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Días impacientes

Comedia. Romance. Drama Andy (Lee Bowman) y Janie (Jean Arthur) Anderson están sentados en lados opuestos de la Corte solicitando el divorcio. Cuando el juez está a punto de dar su veredicto, el padre de Janie, (Charles Coburn), con la intención de salvar el matrimonio, sugiere que la pareja regrese a San Francisco (dónde se conocieron año y medio antes) por cuatro días y revivan todos sus pasos, incluyendo su matrimonio. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
1 de septiembre de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ese fenómeno llamado Charles Coburn, que empezó en el cine a los 60 años y que trabajó nada menos que en 69 películas, protagoniza otro maravilloso enredo, de esos que origina él, camelando a los que le rodean con su cara tierna y bondadosa. Tendrá la feliz ocurrencia de paralizar un divorcio solicitando que la pareja demandante rememore in situ y con exactitud los cuatro días en los que se enamoraron y se casaron.
Aunque el comienzo de la historia es frío y vagamente comprensible, todo cambia con el déjà vu de los cuatro días. Y no es por las leves pinceladas de afectado romanticismo sino por el humor alocado y casi surrealista que Cummings despliega con soltura. Las hilarantes confusiones del botones (que ronda la sesentena) y del encargado del hotel suponen una abrupta ruptura en el ritmo monótono que iba marcando el desarrollo de la cinta. Indudablemente, también contribuye a la mejora, la aparición del entrañable Harry Davenport, que llena de humanidad y carisma (como siempre) cualquier secuencia en la que aparezca.
el chulucu
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24 de febrero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el haber de Irving Cummings, uno de tantos artesanos de la época dorada de Hollywood, no parece haber obras destacadas, más allá de productos de ocasión, aliñados con suficiente oficio, y en el que abundan indigestos musicales para lucimiento de la microscópica estrella Shirley Temple, en una dilatada carrera iniciada a finales del cine mudo. Haciendo memoria podría recordar con agrado un biopic sobre Alexander Graham Bell, “The Story of Alexander Graham Bell” (El gran milagro, 1939), que fue un exitazo de taquilla y contaba con la inestimable presencia de Don Ameche y Loretta Young como pareja principal. No disfruta de igual suerte esta comedieta sin gracia sobre una pareja de jóvenes que se conocen durante sólo cuatro días en los días de la segunda guerra mundial, antes de que él vaya movilizado y ella se quede embarazada, asunto del que él no sabrá nada hasta que dos años después se reencuentren en un permiso.

El punto de partida era bueno pero la dramatización, los diálogos y los golpes de humor son de segunda y surgen más de los equívocos, malentendidos o de las dificultades que tienen los protagonistas para conocerse de nuevo que de un argumento trabajado. Por ello, el prometedor inicio queda diluido en un alud de lugares comunes, a través de un guion sosete que no consigue despegar en ningún momento. Aunque el trabajo de los actores salva algo la función -pese a la inaudita desgana de Jean Arthur, la singular sosería de un actor como Lee Bowman, que apuntaba maneras, o la incolora prestación del habitualmente excelente Charles Coburn- la película, plagada de escenas sin brío, estúpidas y sin gracia, excesivamente alargadas y sin pulso, convierten a esta producción en una deficiente comedia.
Gould
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14 de septiembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues tiene su punto esta comedia romántica. A mí, al menos, me ha parecido muy interesante y bastante original su argumento.
Estamos en plena II Guerra Mundial. Un juez acaba de rechazar la solicitud de divorcio de una pareja, padres de un bebé, a petición del padre de ella que, alegando las inusuales circunstancias que se han dado en ese matrimonio, solicita un aplazamiento hasta que la pareja pueda revivir los escasos días en que se conocieron y reencontrar las razones por las que decidieron casarse.
Y es que, este preámbulo, en realidad es la excusa para plantear la vida de un matrimonio que comienza, justo, al revés.
