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La infancia de Iván

Drama. Bélico Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Frente Oriental. Iván, un niño ruso de 12 años, cuyos padres murieron durante la invasión nazi, trabaja espiando a los alemanes. (FILMAFFINITY)
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Críticas 71
Críticas ordenadas por utilidad
1 de febrero de 2009
167 de 171 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Iván fue niño en un bosque soleado por donde se movía en volandas al encuentro de su madre, quien le ofrecía agua reciente del pozo. Él bebía como un animalillo, metiendo la cara en el caldero y alzándola para advertir el canto del cuco y sonreír maravillado.

Pero esa infancia apenas duró. Le fue amputada.

A los doce años, un chaval quiere jugar. Todo lo intuye, razona poco; menos aún si la guerra se ha llevado a su familia, y ha sumergido la vida en vengativos desafíos bélicos. Imbuido de espíritu partisano, Iván busca aportar el mayor daño, como explorador y mensajero, en misiones inhumanas que asustan a soldados curtidos. Es capaz de nadar durante la noche kilómetros en aguas heladas para espiar posiciones enemigas. Con intimidatoria terquedad, se convierte en el fruto monstruoso de la lógica militar, que asume furioso, entregado con ciego heroísmo a la aniquilación de quienes le mataron madre y hermana, presencias de su niñez alegre. La primera línea del frente es su elemento. Vivir en la retaguardia le resulta inconcebible.

Cuando el agotamiento le cierra los ojos, sueña con el mundo luminoso donde junto a su hermana corre hasta la madre, entre brillos de agua, en una inmensa orilla que es la extensión de la vida dichosa.

La vida feliz, amputada del alma por las bombas y las balas.

2) En su primer largometraje, el joven Tarkovsky volcó ideas acumuladas en el periodo de formación. Durante el rodaje se fue encontrando con las constantes de su obra, entre ellas lo después teorizado como “ligazón orgánica de idea y forma”.

El mundo de Iván es representado integrando lo real con sueños y recuerdos mediante transiciones totalmente fluidas, con deslumbrante virtuosismo en secuencias como la del fondo del pozo al que se asoman Iván y su madre.
Idéntica fluidez resuelve los cambios de ritmo entre, por una parte, la velocidad trepidante de los pasajes de tono más épico, repletos de tensión, y por otra la lentitud lírica de las secuencias profundamente poéticas, que ahondan en el sufrimiento, anhelos y soledad de los personajes.

El viejo que, enloquecido por la pérdida de la familia, cierra con llave la puerta de su isba sin paredes; el cortejo erótico en el tupido bosque de abedules, con el impresionante beso a la oficial suspendida en el aire; el sueño puro del carro de manzanas y los caballos, las bengalas que surcan el cielo nocturno sobre la zona pantanosa…, son algunas de las memorables escenas fotografiadas con gran arte por Vadim Yusov.

3) La aparición del actor infantil Nikolai Burlyayev decidió a Tarkovsky a encargarse de una película abandonada y con medio presupuesto ya gastado. Previó el extraordinario rendimiento que daría un chavalín que tuvo que enflaquecer, trabajar en condiciones inclementes y permanecer en las gélidas aguas del Dnieper en las noches de octubre para dar al personaje un carácter inolvidable, con una energía específica, capaz de transmitir entero el dolor inmenso y absurdo de toda guerra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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20 de junio de 2006
121 de 141 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un escalofrío se apodera del espectador desde la primera escena y ya no lo abandona durante el resto de la película. Visualmente impactante, abunda en imágenes memorables: el beso en vilo; el rostro de Iván, mirando hacia lo alto; la exhibición de los cadáveres de los soldados capturados, con esa puesta en escena, minuciosa y terrible (un cuadro tan fugaz como sobrecogedor; la inmovilidad glacial); las aguas del pantano (¡el agua!, siempre presente en Tarkovsky). La dureza del niño, su mueca de adulto prematuro. Un guión magnífico. Una factura impecable. La película es sobria, conmovedora. Uno sale de ella con el agua en los labios. Y un pedazo de hielo en la garganta.
Servadac
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11 de diciembre de 2008
86 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película de terror y, sin embargo, es uno de los cuentos más terroríficos y bellos de la historia del cine.

Iván resulta tajante como una navaja. Su mirada es severa y sus gestos tienen brío. No posee rasgos marcados y su cabellera es amarillo oro, pero con cada paso y cada imponente movimiento cuando el desacuerdo es súbito, parece que los cimientos de la tierra vayan a temblar. Porque pese a su corta estatura, las facciones de su cara se intensifican y parecen clamar venganza. Una venganza que, quizá, ni él mismo entienda.

Iván ha cruzado el río de orilla a orilla. Algo inconcebible para muchos, pero otro reto añadido para él. Tarkovsky muestra ese río, y esa ciénaga que recorre Iván desde una óptica casi imperceptible, que nos transporta al mismo lugar por donde pisa, por donde, cauto, intenta llegar a algún lugar, sano y salvo.

Iván sueña muchas noches, sueña con épocas pasadas, y construye momentos de felicidad que ya acontecieron o que le gustaría haber palpado en un momento oportuno. Y todos ellos están acompañados por unas soberbias composiciones, bucólicas, imaginativas, inspiradas y subyugantes. Composiciones repletas de ensoñación, para lo que son, para lo que representan.

