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Sátántangó

Drama La historia relata gradualmente los problemas de una granja colectiva durante unos pocos días de otoño en los años de la Hungría post-comunista, observada desde la perspectiva de distintos personajes. (FILMAFFINITY)
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
4 de enero de 2010
149 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, la convención formal señala que es preciso mostrar uno o dos puntos intermedios.

David Lynch, en sus mejores cintas, suprime los enlaces. Nos muestra el punto A y el punto B, desordenados y desnudos. Nace así su imagen pura, heredera de Hitchcock. Fascina y desconcierta. Los analistas de historias reciben un rompecabezas cuya resolución procura un placer tibio. Los sensuales, reciben el don de la ebriedad, placer en vena ilimitado. Los hay, naturalmente, que declinan entrar en ese juego; bostezan y se salen de la cinta.

Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, Béla Tarr nos muestra todo el intervalo. El camino es irreducible a sus momentos decisivos. No puede resumirse. Cada paso, aislado, es irrelevante. E imprescindible para conocer la suma total del recorrido.

David Lynch nos ofrece el resultado de la suma, apuesta por la intensidad. Béla Tarr nos dice que la suma es una serie inacabable de momentos repetidos. Apuesta por el círculo fatal.

Lynch retrata noblemente nuestra angustia. Tarr ofrece cabalmente la desolación.

Aunque, de momento, disfruto más con el primero, ambos extremos me complacen.

===

Sátántangó es el mar en el que desemboca la corriente algo menor de ‘La condena’. Es el retrato de la espera indefinida. Una espera tan antigua como el hombre, tan bíblica como el diluvio universal. Tan triste y tan anciana como el mundo.

Tarr se pregunta en esta cinta: ¿Cuál es la línea que separa el cielo de la tierra, lo oscuro de la luz? ¿Qué diferencia al hombre de la bestia?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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3 de enero de 2010
82 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi primera vez con Béla Tarr y ha tenido que ser la de los 450 minutos.

No se puede hacer una crítica de semejante película; sólo esbozar pequeñas pinceladas de un inmenso puzzle entretejido por infinidad de pequeños detalles que no puedes perderte, lo que supone estar atenta a cada fotograma para seguir el hilo de una historia que ya de por sí es prácticamente inexistente. Y el esfuerzo que supone es mastodóntico.

Sátántangó nos cuenta la historia de seducción y tortura (¿voluntaria?) de una docena de campesinos de una granja de mierda húngara por parte del mandamás administrador y sus secuaces. Seducción, porque se dejan engañar con promesas vacías; tortura, porque cada intento de rebelión es sofocado por Irimiás (¿Jeremías?), el del pico de oro, que con un par de palabras hace sentir a los pobres campesinos como mierda indigna de manchar sus botas.

Detalles a destacar: La narración desde diferentes puntos de vista. La trampa del tratamiento de la luz interior y exterior. La riquísima fisonomía de los actores. El plano de las vacas, que será todo lo aburrido que queráis pero es una metáfora genial de esos infelices granjeros. El capítulo de la niña y el gato. La conversación entre Irimiás, Petrina y el Capitán. El plano de la basura volando y acompañando a los 3 villanos. El tratamiento del sonido en cada aparición del Doctor. La puñetera lluvia que ocupa un 80% del metraje y te cala los huesos. El peculiar humor húngaro, del que decir negro es poco. Lo bien que comen los ricos. Nuestro particular Satán, un tipo con buena planta, atractivo, poeta, profeta vocacional y que, además, cecea.

Tiene que ser una gozada no depender de exigencias comerciales, no tener que ceñirte a los 120 minutos que marca el guión y el productor y rodar lo que te salga de las narices porque tienes todo el tiempo y medios del mundo. Barra libre abierta (y no sólo de alcohol).

Un 7, un punto por cada hora de película. Es lo justo. Acabarla es el mayor reto, sólo para poder contarle a los nietos "yo vi una película húngara de 7 horas y media sin echar una sola cabezada". Y es cierto, hay testigos.

