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Entre el amor y el pecado

Drama Daisy Kenyon (Crawford) es una creativa de una agencia de publicidad atrapada en un triangulo amoroso con dos hombres, uno que ama sin esperanzas y otro al que no puede amar. Envuelta en una aventura amorosa con un abogado casado Dan O'Mara (Dana Andrews), que no tiene intención de dejar a su esposa, conoce al sargento Peter Lapham (Henry Fonda), un buen hombre y un gran caballero, el cual se enamora de ella. Aun teniendo sentimientos ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
8 de mayo de 2010
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Singular y atípico melodrama del realizador Otto Preminger (1906-86). El guión, de David Hertz, adapta la novela “Daisy Kenyon” (1945), de la neoyorquina Elizabeth Janeway (1913-2005). Se rueda en escenarios reales de Cape Cop (Provincetown, MS) y en los platós de Fox Studios (Century City, L.A.). Producido por Otto Preminger para la Fox, se estrena el 25-XII-1947 (EEUU).

La acción dramática tiene lugar en NY, Washington y Cape Cop (MS), a lo largo de varios meses de 1945-46. Daisy Kenyon (Crawford) es una atractiva diseñadora que trabaja en NYC para una revista de modas. Desde hace tiempo mantiene una relación amorosa con Dan O’Mara (Andrews), abogado de renombre, casado y padre de dos niñas. Poco después de la finalización de la IIGM conoce al sargento Peter Lapham (Fonda), que luchó en Normandía (Francia). Daisy, de unos 35 años, es independiente y honesta. Vive sola y es soltera. Dan, próximo a los 40 años, goza de buena posición y de prestigio profesional. Es competente y dominante. Peter, de unos 40 años, viudo desde hace 5 años, es tolerante, comprensivo, honesto, sincero y sencillo.

El film suma drama y romance. La versatilidad de Preminger, acreditada por su hábil manejo del cine negro, el western, la comedia, el musical y el drama, le permite resolver con solvencia y eficacia una obra melodramática, a la que imprime el sello de su fuerte personalidad, su potente capacidad narrativa y su originalidad. Frente a las soluciones habituales del género, Preminger opta por un desarrollo exento de sobresaltos, excesos y exageraciones. Adopta un estilo contenido y equilibrado, aunque no por ello falto de profundidad y expresividad. El tono maduro y sereno del relato se apoya en la contemplación distante de los hechos y la ausencia de juicios morales. El film aporta toda la información necesaria para que el espectador pueda definir su posición y, al amparo de la misma, se deje llevar por una corriente de sentimientos y emociones.

Como es habitual en el realizador, su trabajo delata el interés que siente por los temas complejos y duros, y por las posiciones transgresoras. El análisis que desgrana de las relaciones afectivas de hombre y mujer en los tiempos de su madurez, visto con ojos actuales, resulta correcto y pertinente. En el momento de su estreno, éste era visto por muchos como una incursión en una cuestión que entraba en conflicto con grandes prejuicios y con actitudes generalizadas de intolerancia, intransigencia y ruptura. Preminger se sitúa en posiciones adelantadas y arriesgadas, pero como en otras ocasiones lo hace con elegancia y sobriedad. Roza los límites de lo permitido y en el ámbito de los sobrentendidos los supera, pero no tiene problemas con la censura. No los tiene, pese a algunas escenas de besos y agarrones apasionados y a pesar, también, de que la chica durante un tiempo convive con dos hombres. Las interpretaciones del trío protagonista, Crawford, Andrews y Fonda, son convincentes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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17 de julio de 2007
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al gran Otto Preminger se la daba mucho mejor el cine negro que el melodrama. La contundencia de su cine, su racionalidad germánica (menos inspirada que en el caso de Fritz Lang). los encuadres perfectos y los movimientos de cámara tan medidos eran capaces de sacar oro puro cuando afrontaba el género criminal, pero con el melo la verdad es que los resultados se quedan bastante fríos, por debajo, faltándole esa chispa de locura y desenfreno que requiere el género y sobrándole esa concepción tan cerebral que acaba quitando intensidad a un argumento que requería otro tratamiento más intenso.
Pese a todo Daisy Kenion es una espléndida película, un sólido producto de su época con grandes actores en su mejor forma (contra todo pronóstico Mrs. Crawford no se merienda a sus compañeros de reparto como era su especialidad) y Preminger da buen brío a una historia algo manida que según en que manos hubiese caido hubiera sido o insoportable o una indiscutible obra maestra.
kepamk
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25 de abril de 2013
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se fíe mucho de mi comentario pues el melodrama es un género que me saca de mis casillas. Toda esa parafernalia del ahora sí, mañana no; ahora me caso, mañana me separo; ahora te odio, mañana te amo, etc., etc., es superior a mis fuerzas. Y es superior porque la mayoría de las veces las situaciones y personajes me parecen ilógicas, absurdas, ridículas... pero sí, el amor entre un hombre y una mujer hay que reconocer que muchas veces no hay quien lo entienda. Bueno, vayamos al asunto. La película cuenta con unas interpretaciones notables, una correcta y romántica puesta en escena y una buena fotografía en blanco y negro. Por contra los diálogos me resultan pretenciosos y algunos de ellos metidos con calzador para darle un toque extraromántico al momento sublime.
Lo dicho, ni el genéro es santo de mi devoción ni muchísimo menos la Crawford (afortunadamente contenida en su papel) pero tampoco sería honesto negarle a la película el pan y la sal. Supongo que para los amantes del género se trata de un peliculón.
el chulucu
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7 de diciembre de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a comenzar en cierto tono de comedia, se trata de un melodrama duro, espinoso y conciso, nada romántico y bastante ácido, como lo era su director que pese a ser un encargo de la Twenty Century Fox, le imprime su carácter personal sobrio y descarnado como la vida misma. Preminger fue un cineasta dotado para géneros poco amables como, el cine negro, el judicial y el bélico desde su mentalidad centroeuropea. No estrenada en su tiempo por obvios motivos de censura, el adulterio era un tema tabú, y bastante desaparecida de las televisiones en los últimos años, mantiene a día de hoy su elegancia formal y estupenda factura de cine clásico de calidad. Se trata de un film misterioso y sombrío, con un triángulo de personajes víctimas de sentimientos paradójicos, contradictorios y enfrentados a un chantaje sentimental. De pasiones enfermizas y turbulentas, en definitiva, puro Preminger con su habitual estilo fatalista.

