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Tocando el viento

Drama Durante el gobierno de Margaret Thatcher, la mina de carbón de un pueblo del norte de Inglaterra está a punto de ser cerrada. La banda de música de los mineros, toda una institución con más de un siglo de historia, también corre el peligro de desaparecer. A pesar de ello, Danny, el líder de la banda, exhorta a sus compañeros para animarlos a seguir compitiendo en el concurso nacional. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
21 de julio de 2007
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tocando el viento (Brassed off) es una película que pertenece al género de crítica social “postatcheriana”, últimamente muy consolidado en el cine británico. A este nuevo género -que incluye tanto comedias como dramas- pertenecen Rif-raf (1991), Lloviendo piedras (1993), ambas de Ken Loach, o la proverbial Full monty (1997) de Peter Cattaneo. No obstante, Mark Herman, director de Tocando el viento duda a la hora de ubicar su película: “Una de las cosas más difíciles es encuadrarla dentro de un género. No es una comedia, aunque tiene elementos cómicos. No es un drama aunque haya situaciones tristes y, espero, conmovedoras. Y, a pesar de la importancia que en ella tiene la música, no es de ningún modo un musical.”
Un pueblo sufre la amenaza de cierre de la mina de carbón de cuya explotación subsiste. Alrededor de las consecuencias de este hecho se entretejen las diferentes historias de algunos de sus habitantes, que comparten la pertenencia, crucial en el relato, a la emblemática banda musical de la mina.
En esta narración coral destacan la riqueza de matices de los comportamientos y personalidades de los protagonistas, así como el planteamiento de situaciones donde no les es nada fácil decidir “si blanco o si negro”.El espectador será comprensivo con el punto de vista de cada personaje, porque Mark Herman consigue que nos sintamos dentro de la piel de estos individuos. Según el crítico García Oliveri “es una obra que no sólo emociona, divierte, entretiene, deleita con su música y hace pensar. Además hace bellamente diana en un problema de fondo: esa autoestima que todo ser humano necesita y que tantos gobiernos se empeñan en negarle.”
Mark Herman, director y guionista de este filme, consigue de los actores y actrices un trabajo redondo, perfecto. Aunque nadie desafina en este hermoso concierto de interpretaciones, es sobresaliente el trabajo de Peter Postlewaite (el director de la banda), sobrio y contundente, imprimiendo una credibilidad absoluta a su personaje, que transita un camino por el que nadie quiere andar pero que, al final, conduce a donde todos quieren.
Otro elemento que aporta calidez y belleza a esta historia es la fotografía, a cargo de Andy Collins. El pueblo, las instalaciones mineras que podrían sugerir un entorno sucio y agresivo, están tratados con luces suaves y planos agradecidos; el resplandor dorado de los instrumentos de viento parece atenuar las tragedias de sus propietarios.
Tampoco puede olvidarse la importancia de la música que, de manera notable, se convierte en vehículo narrativo; mientras la escuchamos se suceden acontecimientos que no necesitan palabras. Pero la palabra también es importante en esta obra; oiremos frases que nos acompañarán después de acabar la proyección: “si la ayuda sirve de algo eres un héroe, pero si no sirve eres un entrometido”, o diálogos que expresan lo que parecen no decir....
Gloria- ¿Quieres subir a tomar café?
Andy- No tomo café
Gloria- Y yo no tengo café.
la28
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27 de noviembre de 2007
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tocando el viento es una pequeña gran película dirigida por Mark Herman es un drama, mezcla de realismo social, costumbrismo rural, denuncia social...
La acción transcurre en un pueblecito del norte de Inglaterra, Grimley. La incertidumbre sobre el futuro laboral del pueblo se cierne sobre los habitantes. Una ola de cierres de pozos mineros recorre el medio rural inglés, y Grimley no escapa al drama. Los habitantes están desesperados: no pueden pagar sus deudas, no llegan a fin de mes, la convivencia familiar se resquebraja por momentos… Pero hay algo más por lo que vivir: la banda de música, pilar de identidad local. Para Danny (enorme Pete Posthlewaite), el director, la música representa el espíritu de la comunidad.
Sin embargo, a medida que el clima de desempleo aumenta, la moral de los músicos baja, y a Danny le cuesta mantener la ilusión entre sus músicos. Varios de ellos están dispuestos a anunciar que dejan la banda por no poder contribuir económicamente. Pero todo cambia cuando Gloria, antigua habitante del pueblo, se une a la banda. Entonces el entusiasmo vuelve a brotar… Y a pesar de las dificultades, de los malos tiempos, la música siempre permanece.