Al final van a acabar por volverme una gafapasta. Y lo que es peor, me acabará gustando.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Naran
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18 de septiembre de 2009
120 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
I)

«Devastadora, fascinante a cada minuto de sus siete horas. Yo me alegraría verla cada año para el resto de mi vida.» —Susan Sontag (1933 – 2004)

Lo había intentado en numerosas ocasiones: para alcanzar el éxtasis de las siete horas y media del cine más puro hay que empezar aguantando su primera hora. ¿Simple? Pues va a ser que no. Siempre se repetía la misma historia. Me recordaba a mí mismo a Phil Connors repitiendo una y otra vez el día de la marmota hasta que con mis ronquidos llegaba un nuevo y repetido día en compañía del director húngaro.
El inicio me provoca terror: esas vacas mugiendo que caminan lentamente seguidas por un interminable travelling. Deberían ser ovejas para facilitar las cosas y poder contarlas.
Son posiblemente los mejores actores que ha encontrado Tarr. Más tarde un lavado de conejo parecía que podía despertarme… pero, de repente, los personajes comienzan a hablar y yo empiezo… a dormirme…. a dormir-zzzZ-zzz-me-ZzZ.



II)

«¿Qué es el tempo? ¿Béla Tarr en movimiento?» —Maldito Bastardo (†)

Antonioni habló sobre la alienación urbana contemporánea, el malestar existencial, la incomunicación, la soledad en esas tres odas: la antinarración de “La aventura”, “La noche”, “El eclipse”. Alcanzó un estatus de maestro universal.

Yo me aburrí como una ostra.

Tarkovski alcanzó la pureza esculpiendo el tiempo, sobrepasando la belleza del plano secuencia y aplastando la narrativa cinematográfica fijando el tiempo. Todos sus caminos “Andrei Rublev”, “Solaris”, “El espejo”, “Stalker”, “Nostalghia” conducirían a un voluntario exilio de su mayor obra “Sacrificio”.

Yo me aburrí como una ostra con todas ellas.

Oliveira empezó, bajo la influencia de Robert Flaherty, se labró en el documental, le añadió la teatralidad, los planos interminables, los diálogos fabricados a fuego lento, modeló el cine contemporáneo.

Yo me aburrí como una ostra.



III)

Después de intentar encontrar los secretos de la teoría cinematográfica en miles de películas uno se pregunta si esos lienzos sin apenas rastro de trazos pueden ser un notable talento o morro.
Arte en estado puro, diarrea catatónica, nuevo tótem de las gafas de pasta gruesa, el nuevo Mesías, es el epicentro del arte, del cine. Opto por la primera de las opciones: Tarr me ha demostrado que su cine es puro, insobornable. Calificar una película como “Sátántangó” es completamente injusto: es el choque explosivo del paroxismo y la quietud, del arrebato y el máximo equilibrio ¿La perfección? Posiblemente. Puede que estas bases funcionen en otras películas que me encantan. Pero esto es una sobredosis directa de la que me costará recuperarme. Aunque no lo pondré contar hasta dentro de doce años… tiempo en el regrese a las siete horas y media más duras que he visto en mi vida. Simplemente “Sátántangó” no es mi cine pero sí el de muchas ostras.
Maldito Bastardo
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23 de agosto de 2011
62 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Béla Tarr, yo creo, ha reinventado el cine. Y lo ha hecho llevando al límite una concepción específica del tiempo cinematográfico que niega la idea convencional de temporalidad: esa concepción cuantitativa y cartesiana del tiempo —cómoda pero inaceptable— como magnitud homogénea y vacía, susceptible de ser llenada de acontecimientos que se suponen objetivamente observables. Ahora bien, ¿puede separarse el tiempo de los acontecimientos que lo constituyen? ¿Un bloque de tiempo es el mismo si es vivido por otro? Creo que Tarr diría que no.

Si añadimos que en todo acontecimiento hay siempre parte de interpretación, que no existe versión “objetiva” de un hecho humano, se puede entender ese repetido retorno sobre sí y la sustitución de la ficticia y engañosa línea recta de la narración (mera abstracción) por una sucesión de oleadas poéticas: planos secuencia que se cruzan, se solapan, se entrelazan, para fabricar el tejido mismo de lo real: danza de Shiva o tango de Satanás. Tarr lo ha dicho con incontestable claridad: «No quiero contar historias; quiero mostrar el fondo de la naturaleza humana». Y para acceder ahí, hay que arrancar los acontecimientos a la linealidad de la historia (y de la Historia) y a las convencionales leyes de nuestra idolatrada causalidad, romper la horizontalidad del despliegue cronológico y dejar que afloren las dimensiones ocultas de la temporalidad.

