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De jueves a domingo

Drama Dos niños viajan junto a sus padres hacia el norte de Chile por un fin de semana largo. Mientras la soledad del paisaje y el encierro del auto evidencian los conflictos de la pareja, Lucía y su hermano van contra el viento, sin saber cómo esta última oportunidad se va convirtiendo en la despedida del padre y posiblemente en el último viaje familiar. (FILMAFFINITY)
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
26 de noviembre de 2013
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un lugar común del cine chileno entre 2012 y 2013, nada menos que personajes erráticos en distintas etapas de su vida, que se dejan llevar, que no buscan y solo viven el día a día, esperando que las cosas se arreglen por sí solas. Es el caso de la “Gloria” de Lelio, y el de la galería de esperpentos en “El Futuro” de Scherson, donde quizás Bianca al menos experimenta con el sexo.

“De jueves a domingo” no es la excepción. Nos muestra a una familia típica de cuatro miembros: papá, mamá, hijo e hija, durante un viaje de vacaciones al norte de Chile. Los padres ya engendraron a sus hijos y no tienen nada de qué hablar durante el trayecto: simplemente sus diálogos se van apagando conforme la escasa vegetación va dando paso al desierto.

Realizan las mismas actividades que una familia podría disfrutar: comer en la carretera, acampar, bañarse en un río, comer al aire libre, cantar frente a una fogata, pero ya no hay nada en la naturaleza que haga reflotar el amor que se supone existió alguna vez.

La inercia lleva los destinos de esta familia, inercia que incluso está presente en la historia que le cuenta el papá a su hija: “me arrastraban las olas, arriba había luz y abajo estaba yo, me di cuenta de que me estaba muriendo”.

La espectadora lúcida de todo este desmoronamiento es Lucía, la hija mayor, que siente susto ante la incertidumbre y mantiene encendida la linterna durante la noche.

El desierto y el viento es el aviso de lo que viene. El auto estaciona al lado de un solitario árbol. Es una familia huérfana, abandonada al paso inexorable del tiempo.

El objetivo del viaje era plantar un árbol en un terreno apartado en medio del desierto, una excusa para compartir unas últimas vacaciones. Cuando llegan al lugar que perteneció al abuelo (al pasado), la naturaleza los recibe con frío y más viento. El sol se esconde y termina de nublarse esta historia.
Anibal Ricci
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16 de noviembre de 2012
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su cortometraje Videojuego la joven realizadora Dominga Sotomayor filmaba en un plano único a un niño jugando con su consola mientras a su alrededor despuntaba la realidad familiar del pequeño. De jueves a domingo sigue una coherencia similar: pasamos de una larga escena sin cortes a una historia que sucede casi por entero en los pocos metros cuadrados de un coche, elemento que da personalidad y aporta claustrofobia a la historia. E igual que en esa pequeña ficción, en el film quedan muy bien delimitadas dos realidades: la de los niños, descrita desde la curiosidad, la hiperactividad, la imaginación y los juegos típicos de la edad; y la de los adultos, cuya relación va oscureciéndose poco a poco hasta estallar en conflicto.

La obra de Sotomayor retrata la inocencia de la infancia en un contexto de desencanto: aunque nunca se nos explican con pelos y señales los motivos y el destino del viaje, la directora se acoge al silencio y apela a la intuición del espectador para acercarnos esos dos mundos que conviven y que colisionan, de forma que la magia de uno y el drama del otro se integran de forma enigmática. Tal vez al film le puede demasiado la carga simbólica de la historia y termina descompensándose: la parte luminosa protagonizada por los niños siempre funciona, pero las tiranteces de los padres no acaban de estar bien explicadas.

