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Navidades en julio

Comedia. Romance Jimmy McDonald, empleado de la Compañía Cafetera Baxter, se niega a casarse con su novia, Betty Casey, hasta que no haya prosperado. Para ver cumplido su sueño, Jimmy, al que le encanta participar en concursos, envía un lema al concurso de la Compañía Cafetera Maxford. Tres de sus amigos deciden gastarle una broma y le mandan un telegrama diciéndole que ha ganado los 25.000 dólares del primer premio. Jimmy, Betty y toda la oficina ... [+]
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
30 de septiembre de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un gato se cruza en el camino de una persona, que tropieza y cae. El mismo gato se cruza en el de otra persona, que recibe un ascenso. ¿Ha tenido algo que ver el animal? “Es sólo un gato”, parece decir Preston Sturges en Navidades en julio (Christmas in july, 1940), película que reflexiona sobre el valor del reconocimiento social, y cómo éste cambia la percepción que la gente tiene de las personas que están a su alrededor. La historia se centra en James MacDonald, humilde oficinista de gran ingenio y bolsillos agujereados, que, por su posición social, nunca ha tenido la oportunidad de demostrar su talento. Un malentendido –McGuffin recurrente en el cine de este director y guionista– le abrirá las puertas del éxito. ¿Algo ha cambiado? Es la misma persona…

El cine de Sturges siempre le ha dado importancia a los temas sociales. El tono cómico de sus obras no le impide tratar con cercanía, quizás algo frívola, la pobreza en Los viajes de Sullivan, (Sullivan's Travels, 1941) o romper tabúes y establecer un alegato en defensa de la situación social de las mujeres en El milagro de Morgan’s Creek (The miracle of Morgan's Creek, 1944). En la película a analizar, la separación de clases comanda el fondo del relato, al mostrar la incapacidad de la gente joven de clase obrera para triunfar.

Sin necesidad de recrearse en el énfasis, el detonante de esta historia saca a relucir las penurias de un sistema capitalista profundamente injusto, en el que el talento no es suficiente, pues, más allá de desigualdad de oportunidades, hay un sector de la sociedad que nunca llegará a tenerlas. Una vez anulada la importancia del talento en esa sociedad, toca plantearse qué determina el progreso de las personas. Sturges lo tiene claro: el dinero y el prestigio social. Una misma idea, buena o mala, es una cosa u otra dependiendo de la boca que la enuncie. Semejante planteamiento ridículo pide a gritos su aprovechamiento cómico, que nunca estará reñido con la actitud crítica. La conducta de la sociedad que rodea al hombre talentoso -que sea una mujer ni se contempla- queda retratada por sus juicios de valor, que reverenciarán o humillarán a una misma persona en función del reconocimiento social que ésta haya alcanzado.

Cuando el malentendido se resuelve, el sueño llega a su fin. ¿Se retorna a la casilla de salida? ¿Se está mejor o peor que antes de empezar? El proletario finalmente recibe la oportunidad que ansiaba, y tendrá que luchar duro para demostrar su valía. ¿Final feliz? En absoluto. Sturges plantea una situación desoladora, en la que un malentendido, con la poca importancia que éste puede tener, acaba siendo más importante que el talento de una persona. Y, lo que es peor, esta oportunidad jamás hubiera llegado de no ser por esta jugada del destino.

Ésta, y otras críticas, en http://blogquenuncaestuvoalli.blogspot.com.es/
Yago Paris
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8 de diciembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda obra de Preston Sturges en tareas de dirección, de nuevo con un presupuesto modesto de la Paramount que no le permitió fichar a ninguna estrella del momento, a pesar de la buena acogida de público y crítica de su debut (Oscar al mejor guión incluido), pero que al igual que en su anterior película se sobrepone con un guión brillante marca de la casa y una galería de personajes secundarios de gran nivel.

Repite temática al mostrar a un personaje de clase humilde que accede a los privilegios de la clase acomodada, en esta ocasión debido a una broma pesada, y que resulta ser uno de los recursos habituales en las historias de Sturges: la crítica social mostrada a través de una situación anómala y pintoresca que invita a la risa mientras se habla de cosas bastante serias.

A diferencia de su predecesora "El gran McGinty", donde predominaba una sensación de amargura y resignación ante la corrupción política, aquí Sturges sabe pulir los elementos de la comedia a un nivel superior, empatizamos de inmediato con la pareja protagonista formada por Dick Powell y Ellen Drew, los personajes secundarios son entrañables, y hay incluso momento para la bufonada a tartazo limpio (slapstick, dirían en Hollywood), que hacen que a pesar de sabedores de la faena a la que se enfrentarán los protagonistas, la sensación predominante es la de la risa cómplice.

En cierto sentido esta película de Preston Sturges se hermana con la comedia humanista del gran Frank Capra, mostrando al americano medio de origen humilde pasarlas canutas por culpa del sistema que tiende a hacer más rico al rico y más pobre al pobre, pero en ese proceso de sortear las dificultades adquiere conciencia de sus virtudes, posibilidades, y conciencia del enorme valor que tiene la amistad, la familia o la vecindad bien avenida.

Pero el sentido crítico de Sturges no le permite edulcorarnos en exceso el mensaje, siempre en sus historias hay un lado amargo, a veces camuflado, de estricto sentido realista, como una especie de reverso tenebroso al sueño americano. A lo largo de la historia que nos ocupa varios son los personajes que dejan sentencias desalentadoras sobre la vida del trabajador asalariado perdido en el anonimato de una oficina repleta de escritorios. Su supervisor en la sala le llega a decir que no hay nada malo en aceptar que uno nunca tendrá éxito y que eso no le convierte en un fracasado si es capaz de vivir toda su vida manteniendo su trabajo, pagando sus facturas y dando la cara ante los problemas. Ningún sistema se puede mantener si sólo un 0,5% consigue éxito y el resto de las personas se sienten fracasadas por no haberlo conseguido, sentencia.

