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Los inútiles

Drama Los vecinos de un pueblo de las costa adriática italiana son gentes amables y corteses que se dedican afanosamente al trabajo. Sólo cinco jóvenes rompen la armonía de la comunidad; ninguno de ellos ha trabajado nunca y ni siquiera se avergüenzan de ello. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
13 de octubre de 2005
123 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con una evidente carga autobiográfica, Fellini nos cuenta la vida de unos jóvenes de provincia y nos retrata su hastío y tedio. Unos jóvenes ociosos que no hacen nada para trabajar ni ganarse la vida, viven de sus familias y solo les interesa ir con amigos y mujeres (ninis de entonces que delataban la falta de certezas y expectativas de la juventud italiana de la época). Un cine moral y humanista pero no por ello menos personal (aunque no tanto, evidentemente, como los −benditos− excesos onanistas y ombliguistas del Fellini posterior).

La película está vertebrada por una historia principal −la del joven matrimonio− pero a su alrededor aparecen diversos episodios en los que vemos también al resto de personajes (y su estancamiento vital). Ese núcleo principal es lineal en su desarrollo mientras que el resto de situaciones tienen muchas veces el ritmo que marcan los recuerdos, como si Fellini los reconstruyera siguiendo los fogonazos caprichosos de la memoria (no todas son así, también hay subtramas construidas de forma convencional). Es ahí donde cobra especial relevancia la voz en off del narrador, una extrañísima voz recapituladora que plantea dudas sobre su origen (¿es el hermano de Sandrina, es el propio Fellini?).

Por ello, la película tiene una doble vertiente: por un lado una narrativa más clásica, en la que Fellini demuestra su capacidad narrativa para contar una historia logrando la conjunción entre imagen y texto escrito (la película avanza muchas veces con el mínimo uso posible de la palabra, apoyándose en gestos, miradas y frases a medias); pero también atisbamos ya cierto barroquismo, aún desde el realismo del cine italiano de entonces (es pronto para la vertiente más desaforadamente subjetiva y casi solipsista que después tomaría su filmografía), anticipando algo de su posterior iconografía: el carnaval, la forma de retratar la tienda de antigüedades, las calles vacías y el viento, los amigos una mañana en la playa, el tonto del pueblo con la talla del ángel... y, por supuesto, la música de Nino Rota generando esa atmósfera tan particular en las películas de este director. Es, por tanto, un Fellini más sosegado y menos artificioso que en su etapa posterior, pero la semilla del cine que le convertiría en una auténtica figura está muy presente.

En todo caso, a mí me parece una película pequeña pero en ningún caso una obra menor, igual de válida que su posterior cine, que nos presentaba (era, creo, su tercera película) a un joven realizador con unas preocupaciones estéticas y una caligrafía visual que ya se apuntaban como propias. Y con un final antológico: los travellings sobre las camas de los amigos, como si el tren pasara por sus habitaciones dejándolos −a ellos y a su propia juventud− atrás.
Bloomsday
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31 de agosto de 2010
43 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente, el Fellini que me gusta. El de sus orígenes. El menos onírico, barroco y teatral. El más emotivo, melodramático y neorrealista. El Fellini de “La Strada”. Un cineasta que siempre supo cómo y de qué manera tocar la fibra del espectador. Sin pamplinas ni embelecos. Sin entregar el testigo de sus historias a ningún héroe o villano que le sacara del apuro. Sin caer en la tentación de culminar sus pelis con esos insidiosos y complacientes ‘happy end’ que tantas lágrimas de cocodrilo conseguían hacer brotar desde el otro lado del Atlántico. Confiando todo el peso del relato en un guión y unos personajes perfectamente delineados. Como sus inútiles. Cinco haraganes que queman sus horas vagueando por las calles de una ciudad de provincias en la que nunca pasa nada. Jugando unos billares. Echando unos tragos o unas risas. Y, en el mejor de los casos, un polvo. Cualquier cosa menos trabajar. Menos comprometerse con un empleo o una familia. Algo a lo que, de repente, se ve obligado a someterse Fausto. Un más que digno representante de esa primigenia Generación ni-ni (ni estudio, ni trabajo) de la posguerra italiana. Y el más truhán de todos ellos. El eje sobre el que se vertebra una triste y descarnada historia que denota ciertos paralelismos con dos grandes títulos de Bardem: “Calle Mayor”, en lo que a esos cinco tunantes se refiere, y “Nunca pasa nada”, en lo que a su ambiguo final respecta. Un final, por cierto, estética y conceptualmente prodigioso. De los de obra maestra, vaya.

Próxima entrega, “Johnny Guitar”, de Nicholas Ray.
Taylor
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27 de agosto de 2012
27 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercer largometraje de Federico Fellini (1920-1993), escrito por F. Fellini y Ennio Flaiano a partir de una idea de Tullio Pinelli. Se rueda a lo largo de diciembre de 1952 en escenarios reales de Florencia (Toscana), playa de Ostia (Roma, Lazio), Viterbo (Lazio) y en los platós de Cinecittà Studios (Roma). Gana el León de Plata (Fellini) y el premio al mejor actor (Sordi) del Festival de Venecia de 1953. Producido por Jacques Bar, Lorenzo Pegoraro y Mario De Vecchi para PEG Films i Cité Films, se proyecta por primera vez en público el 26-VIII-1953 (Festival de Venecia).