Pese a todo ello, Iván aún tose cuando bebe, su cuerpo es reticente al alcohol, todavía se maneja tembloroso en ocasiones, ante la magnitud de lo que tiene delante e, incluso, se levanta durante las noches, sudoroso, por las pesadillas de un pasado marcado por la tragedia. Puede que porque Iván aún no sepa ante qué está, pese a su seguridad, pese a su carácter, y es que sigue siendo un niño, lo quiera o no, y jamás podrá llegar a comprender el tamaño de las acciones que alimentan sus temores, dudas o decisiones, hasta que no llegue a un punto álgido en su adolescencia. Por desgracia, hay momentos que nunca llegan. Y es que, querer ser un hombre antes de tiempo, nunca trajo buenas consecuencias.
Grandine
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8 de abril de 2006
59 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ópera prima de Andrei Tarkovsky, que sustituyó al director titular poco después del inicio del rodaje. Se basa en el relato "Iván" (1958), de Vladimir Bogomolov. Rodada en blanco y negro, ganó el León de oro de Venecia, el Golden Gate Award (director) y otros premios. J. P. Sartre le dedicó un artículo muy elogioso.

La acción tiene lugar a orillas de Dnieper en los últimos meses de la II GM. Narra la historia de Iván, un muchacho huérfano, de unos 12 años, que perdió la madre y la hermana a manos de soldados nazis y cuyo padre, guardia fronterizo, se halla desaparecido. La acción se desarrolla en el tiempo que media entre el regreso de una misión de exploración tras las líneas enemigas y el inicio de otra misión similar.

La película muestra a un muchacho decidido, voluntarioso, listo y obstinado, que cumple misiones de espionaje en zonas ocupadas por tropas nazis. La información que reúne sobre emplazamientos militares y movimientos de tropas enemigas es de gran utilidad al mando superior. Su figura corresponde a la del héroe infantil, capaz de cumplir con éxito misiones de alto riesgo gracias a su agilidad, astucia y corta estatura. Encarna, además, la figura trágica del niño destrozado interiormente por la guerra, movido por deseos incontenibles de vengar la muerte de la madre y la hermana, incapaz de vivir sin participar en la lucha y de aceptar las indicaciones superiores para que se incorpore a la Academia militar. Iván, más que un héroe, es una víctima de la guerra, que lo ha convertido en una persona de comportamientos compulsivos y vengativos. La guerra no sólo mata a los caídos, también mata interiormente a muchos de los que quedan con vida. La obra se erige en un alegato convencido y convincente contra la barbarie de la guerra, contra todo tipo de violencia y contra la venganza. Son escenas destacadas las del regreso de Iván a las bases rusas, su sueño de la mariposa, la visión del centro de tortura que descubren las tropas rusas tras la toma de Berlín y el breve documento visual de los hijos de Goebbels.

La música, original de Sviacheslav Ovtchinnikov, fue dirigida por E. Khatchaturian. La fotografía hase uso de recursos expresionistas (proyección de sombras, encuadres inclinados, rostros desfigurados, edificaciones derruídas, etc.). Se apoya en secuencias largas y en primeros planos de gran expresividad. La narración visual es de gran belleza plástica. El guión desarrolla una historia trágica, que el director utiliza para combinar sucesos, sueños, imaginaciones y alucinaciones, que confieren al relato lirismo y ensoñación. La interpretación de Iván y de los militares a los que sirve son convincentes, pese a las críticas posteriores de Tarkovsky a Kolia Burliaiev (Iván). La dirección aporta algunas de las constantes de su obra posterior, como la afición al agua.

Película más compleja de lo que aparenta, de gran belleza visual, que emociona hasta el escalofrío.
Miquel
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5 de abril de 2008
62 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empeñado en hacer todos los méritos posibles para alimentar mi raquítico perfil gafapastero decidí hace un par de días abordar mi primera peli de Tarkovski.

Escogí para tal efecto “La infancia de Iván”, ‘opera prima’ del soviético con la que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia (1962). Antes de darle al botón del PLAY de mi aparato reproductor de DVD, seguí a rajatabla las instrucciones de Marisa, mi profesora de canto. Inspiré profundamente y solté el aire poco a poco. Relajé los músculos y cerré los ojos unos breves segundos. Esbocé una leve sonrisa. Mis neuronas y mi sistema nervioso se encontraban perfectamente dispuestos. Definitivamente me hallaba preparado para visionar la peli de marras de forma atenta y serena, sin miedo ni prejuicio ninguno.

Esa predisposición, ese estado contemplativo, facilitó mi acercamiento a la sugerente estética de Tarkovski sin demasiado esfuerzo. Me recreé degustando la composición pictórica de sus planos, los juegos de luces y sombras, el aditamento alegórico de sus imágenes. Muchos de sus fotogramas me recordaron aquellas entrañables sesiones de diapositivas en la facultad. Caravaggio, Tintoretto, El Greco... Qué tiempos aquellos!. Las obras de aquellos maestros del claroscuro provocaban reacciones de efecto inmediato. O babeabas o dormitabas. Sin término medio. Vaya, yo al menos cuando no dormitaba… solía babear.

Sin embargo, al margen de su irreprochable resolución técnica, constaté como la peli de Tarkovski contaba con otros muchos alicientes. Me subyugó su inquietante atmósfera, su intenso carácter antibelicista y, sobretodo, la profunda ternura que irradiaba ese niño-soldado de pelo rubio y piel nívea, prematuramente curtido entre trincheras y alambradas.

Pero no nos engañemos. Dejemos para psicoanalistas y gafapastas de verdadero rango las ensoñaciones de Iván y la correcta recomposición de la narración tarkovskiana. Debo reconocer que “La infancia de Iván” no arrojó demasiadas luces y sí muchas sombras a mi entendimiento cinéfilo, pero también es cierto que en contadas ocasiones he experimentado tanta belleza, congoja y fascinación al mismo tiempo. Magistral.
Taylor
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