Y no se piensen que parten de una base chorra, no. Durante la guerra, cuando los hombres iban al frente y no se sabía si iban a regresar, se instauró la cultura del aquí y ahora y ahí me las den todas. A muchísimos hombres y mujeres les entraron enormes prisas por casarse, en afán romántico de estabilizar una unión que, en realidad, se había tornado más inestable que nunca.
Y esta es la historia de una de esas parejas. Se conocen cuatro días antes de que él, sea movilizado. Se casan a toda prisa y! adiós, amor mío, vuelve pronto!.
Dos años después, el reencuentro. Esa chica de la que tengo un recuerdo borroso y un bebé del que me dio noticia en sus cartas. Ese chico que ! huy!, yo lo recordaba más guapo. Los dos en ondas distintas y con diferentes prioridades. Dos desconocidos, al fin y al cabo, unidos en matrimonio y padres de un niño.
En realidad esta historia es una tragedia. Y una tragedia más abundante de lo que nos imaginamos. Por lo menos en aquellos tiempos. Afortunadamente, de esta tragedia se extrae su lado cómico, que lo tiene, y juegan a los equívocos con ciertos diálogos atinados en su primera parte, adoptando un aire más surrealista después con los malentendidos que se generan en el cumplimiento de la orden del juez, resulta divertida por la manera de plantear el asunto bajo el esquema de una historia que comienza con un divorcio y termina en noviazgo.
Esta película está realizada en 1944 y para mí, es un claro intento de tratar de repetir el éxito que les había reportado, un año antes, la cinta de George Stevens " El amor llamó dos veces" donde Arthur y Coburn compartían reparto. Al fin y al cabo, las dos tratan la problemática de la guerra y sus consecuencias en las relaciones amorosas y nos hacen ciertos guiños remitiéndonos a aquella como la utilización de la sintonía en varias apariciones de Coburn e incluso cierta escena en la que se nos describe el metódico horario ajetreado de la protagonista.
Pero Cummings no es Stevens y la cinta se muestra más esquemática y rutinaria. No tiene ninguna brillantez y adolece de falta de ritmo. Aún así, los actores sostienen con solvencia el film y yo he pasado un momento francamente divertido.
Izeta
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3 de noviembre de 2021
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En El amor llamó dos veces (The more the merrier, 1943), de George Stevens, debido al incremento de la población en Washington y a las dificultades de conseguir alojamiento, una mujer, Constance (Jean Arthur), se encuentra en la circunstancia de compartir su piso con dos hombres, Benjamin (Charles Coburn) y Joe (Joel McCrea), tras que el primero, que tiene que esperar dos días a que esté disponible la suite del hotel, alquile la mitad de su habitación al segundo porque este necesita un provisional alojamiento hasta que embarque hacia África. Apreturas y dificultades de convivencias en tiempos de guerra en una notable comedia, y una de las más logradas obras de Stevens. Al año siguiente, en otra producción de la Columbia, de nuevo con Jean Arthur y Charles Coburn, Días impacientes (The impacient years, 1944), Andy (Lee Bowman), tras año y medio de ausencia, retorna del campo de batalla, disfruta de su primer permiso y se reencuentra con la mujer con la que se casó, Janie (Jean Arthur), a la que había conocido cuatro días antes de casarse. Conoce por fin a su hijo pero también se encuentra con que comparte la casa no solo con su padre, William (Charles Coburn), sino también con un hombre joven, Henry (Phil Brown). ¿Es otro campo de batalla? La torpeza y el desconcierto determinan que ese reencuentro más bien derive en una colisión cuya única solución, según consideran ambos, es el divorcio. De hecho, la narración comienza en los tribunales donde se dirime la petición de divorcio; la narración es la declaración de William, o la aclaración de qué circunstancias y sucesos determinaron una situación que podría haber evolucionado de otra manera si no hubieran sido tan impacientes y no se hubieran dejado llevar por conclusiones apresuradas. De entrada, porque eran dos personas que, tras tanto tiempo sin verse, se desenvolvían torpes como si fueran casi extraños, y en segundo lugar, porque la figura de ese otro hombre suscita unas dudas en Andy que no sabe cómo compartir con Janie. Infiere lo que no es (dado qué bien se desenvuelve Henry en sus tareas paternales). Y como Janie no sabe lo que él siente interpreta su decisión de no dormir en la misma cama que ella, sino en el suelo, como evidencia de que no se siente ya atraído por ella. Los equívocos y malentendidos determinan la reacción airada de ambos.

