (Hurd Hutfield) es un joven aristócrata muy atractivo que vende su alma al Diablo a cambio de la eterna juventud. Gracias a una invocación consigue que sea el retrato que le ha hecho su amigo Basil Hallward (Lowell Gilmore) el que sufra el proceso natural del envejecimiento. (FILMAFFINITY)
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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
8 de enero de 2010
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una ciudad donde el regreso sí era posible. Yo ya había probado pasear por las calles de la ciudad universitaria sin encontrar en los rostros atisbos de lo que fueron, teniendo que abdicar de la posibilidad de retornar a la época estudiantil y sus calles lloviznadas, y sus carpetas de cartón cediendo por los lados de los que estira la goma prieta. No había ni rastro de ello; ni tampoco pude constatar la ingenuidad en las conversaciones que yo daba por bien recordadas; todos esos chicos callaban ante una pregunta y algo en mi rostro era delatado.

También probé la pirueta menor hacía los años que siguieron: esos otros años desde donde se bifurcan todas las vidas posibles que uno pudo vivir, donde cada elección era crucial y donde tememos más dejarnos algo por probar que el error por haberlo probarlo. Así que me remití a la agenda perdida, a los antiguos romances; no por un mero anhelo carnal, ni siquiera por suplir una necesidad vanidosa y galantera, sino por el deseo de apenas poner un pie en los posibles caminos que me dejé atrás. Asociaba a cada romance una vida distinta, una bifurcación que empezaba en la edad en que estamos libres de los deberes académicos y también, en la mayoría de los casos, familiares; en la verdadera juventud. La vida plena empezaba en ese punto, y proyectaba en cada mujer una posible vuelta a ese punto.
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Recordaba a la ordenada Renné, limpia y pulcra, domesticada y domesticadora. Ella era una nubecita blanca donde apoyar la cabeza. Contestaba al teléfono siempre interesada. Se quejaba de su propia tozudez, dando el asunto por perdido, <es imposible cambiarse uno mismo>, me decía. Cuando contaba los subtotales de las compras, volvía los ojos hacía arriba, delante del dependiente; también, delante mía, calculaba entre dientes, o cuando tenía que meditar algo volvía los ojos o ladeando la cabeza miraba hacía bajo, sin poder nunca ocultar una cavilación; mentía fatal. Paseamos por la costa y me indicó la cala donde sus padres las llevaban de pequeña a ella y sus hermanas; y que en esas excursiones, de pequeñas, las niñas preguntaban < ¿A dónde vamos?>, y la madre les respondía< Ya queda poco>, y ellas preguntaban de nuevo < ¿Pero a dónde?>, y la madre < A la casa del conde>. Al llegar al final de la playa, mientras me señalaba el faro abandonado donde entraba cuando jugaban al escondite, la besé.

Mucho tiempo antes de todo eso, mientras Renne me preparaba un té en casa de sus padres después de hacer los deberes, yo había claudicado para siempre de ella, pues sentí que amaba de maneras distintas a distintas personas. Fue después de que el señuelo de la tetera saltara pitando, mientras esperaba que se enfriara el té en la taza. Y esa sensación tan irrefutable como contradictoria que no podía explicarme, me hizo alejarme de allí.

Quizás por ello volví a reclamar una victoria, a consumar un derecho o a castigarla más por mis sensaciones o instintos que por una certeza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Travisloock
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17 de marzo de 2006
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de un encantador joven, culto inteligente y guapo que, sin embargo, arrastra una vida de perversión. Un amigo de Dorian capta al protagonista en su momento de máximo esplendor en un cuadro. Observando el cuadro, Dorian no puede asumir que lo que ve es insuperable y que ahora le espera una decadencia sin fin. Sin embargo, por algún mágico sortilegio es el cuadro el que asumirá la decadencia de Dorian Gray. Este se sumerge en la podredumbre humana, comete todo tipo de crímenes y salvajadas, pero su aspecto físico permanece inalterable. Es el retrato de Dorian el que, como un reflejo deformado, se transforma en un verdadero monstruo paulatinamente, conforme su alter ego va cayendo más bajo.

Como se puede vislumbrar sin mayores dificultades, el guión de esta película es una adaptación de la genial obra del polémico escritor irlandés, Oscar Wilde. Por tanto, el mayor peso que debe ejercer la película se debe centrar en captar el tempo y la atmósfera de la obra de Wilde. La película ofrece en este aspecto, una visión dual de la ciudad del Londres, asemejándose a ciertas obras negras de genial factura. Un poema de Omar Khayyam (conocido ante todo por el poema Rubaiyat, del que se le atribuyen unas 1.000 estrofas epigramáticas de cuatro versos que hablan de la naturaleza y el ser humano), tiñe de un lirismo amargo, el cadencioso desarrollo de la trama.

La técnica del título se ofrece encomiable, los planos de Albert Lewin se muestran elegantes y sórdidos, dirigiendo su objetivo principal a oscurecer un clima, que ya de por sí resulta fantasmagórico. La fotografía en blanco y negro, excelente, combina planos de color sobre el retrato de Dorian, logrando un Oscar® en los premios de 1946. El reparto conformado por Hurd Hatfield como protagonista, se resalta con el intachable trabajo de Angela Lansbury, nominada al Oscar® de mejor actriz. La sugestiva música de Herbert Stothart, realza la fuerte carga literaria, que envuelve al film en todo momento.

