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España España · Zaragoza
Críticas de el chulucu
Críticas 568
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
22 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo cierto es que ver una película de Doris Day te alegra el día, o la noche. Y el espíritu. Y ves la vida de otra manera, con el ánimo por las nubes, aunque sólo sea el tiempo que dura la película. Así que los "lucky" somos nosotros. Recibimos brisa fresca, alegría, color humor, la dulzura del rostro de Doris y, cómo no, su canto prodigioso. Lo dice Candy en una de sus canciones: "Quiero cantar como un ángel", y lo consigue. El espectador, si no es resabiado, se deja llevar por el país de la ilusión y de la magia; y agradece la tierna y melodiosa canción de cuna que entona Doris Day y que adormece al adulto agotado y desesperanzado.

La trama, el guión de "Lucky me" no aporta nada nuevo al género. Los bailes y los acompañantes de la risueña cantante de los ojos azules son más bien discretos (¡ojo!, en comparación con aquella época de excelsas coreografías), y el personaje de Hap es más cargante que hilarante. Cummings está divertido, especialmente mientras actúa como Eddie, el mecánico. En cuanto a Martha Hyer, su ridículo peinado echa a perder el rictus enigmático y seductor de su boca. Y la historia discurre simpática y entretenida. Pero, al apagar la televisión, uno-a cierra los ojos y adora y admira tres imágenes de Doris Day: la pizpireta y alocada que canta a la mala suerte, la elegante y cautivadora que busca la perfección sonora del ángel y, sobre todo sobre todo, la romántica, fantasiosa y solitaria que eleva su canto divino en mitad de la noche buscando respuestas en el cielo estrellado. "Lucky me" por conocerte, Doris Day.
el chulucu
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3
16 de abril de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gabin, junto a sus tres compañeros de carpa, Fofón, Milikín y Fofitón, triunfa como payaso serio en "El loco mundo de los payasos" de TVE. Una tarde discute con Chinarrón y abandona el circo de sus éxitos para hacerse camionero. Conduce muchas horas siempre por la misma carretera de mierda y acompañado de su alegre y avispado compañero Berty. Gabin, sin embargo, ya no se divierte como antaño y su cara se le ha desfigurado por completo a causa de las continuas y desagradables flatulencias de Berty, verdaderamente insoportables en el interior de la minúscula cabina del camión. A causa de estos olores y de los causados por los pies cuando Berty duerme y airea alegremente sus pinreles en la cara de Gabin, a éste se le ha ensanchado la nariz de tal forma que ha sido requerido en varias ocasiones para doblar a Karl Malden.

Ambos hacen parada y fonda en un cafetucho de carretera llamado "La Caradehaba" regentado por un cojo palizas para el que trabaja una linda muchacha que, al ver los andares de Don Pimpón de Gabin, toma las de Villadiego con un oficial norteamericano. En una de las elegantes y luminosas habitaciones de "La Caradehaba", Ñaplas Gabin recuerda con alegría contagiosa un episodio del pasado. Una hermosa joven llamada Clo se enamoró de su apolínea figura, su risueño y expresivo rostro y su firmeza de valores. Todo fluye perfecto y los dos pipiolos lo pasan en grande retozando locuelos entre las sábadas de seda de "La Caradehaba", lugar que visitan con frecuencia. Pero, ¡hay que joderse! Un mal día, el jefe de Gabin descubre que, en un viaje de trabajo entre Vladivostok y Nueva Delhi, su infatigable conductor ha realizado una parada de veinte días en "La Caradehaba" sita en La France. Los indios se han quedado sin su cargamento de cobras bailarinas y han montado en cólera. El jefe de almacén de la empresa de transporte, con su habitual sensibilidad y delicadeza, comunica a Gabin su despido inmediato, a lo que éste responde, en un enésimo alarde de templanza y educación, incrustando al almacenero en la máquina del café, entre el espresso y el macchiato. Clo, mientras tanto, se gana la vida como limpiadora de habitaciones en un lupanar a 2.000 francos la hora. A los cinco minutos de colocar toallas sobre las cama abandona el duro y tedioso trabajo y se reúne con Gabin a la sombra de su camión. Ambos inician una huida desesperada compartiendo el hediondo cubículo aún perfumado por el simpático Berty.

¡Ah! Ha sido un sueño. Ya me lo parecía. Otra joya durmiente del sobrevalorado cine francés clásico que sigue los cánones de sus contemporáneas desarrollando la enésima historia capaz de conducir al espectador al tedio más insoportable, a la amargura más profunda o al puente más cercano, bien para vomitar o bien para perpetrar el último salto proclamando: "La vida es una mierda".

P.D.: Es la octava película que veo de Jean Gabin. Hubo un tiempo en el que me pareció un gran actor. Ahora cada vez tengo más claro que Gabin sólo interpreta a Gabin. Y sólo le reconozco una actuación portentosa en una película inolvidable: "Moontide" (1942) dirigida por Archie Mayo y Fritz Lang. Evidentemente lejos de Francia. Fue rodada en ese insignificante país que tantos odian llamado Estados Unidos.
el chulucu
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8
12 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, mi amigo lector, lo he pasado en grande viendo esta película. Por muchas razones pero, tal vez, la principal sea su magnífica combinación de comedia-western. ¡Ojo!, no me refiero a la comedia-western del tipo "El gran McLintock" o "El club social de Cheyenne". Me refiero al tipo de western con pinceladas de un cierto humor elegante, irónico y redentor. Y aquí es donde destaca esta notable película como en su día lo hicieran "Dos cabalgan juntos" o la maravillosa "El Dorado" (sin atreverme a compararla con estas dos obras maestras). Humor ante la adversidad. Una sonrisa cuanto todo está en contra. Richard L. Bare ha sido capaz de conseguirlo. Por cierto, un gran director al que le debemos películas como "Flaxi Martin" (1949) y "This side of the law" (1950).