Al final de la cinta Sotomayor viene a decirnos que su road movie es más el retrato de un instante (el lapso temporal del título) con sus posibles consecuencias (cuesta creer que tras lo visto 'todo seguirá igual') que la crónica de una ruptura, a la contra de lo que podría esperarse (en todo momento intuímos que 'algo va a suceder'). En De jueves a domingo podemos tocar la grieta y la mezcla de paisajes humanos y físicos deja cierto poso en la audiencia. Como la mirada de los niños interrogándose qué sucede en el cercano pero inaccesible mundo de los adultos, la película necesita espectadores pacientes dispuestos a espiar y seguir hasta el final a cuatro actores que irradian naturalidad. Sin duda, Dominga Sotomayor es una de las cineastas latinoamericanas más prometedoras.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com
Xavier Vidal
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23 de noviembre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se acostumbró el cine a una cierta manera de hacer las cosas y de entenderlas, y algunos hicieron creer al resto que aquella era la única forma posible de arte. Esa filosofía desembocó en la imposición de una falsa simplicidad, de narraciones esquemáticas y de desarrollos conclusivos que estuviesen regidos siempre por una sola lectura, condenando el poder reflexivo de las imágenes como si se tratase de un elemento negativo que había que disipar.

De vez en cuando ocurre un pequeño milagro, de esos que logran colarse entre las rendijas de lo preestablecido. Durante ese proceso, que convirtió cada película en un negocio y el valor de cada obra según su utilidad como entretenimiento, nos centramos en otorgarle valor a aquellas películas de argumento sublime, que cumplían con los cánones de la producción estándar hasta alcanzar la excelencia, y olvidamos que otro gran valor del cine puede ser el triunfo de lograr filmar un estado de ánimo.

Lucía viaja con su hermano y sus padres hacia el norte de Chile. La road movie hace su aparición desde el primer plano, pero sólo como punto de partida, como premisa. El punto de vista siempre es el suyo, construido a partir de una planificación sugerente que hace pensar en las cualidades narrativas de su autora. Sus padres quedan casi desterrados del relato tanto como los pliegues de la narrativa convencional. No resulta difícil percibir la tensión entre la pareja de adultos a partir de los diálogos que la niña capta y de los que entiende sólo la mitad. El viaje comienza a tomar un tono muy concreto. El de los momentos finales de una familia cuyo equilibrio está a punto de llegar a su fin.

La película se transforma, desde su inicio, en la declaración sincera de un punto de vista. El de la niña, que siente el estremecimiento de la orfandad aún sin entender del todo. Los paisajes desiertos se vuelven entonces el símbolo del alma, y los silencios se han convertido en la mayor de las protestas ante la dificultad de percibir lo que realmente está ocurriendo. Lucía lucha por aferrarse a un mundo adulto que aún le niega su entrada, mientras la figura de su hermano menor le recuerda el papel que ambos juegan en esta historia. Juegan, nunca mejor dicho. Pero la niña mira de rojo a sus padres mientras acontece la travesía del viaje crepuscular. Ojos solitarios para una mirada desolada.

Dominga Sotomayor, que debuta en el largometraje con esta delicada, íntima, personalísima película, también juega mientras observa a sus personajes. A veces juega a disfrazar su historia de película costumbrista, rodeando a la familia de situaciones cotidianas, pero en cuanto encuentra un punto de fuga aprovecha para despojarse de todo lo accesorio, de toda nimiedad. Juega a disfrazar su relato como película autobiográfica, cuando la cámara toma el papel de los ojos de Lucía. Entonces recuerda cómo le fascinaba mirar la sombra de su vehículo mientras ésta atravesaba los arbustos del paisaje, o cómo apenas podía leer los labios de aquellas conversaciones adultas que tanto llamaban su atención. Pero apenas representa ese recuerdo, la película vuelve su mirada de nuevo hacia los espacios vacíos, que no son otra cosa que el hueco que queda en el corazón de la niña frente a una certeza que no se atreve a poner en palabras.

Que la película llegue hacia los terrenos de la abstracción no es una sorpresa, sino más bien la conclusión lógica de un planteamiento tan valiente como consciente de su partida hacia un punto de no retorno. Ver De jueves a domingo no es una experiencia sencilla. Sus escenas se dilatan, el tiempo se detiene, el paisaje parece no tener fin, su narración no ofrece concesiones, lo cotidiano se mezcla con la sensación del recuerdo, el recuerdo con lo poético, y la poesía con el silencio. No es una historia de ternuras, aunque la dulzura de Santi Ahumada, la Lucía de este cuento, ayude a pensar en ello al observarla en más de un primer plano.

