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Juego con la muerte

Acción Película que fue estrenada tras el fallecimiento de Bruce Lee, que no llegó a terminarla: sólo se rodaron 54 minutos que se completaron con material de archivo. Es el legado del mayor icono de las artes marciales de todos los tiempos. Lee encarna a su alter ego Billy Lo, una superestrella del cine de acción coaccionada por un sindicato del crimen para que trabaje para ellos. Tras la negativa de Lo, los mafiosos deciden deshacerse de él ... [+]
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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
2 de enero de 2008
48 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obviamente de esta película solo se salvan los momentos donde aparece Bruce Lee, el resto es además de un bodrio infumable y regurgitantemente mal interpretado,una patética muestra de como se puede pisotear la memoria de alguien sin la más mínima sutileza por unas cuantas monedillas, peor que triste, tristísimo.
Fronkonstin
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23 de junio de 2011
48 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre los 12 y los 14 queríamos ser Johan Cruyff. Entre los 5 y los 7, algún personaje de Mary Poppins (yo quería ser el pingüino de dibujos animados que aparecía como camarero, fue mi etapa rosa de homosexualidad latente, supongo). Entre los 7 y los 9, el comisario McMillan, que era una versión muy mejorada de nuestro padre y estaba casado con una versión aún más mejorada de nuestra madre. Y, el capítulo más importante de nuestro crecimiento, entre los 10 y los 12, queríamos ser Bruce Lee.

Ah, ese tipo era la leche, que alegría transmitía dando patadas. Mucho después reconocí su estilo juguetón y fluido como una copia del famoso baile de Cassius Clay. Flotando, flotando, danzando sin parar ante los ojos del contrario con esa cara de chino descojonado de su suerte por anticipado… Sólo hizo cuatro largometrajes y medio, pero después de su muerte las películas que tratan sobre él o utilizan material en el que sale superan las doscientas, sin contar con su protagónica aparición en el mejor spot televisivo de todos los tiempos. Eso es pasar a la historia.

“Juego con la muerte” es el medio largo que hizo. Bueno, en realidad no hizo esta película, la productora tomó once minutos de material que Bruce Lee había filmado dando bofetadas de todos los colores y lo pegó a una descabellada historia filmada cuatro años después de su muerte con un doble. Por contener la palabra “muerte” fue la única peli de Lee que no me dejaron ver en aquel cine de verano que fue el escenario de mi encuentro con el maestro.

Hay que verla, no es posible hacerse una idea con una simple descripción (por cierto, magistrales los créditos del inicio, de un tal John Christopher Strong III). El doble no tiene diálogo y pelea por la noche contra los malos con unas gafas de sol que van desde más arriba de las cejas hasta la comisura de los labios. Patadas giratorias triples sin que las gafas vuelen. La productora aplicó la extendida idea de que quién coño es capaz de distinguir a un chino de otro chino. Idea cierta, pero la verdad es que Bruce Lee es el único chino que somos capaces de reconocer. Algunos fugaces primeros planos están tomados de anteriores películas de Bruce Lee. Transcribo un diálogo, en una habitación:

MALO: Estás acabado, Lo, tu única opción es trabajar para nosotros… (sigue un monólogo de varios minutos, dado que el otro no habla hay que rellenar)
BRUCE LEE: (Con el fondo del Coliseo Romano) Hum…
MALO: Recuerda quién te ayudó a subir, bla, bla, bla, bla bla, bla, bla, bla, bla…
BRUCE LEE: (Con el fondo de un gimnasio) Hummmmm…

Etcétera, ochenta minutos así.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
CuchiCuchi
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12 de octubre de 2011
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda la culpa fue de Bruce Lee. Él solito mandó al carajo todos los preceptos religiosos con que habían intentado adoctrinarme a lo largo de mi infancia. Y no es que yo tuviera madera de santo ni que sintiera nunca, ni mucho menos, eso que llaman una vocación. Qué va. Lo que yo soy, en el fondo, es una víctima de mi tiempo. El tiempo de los pasquines que dibujaban a Jesucristo como un peligroso y barbudo forajido hippy, perseguido y torturado por los malvados por traficar con paz y amor (la recompensa por encontrarle, decían, era la eternidad). El tiempo de los curas en tejanos y chirucas y guitarra en ristre perpetrando junto al fuego salves y padrenuestros al ritmo de los Beatles o Simon & Garfunkel. El tiempo, hablando en plata, del puñetero Concilio Vaticano Segundo.