Todo reluce, en esta intachable adaptación de la obra de Oscar Wilde. Reparto, dirección, guión, ritmo… son los ingredientes que cuajan una sólida película bien construida.
Demetrio Rudin
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20 de julio de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer a Oscar Wilde es uno de los más gratos placeres que puede darse uno en la vida. Su manera exquisita de degustar el lenguaje, de extraer de cada palabra y de cada concepto significados sorprendentes y provocadores, y su ingenio para crear situaciones insólitas y de gran recursividad narrativa, convierten a Wilde en uno de los más apreciables escritores de la Europa del siglo XIX, y yo diría que de toda la historia.

¿Quién no ha leído o por lo menos oído hablar de “EL RETRATO DE DORIAN GRAY”? Por supuesto, las adaptaciones cinematográficas (van más de una docena) no se han hecho esperar para darle trascendencia a una novela que impacta, emociona, sacude moldes ideológicos, te hace reir a carcajadas… y quizás, a algunos, los escandalice.

En esta versión de Albert Lewin -que él mismo adaptó-, se nota su interés en resarcirse pues, queda reconocer, que mejoró sustancialmente con respecto a lo que había hecho con “La luna y seis peniques” de W. S. Maugham. Los cambios que introdujo al episodio con Sibyl Vane, la incorporación del personaje de Gladys Hallward desde niña hasta convertirla en la prometida de Dorian Gray, y la correlación con la poesía de su admirado Omar Khayyam, le dan un toque personal y muy plausible a esta adaptación del clásico de Oscar Wilde.

También se le abona a Lewin, el haber conseguido algunos efectivos símbolos como el canario que regala Gray a Sibyl en el momento preciso, o la lámpara que se balancea intercambiando luz y sombra en la figura criminal de Dorian. Resulta también imponente, esa profundidad de campo que nos deja ver el monumental, pero vacío espacio que habita el protagonista, con esa preciosa escalera que, infortunadamente, sólo conduce hacia la tragedia.

Las pinturas que le hicieron los artistas Enrique Medina e Ivan Le Lorraine, y que el director se da el lujo de mostrárnoslas en resaltante full color, son convincentes, no obstante que la segunda exagera el sutil recurso psicológico que describe el autor. Empero, hay algo que me deja más inconforme porque empaña, a mi manera de ver, todo lo logrado: es el afán narrativo que maneja Lewin, haciendo primar lo literario sobre la fuerza de la imagen. Con eso, mata muchas interesantes abstracciones que podríamos hacer los espectadores y el filme resulta tan digerible como una manzana que otro masticara antes por nosotros. Incluso, el rítmo se afecta y la emocionalidad pierde mucha de su fuerza.

Todo director de cine, debería creer y tener en cuenta que el espectador es inteligente. No darle la oportunidad de abstraer es quitarle la opción de expandir su pensamiento. Pero, esto se hace por subestimación o por simple y llana incompetencia. Y ambas cosas son harto lamentables.
Luis Guillermo Cardona
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23 de enero de 2009
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según he leído en las críticas, algunos usuarios se quejan de que la adaptación defrauda... pasa casi siempre, cómo no iba a pasar con Oscar Wilde. A este hombre sus escritos le llevaron a la cárcel por subersivo (entre otras cosas) y Lewin tuvo que adaptar el libro en los años 40, cuando la censura era feroz. Así que, lógicamente, ciertos aspectos de la novela aquí se echan en falta... otros están, muy entre líneas... hay que fijarse mejor. Y precisamente es ese el mayor acierto de la película, saber esquivar la censura y contar no-contando. Si habéis leido la novela, deberías saber encontrar en las elipsis de la narración de Lewin todo lo que está ahí sin estar aparentemente. Una auténtica filigrana.

Dorian Grey es el mismísimo demonio… el tío lo tiene todo. Pero conserva intactas su apostura (qué bonita palabra) y su juventud. A mí, personalmente, la interpretación de Hurd Hatfield me parece perfecta… inquietante, frío… alguien de quien sin duda no te apetece fiarte, pero tampoco sabrías decir por qué.

Y ahora, hablemos del retrato. ESE RETRATO. Esto era lo más difícil de la adaptación, porque al fin y al cabo, la historia esta ahí, los diálogos también… pero cómo demonios hacer para que no defraude el retrato… No defrauda. Ni el retrato, ni el retrato del retrato… (spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
VALDEMAR
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6 de marzo de 2008
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hola, la película no me ha sorprendido pues ya conocía el tema, puesto que leí la novela. Es fiel a ella, excelentemente adaptada.
Es una historia extraña, a veces siniestra, trata de temas morales, del bien y el mal, la relación entre el cuerpo y el alma, donde se impone la moralidad, en contra de la belleza física.
Hay buenas frases en los "rápidos" diálogos (sobre todo de George) para meditar. El físico de Hurd, vá "que ni pintado" (a propósito del retrato :)) al personaje que se describe en el libro, (como Clark Gable con el personaje de Red Buttler en "Lo que el viento se llevó"). Leed el libro. Saludos.
MARIANNE
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