Se trata de una película que, en medio de ese discurrir, en medio de la nada argumental, en el simple retrato de un viaje de familia, logra captar un vacío, una mirada imperceptible, una sensación que transita en el fondo del alma, allá donde la única opción posible de representar lo sentido es a través de la imagen. Y es en ese mismo lugar donde su directora ahonda, se introduce con valentía hasta los confines de ese silencio, cámara en mano. Una vez más, el cine se convierte en el instrumento con el que narrar aquello que resulta imposible de explicar. Una ópera prima que ofrece al cine la posibilidad de germinar de nuevo, la oportunidad de renacer y recordarnos que él será siempre capaz de llegar, incansablemente, allá donde no llegan las palabras.
Sibelius
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16 de junio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me resulta increíble como una directora de tan solo 28 años haya sido capaz de crear una obra tan madura y tan profunda como De jueves a domingo.
La inmensidad y lentitud de sus planos esconde y dibuja a su vez una secuencia de ruptura familiar y una fragmentación de todo lo que a lo largo del tiempo esta familia había formado y construido.
Me encanta que la directora se haya centrado en la visión y en la inocencia de la hija mayor de la familia para retratar el desgaste y el alejamiento de la pareja protagonista, y en su supuesta ignorancia de todo lo que el viaje está desencadenando. No obstante, las reacciones y comportamientos de la niña reflejan y cada vez se contaminan mas de la desazón y de la apatía de sus progenitores.
En definitiva, nos encontramos con una película abierta, que nos permite sentir, interpretar, identificarnos e incluso adentrarnos en los entresijos de está compleja pero a la vez cotidiana familia de clase media.
scolme
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30 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chilena Dominga Sotomayor debuta en la dirección de largometrajes con esta sencilla “road movie” protagonizada por una familia de Santiago de cuatro miembros que se desplaza en su automóvil al Norte del país para disfrutar de unas cortas vacaciones de fin de semana en un camping de la zona. La familia la componen una joven pareja, intuimos que al borde de la separación, y sus dos pequeños hijos. Otra de esas “historias mínimas” que tanto proliferan en el último cine latinoamericano de un tiempo a esta parte y que salen adelante a base más de corazón que de presupuesto. En esta ocasión, se trata de una opera prima y se nota (más bien parecería un trabajo fin de carrera que otra cosa).

Muchas veces hemos encontrado que detrás de estas historias mínimas, tramas cotidianas y aparentemente intrascendentes, se oculta auténtica emoción y un trasfondo que nos habla de las cosas que verdaderamente importan en la vida. La anécdota argumental de “De jueves a domingo” sirve a su directora para reflexionar sobre el porqué se acaba el amor y si es posible que todos los involucrados en una ruptura amorosa puedan salir indemnes de la misma (especialmente los hijos fruto de ese amor). Para ello utiliza el recurso del viaje.

La película se divide en tres actos, el viaje de ida, la estancia, y la vuelta. En el primer tercio de la cinta, Sotomayor se nos revela demasiado sutil; con excesivos planos fijos y austeridad en los diálogos, pretendiendo que a través de las miradas, las conversaciones banales, el contraste entre los juegos y las chácharas de los niños y el silencio tenso de los adultos, lleguemos al fondo del meollo. Es pedir mucho. Lo que se ve y lo que no se ve resulta ya de por sí demasiado obvio. Esta primera parte se hace pesada y aburrida, tal y como es mismamente un viaje en coche por autopista. El paisaje se hace monótono, las conversaciones se agotan, y hasta la radio molesta con las diferentes emisoras que se captan desvaneciéndose cada pocos kilómetros y sufriendo continuas interferencias.

El segundo acto tampoco resulta muy clarificador, y se resuelve con una serie de escenas narradas de forma algo precipitada y con la aparición de algún personaje secundario que tampoco se presenta como debiera. Para la parte final, Sotomayor sí reserva algo de esa emoción que añorábamos y tanto la presencia de planos fijos – el final- como la ausencia de diálogo adquieren sentido. Pero quizá para entonces ya se nos cierran los ojos y acusamos el cansancio de un viaje tan largo.
Juan Solo
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