De haber crecido unos años atrás, estoy seguro, las cosas habrían sido muy distintas. Si hubiera padecido el brutal adiestramiento en la represión y el terror con que la Iglesia católica española obsequió a varias generaciones de niños, si hubiera padecido reglazos y bofetones, si me hubieran pellizcado y manoseado, si me hubieran arrojado espumarajos azufrados a la cara mientras me pintaban los horrores del infierno, yo jamás habría huido del redil. Iría cada domingo a misa de doce. Arrojaría mi ropa interior al paso del Papa. Leería –imaginaos- a Juan Manuel de Prada. Nunca me habría descarriado.

Pero vino Él y lo jodió todo. Ya podían aleccionarme en catequesis acerca de la bondad, el perdón o el amor fraterno hacia los enemigos que nos están clavando en la cruz. “¿Qué haría Bruce Lee en esa situación?”, se preguntaba uno mientras le relataban la pasión de Jesús. Era fácil de imaginar: ahí estaba Bruce, zafándose con un grito triunfal de sus ataduras, rasgando su túnica y dejando al descubierto su pétreo torso, eliminando uno tras otro a los soldados romanos y zurrando al sanedrín en pleno, arrojando una jofaina al rostro de Poncio Pilatos, acorralando al maldito Judas en un rincón del templo y trinchándole el espinazo de un par de buenos codazos con el rostro desfigurado por un salvaje chillido de furia. Ni amor, ni piedad, ni perdón. Esa era mi nueva religión.

Uno, al principio, puede tomarse esto como una broma: su guión demencial y su surrealista montaje, el chapucero modo en que se rellenan minutos con imágenes al ralentí y escenas de “El furor del dragón”, sus dobles de espaldas o a oscuras, con una toalla en la cara o con gigantescas gafas de sol y barbas postizas, el inenarrable combate contra Abdul-Jabbar, el mono amarillo con el que Tarantino vistió a Uma Thurman. Hasta que cae uno en la cuenta de lo bajo y rastrero de un engendro que, por unas tristes monedas, llega incluso a reciclar imágenes del entierro del Maestro, y comprende que no hay broma que valga, que reírse con esto es una ofensa y una blasfemia y que quien cae en la tentación de hacerlo corre el riesgo de renunciar a la Eternidad que unos pocos elegidos tenemos desde hace tiempo asegurada.
Normelvis Bates
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27 de abril de 2009
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Juego Mortal” pudo ser la película más grande de artes marciales que halla existido, incluso más grande que “Operación Dragón”, pero lamentablemente Bruce Lee murió sin poder terminarla, dejando solo algunas escenas. Cinco años después de su muerte fragmentos del film en el que Bruce había trabajado hasta el agotamiento durante sus últimos meses de vida, fueron editados para esta película llamada “Juego con la Muerte”. Esta película no tiene ninguna relación con la versión original de Bruce Lee (ver “Bruce Lee: A Warrior's Journey”), la cual era muy entretenida y original. A través de la película Bruce iba a enseñar su filosofía marcial a todo el mundo, con increíbles combates llenos de sabiduría. Pero parece ser que a los productores no le halla importado que esta película halla sido el trabajo de su vida, para convertirlo en un film vergonzoso y totalmente comercial.
Santiago
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12 de octubre de 2012
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
No veas esta película bajo ningún concepto. Verdaderamente sus creadores se pusieron a jugar con la muerte, pero en este caso con la muerte del mítico y asombroso Bruce Lee, que en paz descanse. Me lo imagino riéndose allá en el éter celestial, mirando lo que hacía su imitador en una película que él, de un impetuoso manotazo, hubiera rechazado.

También digo que vaya papelón tenía el pobre de Tai Chung Kim al tener que interpretar a Lee, inimitable desde todos los puntos de vista. Bruce Lee era más que un rostro y unos movimientos característicos; era la perfección hecha artes marciales, energía pura, carisma inigualable, grandilocuencia, pasión, mucha pasión pegada a los músculos y al alma. Y talento, ese talento que te deja mudo frente a la pantalla. Porque yo me quedo sin palabras ante Bruce Lee.

Así, en los apenas once minutos en los que aparece al final de la película, cuando ya una se encuentra entre las lágrimas y la desesperación por el timo que supone «Jugando con la muerte», se hace el silencio ante su traje amarillo y su mirada de soslayo. Sale Bruce Lee a escena y contenemos el aliento. Once minutos estratosféricos, once minutos que son oro puro, once minutos para la eternidad. Once minutos que se nos escapan de entre los dedos y que deseamos que duren, y no acaben nunca.

Pero terminan, y con ellos termina Bruce Lee en el Cine, y nos quedamos meditabundos, tristes incluso, pensando en la vida brillante y efímera de algunos genios. Bruce Lee vivió y murió pronto. Pero, a cambio, se hizo inmortal.

Y aquí sigue, entre nosotros.
Kaori
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