No hay paradoja en que el cine metafísico de Tarr parta de una estética hiperrealista, que potencia al extremo los detalles visuales y sonoros: textura de las ropas raídas, de paredes desconchadas, de una piel envejecida (todo trabajado siempre por la duración)... rumor de pasos, de respiración, de jeringuilla absorbiendo el líquido (!)... Omnipresencia de agua, tierra y barro en Sátantángó, obra esencialmente telúrica, “matérica”, que no materialista. Belleza sublime de las formas, expresión luminosa de la verdad de lo esencial: Tarr o la aparición de la belleza en todas las cosas.

Tampoco hay paradoja en partir de situaciones sociales definidas (pero, como en “Armonías...”, sin referencia espacio-temporal alguna, lo que libera de la anécdota) para llegar al mundo del alma y al alma del mundo. Tarr, cineasta en busca de lo absoluto, vincula las dos orillas del ser, uniendo sin confundir lo descriptivo y lo profético, lo personal y lo cósmico, lo social y lo ontológico, lo material y lo intangible, lo efímero y lo eterno: arco infinito que abarca el abismo de la existencia, en un ambiente (también como en “Armonías...”) de apocalipsis inminente.

Sus imágenes quedarán en mi memoria, hasta la próxima visión, como recuerdo indeleble de que, más allá —o más acá— de la banal cotidianidad, existe un mundo real. Tarr me proporciona, más que ningún otro cineasta, eso que Rudolph Otto llama “experiencia de lo numinoso”: una presencia “tremenda y fascinante” que, superando cualquier posibilidad de expresión, me deja sin habla y literalmente anonadado.
Ludovico
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3 de enero de 2010
56 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
En nuestra civilización el tiempo es oro. Paradigma de la acción: cerrar un negocio lucrativo mirando al reloj. Se deben alcanzar los objetivos por el camino rápido, atajando en línea recta. Así se asegura el provecho, lo rentable, la productividad.

Pues bien, dejando tal noción fuera de combate ya con el plano inicial, los ocho minutos dedicados a mostrar cómo unas vacas salen de la cuadra, Bela Tarr deja claro que no pretende un producto industrial.

Los personajes (los torpes campesinos y todos los demás, en especial el inflado doctor, que vive pegado a una garrafa de brandy de frutas) beben sin cesar destilados de alta graduación. Esa creciente embriaguez es la misma para lo temporal: no se escatima ni ahorra; se dispone del tiempo como de un continuo ilimitado, indivisible y eterno. Según un personaje, es en la Eternidad donde los actos cobran valor y deben justificarse, no en la temporalidad parcial y rasante del mundo humano.

Rige la película un Tiempo circular, en constante ramificación multidireccional. Las escenas vuelven, a través de otros ojos, entrecruzándose las perspectivas.
La narración se extiende seca, sin apoyo poético, a todo lo ancho sobre la llanura desolada, sus árboles pelados y sus barrizales, sus perros tiñosos y sus cristales rotos, hasta atrapar su triste espíritu, con procedimiento rigurosamente materialista, de fisicidad en ocasiones agobiante (respiración asmática, eructos y borborigmos, lluvia constante que cuela humedad por las rendijas, y se diría que también por los bordes de la pantalla), pero espíritu al fin, presente, con la consiguiente conmoción.
Asoma en la profundidad perpendicular de los planos: esas ventanas al fondo de una larga estancia oscura, esos edificios remotos que se alcanzan tras larga caminata, el espectador a la espalda, acompañando al personaje; esos primerísimos planos que pronto derivan en hondos retratos…

Desmantelado el régimen comunista, el paternalismo estatal da paso a una nueva forma de dominación por la misma casta de burócratas y allegados: turbios agentes del poder que en privado proclaman abiertamente un nietzscheano discurso sobre señores y siervos, aplicado en ingeniería social siniestra, tan desalmada que el punto satánico incluido en el título no obedece a exageración.

Se podría objetar que alguna de las doce secciones es irregular (sí, pero no excéntrica), y que alguna de las escenas se prolonga en exceso, pero es que el manejo de lo temporal es ya desde el principio puro exceso, prodigalidad dionisíaca, derroche orgiástico.
Puestos a tomarse todo el tiempo del mundo hasta la embriaguez total, ¡para qué reducir de siete a seis horas, aplicando criterios económicos a costa de romper casi seguro el ritmo despacioso del tango magiar!
Esa entrada del ahorro lo volvería aún más satánico.
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Archilupo
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