Deliciosa, tierna, sencilla, tragicómica, sensacional… Pequeña película de grandes virtudes y defectos (el riesgo que tiene emocionar a base de golpes bajos, recurso que no me suele gustar nada), con momentos realmente emocionantes: Los instantes cómicos del principio, los episodios musicales (como la interpretación del concierto de “El Gran Juez”, de Rodrigo), los discursos que salen del corazón… Estupendas interpretaciones, coronadas con el discurso final de Pete Postlethwaite, una hermosa lección, que remueve conciencias y lagrimales, más unos Ewan McGregor, Tara Fitzgerald y el resto de secundarios más que correctos. Qué le voy a hacer. Me encanta este tipo de películas. Un pedacito de vida.
Esta muestra de realismo social inglés, en pleno auge del género (1996), a mitad de camino entre Ken Loach, Stephen Frears, Mike Leigh o Peter Cattaneo, tiene aquí su variante “banda de música” como expresión artística en contraste con lo duro que resulta sobrevivir en ciertos tiempos.
Naran
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1 de febrero de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tragedia de los mineros británicos que perdieron sus trabajos por miles cuando a Thatcher le dio por cerrar minas a cal y canto está aquí. Esos hombres que se dejaban el pellejo, la salud y la vida en aquellos túneles claustrofóbicos, perennemente impregnados de carbón porque era la única manera con la que contaban para tirar y mantener a sus familias, de repente estaban en la calle tras haber librado una guerra inútil, perdida de antemano.
Como los universitarios con las tunas u otros colectivos, los mineros británicos formaban bandas de música y muchos pueblos y ciudades contaban con las suyas, llegando a alcanzar un gran prestigio y participando en campeonatos a nivel nacional. Surgían de la cohesión e identidad de un gremio que, tras sus duras jornadas bajo tierra extrayendo el mineral, se evadían tocando y ensayando con sus instrumentos, mayormente de viento. Alcanzaban tal virtuosismo que las competiciones eran de muy alto nivel.
Y ninguno de ellos era músico profesional, eran aficionados que adoraban la música y se encontraban a gusto reuniéndose para realizar algo más hermoso que arrancar vetas de carbón. Todos aquellos obreros que no tenían vidas fáciles olvidaban por unas horas a la semana el aire viciado y las batallas cotidianas para sacar sus casas adelante. Por unas horas eran artistas, que limpiaban sus pulmones maltrechos soplando unos sonidos mágicos.
Pero si las minas cerraban, ¿qué sería de las bandas?
Danny, el director de la banda de Grimley, la ama tanto que hace caso omiso de las amenazas de clausura y arenga a sus muchachos para que no permitan que su sueño se pierda. Todos están preocupados por el inminente despido y tratan de decirle a Danny que es absurdo continuar con la banda si lo que le dio origen, la minería, va a desaparecer. Pero él no hace caso. Además, surge un nuevo aliciente cuando llega Gloria, una chica guapa del lugar que había estado estudiando fuera y que ha regresado. Sabe tocar el fliscorno y se incorpora al grupo, con lo cual los que dudaban deciden continuar al menos hasta que hayan perdido definitivamente sus empleos. Uno de ellos es Andy, que tuvo un flirteo adolescente con Gloria y que siempre ha estado enamorado de ella.
El concurso nacional se encuentra en plena efervescencia y es difícil mantener el espíritu cuando te vas a quedar en la calle.
Mucho sentido del humor (“¡Es una trompa!”, insiste constantemente el personaje encarnado por Jim Carter, el que hacía del mayordomo Carson en “Downton Abbey”, cuando todo el mundo confunde su instrumento con una trompeta; o las dos “fans” con el pelo teñido de morado, esposas de dos miembros de la banda; o el hijo de Danny yendo a una competición cargado con sus cuatro hijos y cambiando pañales), junto con la amarga realidad golpeando (desahucios, dificultades para pagar las facturas y las compras, los pulmones deshechos de Danny, el miedo de convertirse ellos y sus familias en parias...)
Denuncia social directa y contundente, y la importancia de los sueños colectivos para mantener la moral en los tiempos de penalidad.
Vivoleyendo
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11 de enero de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película sencilla, sin los artificios tan de moda en el cine actual, aunque no clasificable en un género concreto (es más que cine social).
Apela a la dignidad de las personas por encima de todo y a su espíritu de superación ante situaciones difíciles, como la que viven los protagonistas de la película.
Gran interpretación de Pete Postlethwaite, muy bien secundado por el resto de actores (aunque no salga en el cartel de la peli).
maicol
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4 de abril de 2006
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cinta muy emotiva, con toques dramáticos que te elevan hasta el llanto contenido, no me gustaba la música de viento y a partir de que vi este film, me gustó.
La temática de denuncia social que maneja la película es representativa de una de las etapas más criticas en la vida de la nación inglesa, bajo la mano dura de Margaret Thatcher...
enorlop
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