El sugerente guion es obra de Virgina Van Upp, quien había escrito varios guiones desde mediados de los treinta, entre ellos el de la notable You and me (1938), de Fritz Lang, y que ese mismo año, por su exitosa participación en el guion de Las modelos (1944), de Charles Vidor, había apuntalado de modo más firme su posición de poder en la industria, incluso como productora o supervisora de proyectos, en la Columbia (en aquel entonces solo otras dos mujeres detentaban ese cargo, Joan Harrison, colaboradora de Alfred Hitchcock, y Harriet Parsons, hija de la columnista Louella Parsons). Fue determinante su buena conexión con Rita Hayworth, para la que supervisaría Gilda (1946), de Charles Vidor y La dama de Trinidad (1953), de Vincent Sherman, así como el remontaje de La dama de Shangai (1948), de Orson Welles. El director de Días impacientes era Irving Cummings, uno de esos directores a los que no se ha prestado atención alguna, considerado mero impersonal artesano, y con el infortunio de ni siquiera haber dirigido una película popular, o que haya calado de un modo u otro en el imaginario colectivo. La misma Días impacientes, que fue un éxito en su momento, está protagonizada por un actor tan escasamente conocido como él, Lee Bowman, que centraría a partir de 1950 su trabajo en televisión, en donde su rol más destacado sería como protagonista de Ellery Queen (1950-55); quizá su rol más significativo fue su condición de pionero en la labor de asesoría de interpretación o dominio escénico para políticos (fue contratado en 1969, durante la administración como presidente de Richard Nixon, para asistir en tal materia a los más jóvenes representantes republicanos). Por su parte, Jean Arthur quizá fuera la actriz que mejor representa al periodo dorado de la comedia estadounidense, entre mediados de los treinta y mediados de los cuarenta, pero nunca fue considerada una estrella, ni ha generado atracciones fetichistas remarcables, pese a ser una actriz admirada por sus memorables interpretaciones en obras del calibre de Una chica afortunada (1937), de Mitchell Leisen, Cena a medianoche (1937), de Frank Borzage, Vive como quieres (1938) y Caballero sin espada (1939), ambas de Frank Capra, Solo los ángeles tienen alas (1939), de Howard Hawks o El asunto del día (1942), de George Stevens. Con Días impacientes concluiría su contrato con Columbia. Se dice que salió gritando, ¡Soy libre!. Posteriormente, solo interpretaría dos películas más, Berlín Occidental (1948), de Billy Wilder, y Raíces profundas (1952), de nuevo con George Stevens. Con respecto a Cummings, entre sus ochenta y dos películas, dirigió sobre todo comedias y musicales, en particular durante la última década de su carrera, que concluiría en 1951, con Don dólar, con Groucho Marx, aunque también algún western, como Belle starr (1941). Colaboró de modo recurrente con Warner Baxter, Shirley Temple o Betty Grable. Quizá su obra más conocida sea su biografía sobre Alexander Graham Bell, El gran milagro (1939), lo cual da la medida del escaso interés que ha suscitado su cine, o lo poco que ha calado en la memoria cinéfila. De todos modos, quién sabe, entre tantas obras que dirigió, en general desconocidas, quizá haya algunas obras tan estimables como esta sugerente comedia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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