Entre momentos cómicos producidos por el malentendido, la película va dejando sus mensajes subliminales reflexionando sobre el éxito y el fracaso, sobre la forma en la que nos ven los demás dependiendo nuestro status social o cómo se valora nuestro trabajo dependiendo del concepto que tengan de nosotros.

Da la impresión de que Sturges, más que animar al pueblo a revelarse contra lo establecido, quizás conocedor de lo improbable del éxito de la aventura, prefiere consolarlo para que aprecie el valor de las pequeñas cosas cotidianas, de lo intangible que no se equipara con lo material, que seamos conscientes de nuestro lugar en el mundo. El protagonista de "Los viajes de Sullivan" quería conocer de primera mano la pobreza y la miseria en el mundo porque creía que así adquirirá conciencia para escribir y dirigir una obra dramática que lo encumbrase, encasillado como estaba como experto en comedias. En ese viaje para descubrirse a sí mismo descubrirá que su habilidad para hacer reír no lo limita, sino que era un don que debe apreciar y potenciar. Una forma de decir que no busques lo que no tienes desperdiciando lo que has conseguido hasta ese momento. Y si surge la posibilidad de una ocasión de oro, aprovéchala, pero si nunca se te cruza en el camino, no desesperes. Y si las has tenido pero no ha salido como esperabas, no te sientas como un fracasado, lo importante es haberlo intentado.

Parece poco consuelo para el que hace equilibrios para llegar a fin de mes, pero ya sabemos que el que no se consuela es porque no quiere. Y si el mensaje nos lo presentan con gracia, ingenio, ritmo y buen gusto, hasta apreciamos el consejo.
Orson_
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17 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
334/04(07/10/20) Muy entretenida comedia escrita dirigida por Preston Sturges hace ya 8 décadas, con un indudable sabor capriano (epítome el barrio y sus vecinos en jolgorio con los regalos del ‘triunfador’) en su atmósfera de fábula moral que sea cerca a la sociedad con bisturí analítico positivista. Sturges se basa en su obra de 1931 “A Cup of Coffee”, siendo la segunda película de Sturges (hace un cameo Sturges hizo un cameo como un hombre escuchando la radio mientras le limpiaban los zapatos), como guionista y director (tras “The Great McGinty), siendo protagonizada por Dick Powell y Ellen Drew. Partiendo de una idea endeble el director sabe sacarle gran partido dejando al aire las vergüenzas de muchos, entretejiendo una narración surtida de sueños, bromas, equívocos, malentendidos, y hasta un festín propio del más genuino slapstick del cine silente en una batalla callejera de tartas (o similares: pescado, tomates, pasteles,...). Un argumento desarrollado con gran agilidad, con un ritmo trepidante, de ahí sus muy bien aprovechados escaso poco más de una hora de duración (67 min.), donde con ternura, alegría de vivir, esperanza, evoluciona un relato emocionante sin ser sentimentaloide, en una inteligente revisión del Sueño Americano, de sus vericuetos, de como ‘Dios escribe derecho en renglones torcidos’, indagando en la fina línea que separa el éxito de la frustración, entrando con acidez en sentido del Capitalismo, del embelesamiento de este (reflejado esto en el jefe del protagonista y el jefe de la empresa que da el premio) con el Triunfador.

Historia de un modesto empleado de una empresa fabricante de café que, sintiendo que tiene alma de publicista, decide participar en un concurso sobre un slogan que está promoviendo la Casa Maxford, competidora de la empresa en la que él trabaja. Pero, James MacDonald (Dick Powell) sueña, y junto a su novia Betty Casey (Ellen Drew), hace planes para el futuro... hasta que una pesada broma de sus compañeros lo lleva a creer que, efectivamente, se ganó el gran premio, con el slogan: "Si no puedes dormir por la noche, no es el café, es la litera".

El director y guionista indaga en como el prestigio social hace que la percepción que tengan los demás de ti se atomice hasta lo absurdo, te rindan pleitesía solamente porque alguien ha dicho que tienes talento, da igual que tu no sepas apreciarlo, pero si hay algún ‘experto’ que ha colocado este marchamo debe ser cierto y entonces el mundo se abre a tus pies. Con estos mimbres Sturges hace una deconstrucción del Sueño Americano, le da vuelta y media, lo retuerce hasta sacarle su jugo, para venir a decaernos que todos merecemos una oportunidad, esos quince minutos de gloria que decía Andy Warhol, y entonces hay que saber aprovecharlos, para poder establecerse en ese 0,5% que se dice son las que tiene éxito, el resto deben sobrevivir como puedan (¿?).

La pareja protagónica Dick Powell y Ellen Drew resultan entrañables en su nobleza e idealismo; Se suman una notable galería de secundarios que en poco en pantalla saben desprender alma y carácter, como el jefe de sección de James, el jefe de la empresa, el dueño de los grandes almacenes, o el jefe de la compañía de café que el da el premio a James, todos desprendiendo humanidad. Destacar el mordaz uso que Sturges da a un gato negro, sobre si es una señal o ‘solo es un gato’.

El clímax que se da entre su jefe en la empresa y James, con la ‘abogada’ de su novia en un intenso monólogo resulta conmovedor. El epílogo es de lo más predecible, se ve venir de muy pero muy lejos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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