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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
4
Drama Dos niños viajan junto a sus padres hacia el norte de Chile por un fin de semana largo. Mientras la soledad del paisaje y el encierro del auto evidencian los conflictos de la pareja, Lucía y su hermano van contra el viento, sin saber cómo esta última oportunidad se va convirtiendo en la despedida del padre y posiblemente en el último viaje familiar. (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chilena Dominga Sotomayor debuta en la dirección de largometrajes con esta sencilla “road movie” protagonizada por una familia de Santiago de cuatro miembros que se desplaza en su automóvil al Norte del país para disfrutar de unas cortas vacaciones de fin de semana en un camping de la zona. La familia la componen una joven pareja, intuimos que al borde de la separación, y sus dos pequeños hijos. Otra de esas “historias mínimas” que tanto proliferan en el último cine latinoamericano de un tiempo a esta parte y que salen adelante a base más de corazón que de presupuesto. En esta ocasión, se trata de una opera prima y se nota (más bien parecería un trabajo fin de carrera que otra cosa).

Muchas veces hemos encontrado que detrás de estas historias mínimas, tramas cotidianas y aparentemente intrascendentes, se oculta auténtica emoción y un trasfondo que nos habla de las cosas que verdaderamente importan en la vida. La anécdota argumental de “De jueves a domingo” sirve a su directora para reflexionar sobre el porqué se acaba el amor y si es posible que todos los involucrados en una ruptura amorosa puedan salir indemnes de la misma (especialmente los hijos fruto de ese amor). Para ello utiliza el recurso del viaje.

La película se divide en tres actos, el viaje de ida, la estancia, y la vuelta. En el primer tercio de la cinta, Sotomayor se nos revela demasiado sutil; con excesivos planos fijos y austeridad en los diálogos, pretendiendo que a través de las miradas, las conversaciones banales, el contraste entre los juegos y las chácharas de los niños y el silencio tenso de los adultos, lleguemos al fondo del meollo. Es pedir mucho. Lo que se ve y lo que no se ve resulta ya de por sí demasiado obvio. Esta primera parte se hace pesada y aburrida, tal y como es mismamente un viaje en coche por autopista. El paisaje se hace monótono, las conversaciones se agotan, y hasta la radio molesta con las diferentes emisoras que se captan desvaneciéndose cada pocos kilómetros y sufriendo continuas interferencias.

El segundo acto tampoco resulta muy clarificador, y se resuelve con una serie de escenas narradas de forma algo precipitada y con la aparición de algún personaje secundario que tampoco se presenta como debiera. Para la parte final, Sotomayor sí reserva algo de esa emoción que añorábamos y tanto la presencia de planos fijos – el final- como la ausencia de diálogo adquieren sentido. Pero quizá para entonces ya se nos cierran los ojos y acusamos el cansancio de un viaje tan largo.
Juan Solo
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