Melodrama impregnado de una mórbida fascinación, la imagen de una mujer cuarentona, víctima de un mundo repleto de convenciones y servilismo con una perversa descripción de la vida familiar, y con un descorazonador retrato de aquella sociedad de los años cuarenta. Disfrutamos de la presencia ambigua e inquietante de “Daisy Kenyon”, además de su título original (el título español, me parece demencial), es también el nombre de la protagonista, una Joan Crawford creando melodramáticos registros al servicio de quiméricas historias de amor como en otros films de la diva, aquí demostrando una gran personalidad y carácter, el de una mujer independiente que se ve atrapada entre dos hombres que representan dos mundos antagónicos. Daisy es una diseñadora de modas que vive un tormentoso adulterio con Dan O´Mara (un Dana Andrews perfecto), abogado de éxito con dos hijas a las que adora y decidido a no abandonar a su esposa. Mientras tanto Daisy a conocido al sargento Peter Lapham (excelente Henry Fonda), un militar viudo recién llegado del frente y con las secuelas de la guerra rondando en su cabeza.

Basada en la novela de Elizabeth Janaway, plantea situaciones innovadoras para su tiempo, una mujer moderna y autosuficiente que se niega a ser pasiva ante los hombres, que esconde una frustración afectiva, debe elegir entre un abogado dedicado a manipular voluntades que no tiene vida familiar y el militar que vuelve a la vida civil que quiere volver a dedicarse a construir barcos de recreo y que está dispuesto a aceptar las reglas del juego amoroso. La puesta en escena es siempre creativa en los encuadres del cineasta, un motivo perturbador del espacio y el tiempo. Mostrando de forma objetiva los motivos del conflicto que no sólo afecta al trío amoroso sino a los daños colaterales de inocentes. La película está muy bien filmada por la cámara del maestro Leon Shamroy que manejaba con la misma maestría este blanco y negro como el color de “El rey y yo”. La música intimista de David Raksin y el maravilloso tema “Misty” tantas veces versionado por grandes voces, aquí suena en versión instrumental. Un film nada desdeñable.
EL ALBATROS
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25 de marzo de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notabilísimo melodrama con el que ayer hubo marejadilla leve y un par de olas en mi sofá. Medido, sobrio, sin excesos, seco y contenido pero apasionante, con una BSO a cuentagotas sofocando el melo del melodrama a base de silencios y evitando los repuntes desaforados tan típicos del género. Tiene un par, de repuntes desaforados, digo, pero recuerdan más a Hitch que a Sirk, y más que nadie, a Preminger, que hace un fantástico trabajo tras la cámara, y que siempre tuvo una voz, no lo olvidemos, y esta atípica y singular muestra de género está aquí para recordárnoslo. Es un placer como Preminger presenta y desarrolla al trío protagonista, la inusual profundidad con la que están dotados, lo adulto de la propuesta teniendo en cuenta los cánones folletinescos del género, los fantásticos diálogos que la jalonan, diálogos con filo y mordiente, tampoco es que estemos hablando de una de Bergman, no, pero hay filo, sí, hay colmillo, aunque, en otra muestra más de la contención de la que hablaba, la sangre no llega jamás al río. Y en ésto supongo que tuvo algo que decir tanto la novela como el guionista que la adaptó, ambos totales desconocidos para mí. Pero el mayor placer de este menage a trois son las interpretaciones de Crawford, Fonda y Andrews, maravillosos los tres, acertadísimos en sus roles, cuesta destacar a uno por encima de los otros, pero las secuencias que comparten Crawford y Fonda brillan con luz propia. Es curioso comprobar como la que para mí es la gran virtud de la función, esa contención, esa racionalización del drama, resulta ser el mayor defecto para mi compañero de taburete en la licorería. Ese espíritu diferencial queda perfectamente representado en el personaje de Dana Andrews cuando, en un amago de dramatismo de Crawford, éste la reprende, templado, diciendo: "Sabes que no me gustan las escenas".
No importa, barra libre para todos, paga el coronel.
Peter Gabriel 77
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