La acción dramática tiene lugar en una pequeña ciudad italiana de provincias, situada en la costa adriática y abierta al mar. No se la identifica por su nombre, pero guarda numerosas similitudes con Rímini, la ciudad natal de Fellini. La acción comienza a principios de otoño y concluye en el invierno de 1953, con una duración total de unos 5 o 6 meses. Los protagonistas son cinco jóvenes inadaptados, de unos 25 años, que no trabajan y que no quieren adquirir compromisos, cultivan su soltería y viven a costa de los padres u otros familiares. Carecen de objetivos en la vida, son holgazanes y egoístas. Se llaman Fausto Moretti (Fabrizio), Alberto (Sordi), Moraldo Rubini (Interlenghi), Leopoldo Vannucci (Triestre) y Ricardo (R. Fellini). Los caracteres se presentan definidos de modo suficiente y bien diferenciados. Fausto es mentiroso, tramposo, mujeriego y ejerce funciones de liderazgo del grupo. Alberto es tímido y acomplejado. Leopoldo escribe poesías y es soñador. Ricardo, que tiene buena voz y buen oído, canta en fiestas y celebraciones. Maraldo es poco hablador, observa a los demás y es más reflexivo que ellos.

El film presenta una galería de tipos humanos sumamente interesante: el comerciante, el padre viudo, la hermana menor de edad, las amigas criticonas y descaradas, la madre viuda, el play-boy, etc. Es la primera película de Fellini que tiene éxito y es la que le abre el camino de la fama. Constituye un atractivo fresco de la sociedad italiana de provincias de los años posteriores a la IIGM, cuando el país se halla en la fase inicial de la recuperación económica. Arrastra todavía secuelas de la guerra, como la falta de referentes de la juventud, niveles altos de paro y subocupación, estancamiento cultural, bolsas de pobreza, etc.

La técnica narrativa se caracteriza por el uso de un narrador que se identifica con los componentes del grupo de amigos y con el propio grupo, al que se refiere con pronombres de primera persona del plural (nosotros). En ocasiones el narrador parece identificarse con Moraldo, pero las diferencias que los separan permiten hablar de un posible sexto componente del grupo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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20 de septiembre de 2006
27 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tercera película de Fellini - segunda en solitario tras "El jeque blanco" -. Se trata del reflejo de una ciudad de provincias italiana y de un grupo de muchachos que tienen como afición vaguear (los inútiles), que viven en un estado de tedio, envarados y sin asumir las responsabilidades que debieran para su edad.
Se trata de una comedia agridulce, de un Fellini arrimado, aún con sus ideas, al neorrealismo, con brotes de su cine burlesco y satírico, pero sin el barroquismo escenográfico ni de ideas al derivara después.
Es una película de sencilla factura, notable y suficientemente relevante dentro de la filmografía de su genial autor.
kafka
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12 de agosto de 2017
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a ser un film de la primera etapa de Fellini considerada menor, y hasta denostada, sin embargo, es una opinión que no comparto, pues pocas veces se ha visto en la pantalla un retrato más certero de una juventud de provincias. La definición literal de “I vitelloni” hace alusión a los terneros grandes, en sentido figurado, son algo así como niños viejos, treintañeros irresponsables que se continúan comportando como adolescentes, sin asumir ningún compromiso. Fellini retrata magistralmente a cinco de ellos: Fausto (Franco Fabrizi), un tipo inmaduro, perezoso y mujeriego (su padre le abronca y azota con la correa, como si fuera un niño); Leopoldo (Leopoldo Trieste), el intlectual del grupo, un frustrado autor de dramas teatrales; Riccardo (Riccardo Fellini), un infeliz con ínfulas de cantante; Alberto (Alberto Sordi), vive protegido por su madre, el más gandul e inconsciente de todos (se burla de los obreros); y por último, Moraldo (Franco Interlenghi), cuñado de Fausto y el más noble e idealista que busca salir de ese círculo cerrado de la pequeña ciudad asfixiante y sin futuro profesional.

No hay que ser muy perspicaz para entender que el cineasta nos habla de alguna de sus experiencias en su Rimini natal (aunque encontramos gran parte de mera ficción), en alguna ocasión comentó: todos hemos sido en cierto modo “ex vitelloni”. El director juega desde la complicidad con que varios de los actores mantengan sus propios nombres y algunas de sus características, son recuerdos del propio director: su hermano Riccardo cantaba en las fiestas locales, Leopoldo Trieste había intentado escribir para el teatro. Pero lo que más recordaba y le impresionó fue el vacío y la soledad que desprendían los protagonistas, con sus pequeñas mentiras, su deambular nocturno sin rumbo y sus paseos al alba por la playa desierta, donde se puede sentir el frío húmedo del triste invierno, mientras miran el mar tan oscuro y triste como su futuro.

“I vitelloni” es la crónica de la agonía de una juventud envejecida, en el marco social de la pequeña burguesía, su discurso moral no se ajusta al neorrealismo entonces imperante en el cine italiano, porque es abstracto, universal y generalizador. No se apoya sobre la voluntad de ofrecer un testimonio, al modo de Rossellini o De Sica, sino sobre invenciones que partían de la realidad cotidiana de la posguerra en Italia, para penetrar en lo sórdido y oscuro de la naturaleza humana. La música evocadora y melancólica del maestro Nino Rota, de cadencia poética y misteriosa retrata perfectamente a unos pobres diablos que se refugian en la sala de billares, explotan económicamente a sus familias e intentan evadirse de la realidad, vagan sin rumbo perdidos en su mediocridad y corretean tras las mujeres, pero que Fellini trata con ternura y les otorga un halo de esperanza. Gracias por respetar este puñado de "ocurrencias" que me ha sugerido este humilde trabajo del director más fabulador del cine italiano.
EL ALBATROS
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