"Shoot-Out at Medicine Bend" comienza de manera frenética, con situaciones muy duras, con sed de venganza, con un objetivo definido pero... los tres soldados duros, camino de Medicine Bend, se quedan en pelotas y a merced de la compasión de un grupo de mormones. El objetivo se va al garete; de momento van a conformarse con algo de ropa. Dejan de ser tres rudos oficiales. Se han convertido en tres mormones de paz, buenos modales y vasos de leche. James Garner y un espléndido Gordon Jones se reservan la parte cómica de la historia. Randolph Scott se deshace de su rostro de pedernal y reparte por igual sensatez y guantazos, siempre con un ligero toque humorístico. Dickinson no pinta nada y Dani Crayne representa muy eficazmente el valor y la picardía. Por cierto, western de interiores. No, si ya digo yo que se trata de una película muy pero que muy especial.
el chulucu
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8
11 de abril de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso. Parece que esta película carezca de importancia. Una más entre tantas y tantas olvidadas; como si no hubiera en ella nada digno de relevancia. Craso error. En "Una hora en su vida" de Alessandro Blasetti cada detalle cuenta. Y hay muchos. El denostado director italiano lanza andanadas a diestro y sinestro. Es una mirada, un llanto, un gesto. No hay personaje sin importancia. La cinta necesita de más de un visionado para captar toda su esencia. Sin duda, ésta se desparrama vaporosa, críptica y trepidante en cada secuencia magistralmente dirigida.

Aldo Fabrizi es un fuera de serie y carga con el peso de la historia. Borda un personaje nervioso, egoísta, impulsivo, dictatorial y serio. Es un tipo serio y amargado que, curiosamente, hace reír al espectador. Sus actos son cómicos por ridículos pero, sus intenciones, deplorables. El discurso que espeta a su mujer casi al final de la cinta es vomitivo. Es en dicha secuencia cuando el espectador casi se arrepiente de todo lo que se había reído anteriormente. Incluso, a veces, Carlo nos daba pena. Ahora ya no. Se ha quitado la careta y nos ha recordado a un animal. El 'cerdo' con el que se adjetiva es un eufemismo de lo que realmente se merece.

Pero es hora de hablar de los detalles, de las pinceladas geniales del artista Blasetti, de su magnético poder para hechizar al espectador. Zarandeados por un ritmo frenético no nos queda otro remedio que el de no bajar la guardia y prestar atención a la información que se trasluce en ciertas miradas (la lasciva de Carlo a su criada, la bondadosa de la tejedora, la afilada de la hija de ésta, las dulces y luminosas de las niñas en sus reclinatorios, la de la vecina guapa desde lo alto de la escalera). No debemos tampoco ignorar que sólo uno de los sueños de Carlo plantea una situación de humildad y de camaradería. El resto ya se sabe: yo, yo y yo. Por último, el mago Blasetti, bajo esa pátina de humor trepidante, nos muestra el DOLOR provocado a causa de un egoísmo brutal. El daño a su esposa es irreparable. Y no la engaña. Tampoco a la hija de la tejedora que, en un duelo de miradas al estilo del más sórdido western, deja claro al orondo comerciante que ella ni perdona ni olvida.
el chulucu
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8
26 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué les voy a decir, mis queridos amigos! Maravillosa comedia. Lloyd Bacon y Lucille Ball. Claro, y también participan James Gleason y Frank McHugh; y ese magnífico actor llamado William Holden al que si le dabas un personaje de comediante embaucador, mentiroso y cínico, lo bordaba. Y ese es Dick Richmond. Las sopas con honda se las va a dar la ingenua y resolutiva Ellen Grant, interpretada por la mejor cómica de la historia del cine y de la televisión: LUCILLE BALL. ¿Cómo una cara tan bonita puede exhibir semejante repertorio de muecas? Ball arrasa con todo. Por sus ojazos, por sus gestos, por su talento a raudales. Simplemente, la adoro.

Cuando desempolvo joyas como esta, cuando caigo nuevamente rendido ante la maestría de los mejores directores de la historia, cuando semejantes fenómenos me hacen volver a las ilusiones y a los sentimientos del pasado, confieso que echo de menos aquellos tiempos de sólo dos cadenas de televisión. Entonces las películas (sus mensajes, sus personajes, sus escenas) duraban semanas en mi memoria. Lo recuerdo nítidamente. Salía de casa y, de camino al instituto, repasaba mentalmente la película. Para estirarla, para hacerla inolvidable. Y volvía a estar en la falsa agencia inmobiliaria. Y soltaba pequeñas risas al recordar a Lucille Ball en la clase de mecanografía, dando empujones a la puerta de la cabina telefónica, cayendo en la zanja de hormigón, soltando guantazos a William Holden. Y volvía a tener unas ganas enormes de besar a Lucille. Sí, lo cierto es que alargaba el deleite.

Ahora todo va demasiado rápido. De acuerdo, puedo ver muchas más películas, pero a veces tengo la sensación de que, tal vez, eso no sea tan bueno. No sé... me temo que no las disfruto en su plenitud.
el chulucu
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